lunes, 11 de junio de 2018







      Podría enojarme por la falta de seriedad con la que nos tratan a los artistas.  Pero a estas alturas no puedo enojarme con lo que ha sido siempre así.  Gastaría energía, agravaría mi úlcera, y todo seguiría igual.  Nos maltratan,  y parece que seguirá de ese modo a menos que hagamos algo al respecto.  Y, ahí está el verdadero problema, no hay mucho que podamos hacer.

     Se sabe que uno no puede vivir peleando, mucho menos cuando  no se tiene tiempo para aplicar a una guerra perdida de antemano.  Uno apenas tiene tiempo para trabajar en su obra cuando a la vez debe trabajar en cualquier otra cosa para poder sostenerse económicamente y, además, ocuparse de toda la logística que rodea al arte: conseguir espacios donde exponer, coordinar esas muestras, trasladar la obra, hacer gestión de prensa, diseñar y lograr la impresión de catálogos, cursar incitaciones, conseguir que la gente concurra, y cantidades exorbitantes de otras minucias que hacen que uno no tenga resto para meterse a batallar con los que nos maltratan.

    Sí, la solución es cortarse solo.  Pero eso es teoría pura e ingenua.  Solos tampoco podemos, ya que el arte implica un dialogo, un discurso, un mensaje, que se completa cuando aparece ese otro, el receptor, el destinatario desconocido y final de la obra.  Entonces, como en un círculo vicioso, debemos invariablemente caer en manos de quienes no nos respetan porque sin ellos no se completa el circuito del que el artista es el eslabón inicial pero no el único.










   Entonces, ¿qué nos queda más que la queja?  Contra ese diseñador que no nos entregó las muestras de catálogos para corregir y aprobar y que estuvieran a tiempo para la inauguración para la que se los planeó; ese galerista que nos iba a confirmar fecha y espacios pero después pareció olvidar todo compromiso asumido; ese art-dealer que nos armó una propuesta  que se fue desmoronando en demoras y aplazamientos hasta quedar en nada;  ese crítico que iba a venir para evaluar nuestra obra y escribir un prólogo de presentación pero evidentemente apareció alguien más que pagó mejor y nos descartó al cajón de las buenas intenciones perdidas;  esa empresa que nos iba a esponsorear pero en la excusa del aumento del dólar prefirió no invertir ni en el arte ni en nosotros…  Y así la vida, cada cosa que intentamos es a pulmón y contando más con traiciones y deslealtades que con la colaboración (paga, porque siempre pagamos) de los que se suponen nos apoyan en este asunto.

     Insisto, podría enojarme.  Pero no vale la pena.  Pasen todos a mi lista de personas con las que no voy a volver a intentar proyecto alguno, mi íntima lista negra.  No es nada personal (aunque lo sea), pero con ellos no juego más.  ¿Estoy discriminando?  Definitivamente.  Elegir dónde estar y con quién es un derecho que ninguna corrección política de moda me va a quitar.















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