martes, 5 de febrero de 2013




     Me habían hablado de este libro en una de las comidas de fin de año, entre múltiples brindis, con la promesa de hacérmelo llegar. Pero este sábado me lo encontré repentinamente mientras buscaba otro (uno de Savater que también encontré y “capturé”) y directamente lo compré, violando -sin demasiado pesar- mi estricta regla de no comprar nada de la mesa de “novedades”. Las reglas son para romperlas, en especial las reglas auto impuestas y especialmente por mi.

     Lo leí de un tirón (del sábado a la tarde al domingo a la mañana). Lo definiría como un librito deliciosamente entrañable para una borgeana perdida como yo. Decididamente hubiera preferido otro final (¿más elaborado?, ¿más aleatorio?), pero fue un placer recorrerlo de la primera a la última de sus palabras. Matar a Borges, de Francisco Cappellotti (un vecino de Avellaneda aunque esté radicado actualmente en el lejano sur) fue, debo reconocer, una enorme sorpresa –le tenía poca fe cuando me hablaron de él- y un auténtico disfrute. 

      Recupera fragmentos de la realidad de los años 50 que, en mi personal opinión, demuestra no sólo coherencia estética sino material coraje editorial. El mamarracho político-ideológico en que nos vemos inmersos en estos días por obra y gracia de nuestra seudo faraona y su séquito de arrogantes descerebrados parece una imitación barata y chapucera de aquellos tiempos. Y el recuerdo de cómo por entonces algunos argentinos se enfrentaron a la prepotencia fascista ha sido otro de los factores de franco regocijo que me proporcionó Matar a Borges. Comparto para quién le interese:






