Reencontrarse
con queridos amigos que la vida mantiene a distancia es siempre una experiencia
grata, aunque sea tan breve como esta. Cierto que la web y las redes lo mantienen a
uno en contacto, al tanto de los pormenores diarios, y en el caso de los que
nos empeñamos en el arte, del transcurrir de la obra de cada uno. Pero esa intimidad de la camaradería antigua
recobrada en la mirada y en la risa tonta por el recuerdo compartido es algo
que todavía escapa de la vida virtual.
Cuando
estúpidos compromisos de personas normales marcaron la cuenta regresiva de
nuestro fugaz reencuentro no tuve más remedio que enfrentarme a los hechos y le
pregunté por qué ya no le gustaba mi trabajo.
-No
es que no me guste- se apuró a tranquilizarme. -Si
se nota tanto lo mucho que te divertís.
Tus últimas obras son puro juego, irreverencia, desprejuicio y placer,
¿cómo no me van a gustar? Lo que pasa es que antes contabas historias… y recuerdo como me fascinaba tu manera de
decir…
Hubiera
querido tener algún argumento para rebatirle, pero fue tan contundente la
verdad que me tiró encima que apenas pude reaccionar para el abrazo de
despedida. Cierto, antes contaba
historias, en cada obra encerraba un mínimo relato. Ahora sólo juego a jugar. Y me quedé con la añoranza de aquella amistad
diaria que ya nunca volverá a ser y de las ganas que tenía entonces de contarle
cosas a quién quisiera escuchar…
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