lunes, 4 de junio de 2018









      No hay manera de ganar una discusión cuando se discute con un estúpido.  Entendiendo como estúpido a quien a priori se considera dueño de la única verdad.  Máxime cuando esa “única verdad” se sostiene en lo que fue, en lo que se hizo antes, en lo que está socialmente aprobado a la luz del rendimiento económico y la aceptación del mercado. Claro, y tampoco nadie es tan inocente…

      -“Las cosas siempre se han hecho así”- me dice, y con eso pretende rebatir cualquier argumento que yo intente.  Claro, las cosas se hicieron así, no necesariamente bien, y definitivamente en un contexto por completo diferente al actual.    Pretender ignorar la incidencia de la tecnología en todo hoy es tapar el sol con un dedo.  Insiste que no, que el arte se desarrolla por afuera de la computadora.  Que lo único que cuenta es seguir moviendo la obra como se hacía cincuenta años atrás.   Se niega a escucharme cuando alego que hasta los museos más tradicionales han incorporado internet en su acción institucional diaria.  Me ignora abiertamente al decirle que las mega-galerías que mueven fortunas tienen también  sus tiendas digitales.  No.  Sigue sosteniendo que un artista “de verdad sólo actúa en un plano analógico.  Me enojo pero me contengo, porque soy una persona bien educada.  Merece que lo insulte a los gritos, pero me voy a estar prestando a su juego: me tildaría de histérica, de necia mujer alterada con la que no se puede hablar.  Me calmo y le sonrío.  Y, como me conoce, sabe que cuando sonrío lento y largo es cuando la verdadera pelea empieza. Había más gente escuchando, que deben haber dado por hecho su victoria y su incuestionable sabiduría.  Acepté en voz alta que él sabía hacer las cosas, que quien vive del artista tiene como prioridad mantener convencido a ese artista que lo alimenta de que necesita a alguien que haga esas cosas que supuestamente no sabe hacer.  Que el insondable mercado sólo puede ser comprendido y manejado por el galerista, el curador, el crítico, nunca por el pobre y simple artista.  Que el control económico, la puesta en valor de la obra, la determinación del precio en el mercado secundario no está al alcance de la escasa formación del artista, quien debe dejar esos asuntos en manos de los que sí saben, y a quienes deben creerle a rajatabla siempre y sin pedir jamás explicaciones.  El artista no debe perder tiempo en internet, donde puede informarse y aprender de que va este juego, donde puede descubrir que nada es tan secreto, ni tan complejo, ni tan inaccesible.  Internet puede desbaratar el negocio del galerista, del curador y del crítico.  Hay que convencer a los artistas de que la tecnología es mala, ajena, incompatible al artista “de verdad”.  No vaya a ser que el artista empiece a cortarse solo…









   



        Más tarde, y en privado, me tilda de arrogante.  Que el que yo pueda con cierta facilidad manejar algunos aspectos de mi carrera (como la difusión de mi obra vía web, el contacto directo con espacios de arte y galerías del exterior, el acceso a data sobre los precios reales que se mueven en el mercado) no implica que cualquiera pueda hacerlo.  Que otros artistas no tienen el tiempo o las ganas.  Que mucha gente suele escuchar consejos.  Que hay personas que prefieren hacer las cosas en equipo.  Y como estábamos en privado, sin testigos, me di el gusto de insultarlo.  ¿Por qué entro en estas discusiones estúpidas, con personas que detesto?  Exceso de buena educación.  Lo excesiva me cabe hasta en eso.













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