Los habituales colaboradores de la revista Sur estaban reunidos en la quinta de San Isidro de Victoria Ocampo. Entre ellos no faltaban Bioy Casares, Silvina Ocampo, Eduardo Mallea, Ernesto Sabato, Enrique Amorim, Xul Solar, Manuel Peyrou, Manuel Mujica Lainez, Carlos Mastronardi, y muchos otros. Incluso allí estaba Patricio Canto, el hermano de Estela, dándole su apoyo incondicional al poeta. Todos ellos buscaban desagraviar a Borges. Los rumores sobre su posible tendencia homicida era tema corriente entre la prensa amarilla, prensa que era manejada por aquel entonces por el gobierno peronista. Perón, emulando a Rosas, se había encargado de censurar toda prensa tendiente a confrontar con su mandato. Sin embargo, la revista Sur, debido a su mentado perfil cultural y aristocrático, había resistido a tal detracción y combatía ávidamente contra el gobierno. Así la revista de Victoria Ocampo se había transformado en un poderoso bastión antiperonista que luchaba contra el autoritarismo y proclamaba la libertad de prensa. Ya Borges había escrito en uno de sus artículos, “el autoritarismo es la virtud de los imbéciles”, haciendo clara alusión al gobierno peronista. Ahora todos esperaban la llegada de Borges para que Victoria Ocampo tomara la palabra. Ernesto Sabato bebía una copa de vino tinto, mientras charlaba amistosamente con Patricio Canto sobre Dostoievski. Eduardo Mallea, como de costumbre, permanecía solo en un rincón, aguardando los acontecimientos. Enrique Amorim, junto a su esposa Esther Haedo, entrañable compañera de Leonor Acevedo, esperaba al agasajado junto a Adolfo Bioy Casares. Silvina Ocampo había tomado la función de anfitriona y se encargaba de llevar y traer bebidas y algún que otro canapé. Su hermana, Victoria, le daba los últimos retoques a la proclama que deberían firmar los colegas. De un momento a otro tenía que llegar Borges. Así sucedió. Todas las miradas voltearon cuando Borges apareció en el amplio living comedor de las Ocampo. Iba acompañado de su madre, como de costumbre. En principio hubo un breve silencio, luego la ironía y el humor de Borges rompieron el hielo reinante: -Tranquilos, colegas, no soy Perón, soy Borges. Hubo una unísona carcajada y todos se acercaron a Georgie para estrecharle la mano. Bioy Casares, obviamente, fue el primero. Borges agradeció una y otra vez y departió con sus amigos sobre diversos temas olvidándose por un instante de su terrible pesadilla. Aquel era su verdadero oasis, su verdadero cable a tierra. (…) …Ahora en la quinta de Victoria Ocampo todos esperaban las palabras de la anfitriona a favor del agasajado. (…) Victoria, espléndida como siempre, se para sobre una silla con una copa en la mano derecha, en la izquierda una pequeña cuchara. Golpea el cristal dos veces, simplemente dos veces, y consecuentemente todos voltean y callan. La mayor de las Ocampo es poseedora de una personalidad fuerte, de carácter firme, y transgresora de por sí, más de lo que el ambiente social que frecuenta lo permite. Todos observan a la anfitriona. Victoria, como de costumbre, viste un impecable traje sastre. Una vez que la dueña de casa acapara la atención de los invitados comienza su discurso. Para ello modula la voz, y dice: -Queridos colegas, colaboradores y amigos. Estamos aquí por hechos trascendentales, únicos y difamantes. Estamos aquí no sólo para desagraviar a nuestro colega, Jorge Luis Borges, de las inescrupulosas infamias que lo circundan. Estamos aquí, también, para clamar por nuestros más profundos derechos. Derecho a ser libres, a pensar y vivir libremente. Derecho que ningún país “democrático” puede cercenar, porque cercenar el derecho de expresión es cercenar la vida misma. A nuestro colega, Jorge Luis Borges, lo han intentado silenciar de diversas maneras; promoviéndolo de la biblioteca Miguel Cané al ofensivo cargo de “Inspector de Aves y Conejos del Mercado Central”, deteniendo a su madre y hermana por cantar el himno nacional en la vía pública, y ahora pretenden enmudecer sus excelsos pensamientos tratándolo de involucrar en un infamante asunto policial digno de las más estrafalarias novelas del género enunciado. Sin embargo, queridos colegas, nada de ello pudo ni podrá callar a vuestro valiente condiscípulo. Tiempo atrás, allá por el año 1837, un gran intelectual de una generación inolvidable, llamado Esteban Echeverría, padeció las mismas persecuciones que todos nosotros, las padeció por un simétrico caudillo autoritario llamado Juan Manuel de Rosas. Sin embargo, Esteban Echeverría no se amedrentó ante la estolidez autoritaria y se atrevió a escribir el Dogma Socialista, allí dejaría sellado por siempre el irrevocable concepto de libertad. Echeverría dice: “No hay libertad donde no le es permitido al hombre disponer del fruto de su industria y de su trabajo. Donde puede ser vejado e insultado por los sicarios de un poder autoritario. Donde se le coarta el derecho a publicar de palabra o por escrito sus opiniones. Donde su seguridad, su vida y sus bienes, están a merced del capricho de un mandatario. Donde se le ponen trabas y condiciones en el ejercicio de una industria cualquiera como la imprenta.” Creo, colegas, que los conceptos de Esteban Echeverría hablan por sí solos, por eso de nada sirve que el señor Perón nos castigue y oprima, que controle los medios de comunicación, que expropie el diario La Prensa y que exija a las instituciones culturales que soliciten permiso para publicar y reunirse, que intervenga las seis universidades nacionales expulsando a los catedráticos que no son de su agrado. De nada sirve toda esa persecución del señor Presidente porque, precisamente, tal hostigamiento transformará nuestras voces democráticas en voces incólumes, voces férreas. Voces combativas como la del señor Jorge Luis Borges que continúa escribiendo ávidamente como el primer día. Por todo esto y también por más estamos al lado tuyo, querido colega.” 

Francisco Cappellotti, Matar a Borges, Grupo Editorial Planeta SAIC, Buenos Aires 2012, páginas 180 a 185.-








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