viernes, 22 de junio de 2018





     Reencontrarse con queridos amigos que la vida mantiene a distancia es siempre una experiencia grata, aunque sea tan breve como esta.  Cierto que la web y las redes lo mantienen a uno en contacto, al tanto de los pormenores diarios, y en el caso de los que nos empeñamos en el arte, del transcurrir de la obra de cada uno.  Pero esa intimidad de la camaradería antigua recobrada en la mirada y en la risa tonta por el recuerdo compartido es algo que todavía escapa de la vida virtual.

     Cuando estúpidos compromisos de personas normales marcaron la cuenta regresiva de nuestro fugaz reencuentro no tuve más remedio que enfrentarme a los hechos y le pregunté por qué ya no le gustaba mi trabajo.

-No es que no me guste- se apuró a tranquilizarme. -Si se nota tanto lo mucho que te divertís.  Tus últimas obras son puro juego, irreverencia, desprejuicio y placer, ¿cómo no me van a gustar? Lo que pasa es que antes contabas historias…  y recuerdo como me fascinaba tu manera de decir…

     Hubiera querido tener algún argumento para rebatirle, pero fue tan contundente la verdad que me tiró encima que apenas pude reaccionar para el abrazo de despedida.  Cierto, antes contaba historias, en cada obra encerraba un mínimo relato.  Ahora sólo juego a jugar.  Y me quedé con la añoranza de aquella amistad diaria que ya nunca volverá a ser y de las ganas que tenía entonces de contarle cosas  a quién quisiera escuchar…












No hay comentarios:

Publicar un comentario