¿Cuánta intimidad debe develar un artista? En estos tiempos de vida virtual parecería
que no hay necesidad de límite. Sin
embargo, creo que el artista sí se haya condicionado a que su obra no se vea
perturbada por las nimiedades y miserias de la vida cotidiana. Es obligación ineludible del artista
preservar la autonomía de la obra por sobre su realidad; no es un mérito, es
apenas la lógica del arte.
Pero
aun restringiendo y focalizando, ¿cuánta realidad del proceso creativo debe
dejarse conocer? A veces (muchas
veces) ese proceso es poco glorioso, apenas constante trabajo diario,
progresivo, lento, sumamente simple. Y
aunque se tiende al desorden ni por casualidad es al estilo extremo y glamoroso
de Francis Bacon. Entonces, ¿se
debe mostrar que la acción creativa es algo normal, de todos los días, algo
desparramada y dispersa, pero absolutamente sencilla, sin épica ni arrebatos de
inspiración?
En
estos días que el encierro me permite trabajar desde que me levanto
hasta que me acuesto, puedo desparramar los distintos proyectos por toda la
casa. Mientras en la que oficialmente es
mi mesa de trabajo avanza lento mi diorama de circo de estética decimonónica…
…mantengo mi único tablero como sostén de los
trabajos a medio hacer por encima de los terminados que aun no se enmarcaron…
…y también de esas láminas fallidas que intento
recuperar como soporte para estas épocas de escacez…
Mi cocina es el área de secado de la cartapesta…
Mientras que el cuerpo del maniquí y su pie
siguen por separado, uno sobre una mesa…
…y el otro sobre una silla…
…al rescoldo seca sostenida por un vaso de cerveza la mascarita con la que
quiero rematar el conjunto…
Y entre todo, la obra en la que trabajo sobre
papel maltrecho y recuperado que tan mal reacciona al agua la tengo secando la
acuarela en la escalera para poder más tarde seguir con las lapiceras de tinta
en gel…
Nada
glorioso. Sólo trabajo, respetando
tiempos de secado, cada cosa marchando a su ritmo, lento y constante. Grato trabajo.
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