No hay manera de ganar una discusión cuando se
discute con un estúpido. Entendiendo
como estúpido a quien a priori se considera dueño de la única verdad. Máxime cuando esa “única verdad” se sostiene
en lo que fue, en lo que se hizo antes, en lo que está socialmente aprobado a
la luz del rendimiento económico y la aceptación del mercado. Claro, y tampoco
nadie es tan inocente…
-“Las
cosas siempre se han hecho así”- me dice, y con eso pretende rebatir
cualquier argumento que yo intente.
Claro, las cosas se hicieron así, no necesariamente bien, y
definitivamente en un contexto por completo diferente al actual. Pretender
ignorar la incidencia de la tecnología en todo hoy es tapar el sol con un dedo. Insiste que no, que el arte se desarrolla por
afuera de la computadora. Que lo único
que cuenta es seguir moviendo la obra como se hacía cincuenta años atrás. Se niega a escucharme cuando alego que hasta
los museos más tradicionales han incorporado internet en su acción
institucional diaria. Me ignora
abiertamente al decirle que las mega-galerías que mueven fortunas tienen
también sus tiendas digitales. No. Sigue
sosteniendo que un artista “de verdad” sólo actúa en un plano
analógico. Me enojo pero me contengo,
porque soy una persona bien educada.
Merece que lo insulte a los gritos, pero me voy a estar prestando a su
juego: me tildaría de histérica, de necia mujer alterada con la que no se puede
hablar. Me calmo y le sonrío. Y, como me conoce, sabe que cuando sonrío
lento y largo es cuando la verdadera pelea empieza. Había más gente escuchando,
que deben haber dado por hecho su victoria y su incuestionable sabiduría. Acepté en voz alta que él sabía hacer las
cosas, que quien vive del artista tiene como prioridad mantener convencido a
ese artista que lo alimenta de que necesita a alguien que haga esas cosas que
supuestamente no sabe hacer. Que el
insondable mercado sólo puede ser comprendido y manejado por el galerista, el
curador, el crítico, nunca por el pobre y simple artista. Que el control económico, la puesta en valor
de la obra, la determinación del precio en el mercado secundario no está al
alcance de la escasa formación del artista, quien debe dejar esos asuntos en
manos de los que sí saben, y a quienes deben creerle a rajatabla siempre y sin
pedir jamás explicaciones. El artista no
debe perder tiempo en internet, donde puede informarse y aprender de que va
este juego, donde puede descubrir que nada es tan secreto, ni tan complejo, ni
tan inaccesible. Internet puede
desbaratar el negocio del galerista, del curador y del crítico. Hay que convencer a los artistas de que la tecnología
es mala, ajena, incompatible al artista “de verdad”. No vaya a ser que el artista empiece a
cortarse solo…
Más tarde, y en privado, me tilda de arrogante. Que el que yo pueda con cierta facilidad manejar algunos aspectos de mi carrera (como la difusión de mi obra vía web, el contacto directo con espacios de arte y galerías del exterior, el acceso a data sobre los precios reales que se mueven en el mercado) no implica que cualquiera pueda hacerlo. Que otros artistas no tienen el tiempo o las ganas. Que mucha gente suele escuchar consejos. Que hay personas que prefieren hacer las cosas en equipo. Y como estábamos en privado, sin testigos, me di el gusto de insultarlo. ¿Por qué entro en estas discusiones estúpidas, con personas que detesto? Exceso de buena educación. Lo excesiva me cabe hasta en eso.
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