sábado, 2 de febrero de 2013



“¿No te buscaba quizá a ti? Quizá estoy aquí sólo para esperarte. ¿Te he perdido cada vez porque no te he reconocido? ¿Te he perdido cada vez porque te he reconocido y no me he atrevido? ¿Te he perdido cada vez porque al reconocerte sabía que debía perderte?”

 Umberto Eco, El péndulo de Foucault




     La más eficaz muestra de menosprecio es la indiferencia, ¿qué duda cabe? En un arranque de rabia podría asesinar a quién, habiendo sido testigo de casi la mitad de mi vida (close, espantosamente, imperdonablemente cerca) dice sin pudor que yo dibujo “porque sí”, “sin razón”, “sólo por gusto”, que mi trabajo “no significa nada en particular”. Y concluir (sentenciante, la palabra de dios, la sabiduría absoluta) “qué así tiene que ser”.

     Probablemente, por mi paz mental, debería haber incurrido en la violencia más primitiva, la de uñas y dientes; en la misericordiosa violencia que pusiera fin a una forma de vida tan inferior y básica: la suya. Pero tuve un tris de duda civilizada, y la risa de mis tres hienas en el fondo de mi cráneo me distrajeron. La voz rubia corrió en mi auxilio: -No dá para más que eso. Pobre. Funciones fisiológicas básicas y memorizar la formación de los equipos de futbol europeo. Cualquier extra está por de fuera de su modelo. Meramente utilitario. Base, sin detalles de calidad.

     Percibo una sonrisa en su consuelo, una invitación a la carcajada. Y pese a ser mi debilidad y dejarme habitualmente vencer por su cálida cortesía, continúo montada en la rabia. Quiero sangre. La suya. Y gritar (muy Ragnarök, por cierto): ¡LA VENGANZA ES MIA!
-Y después tenés que limpiar el enchastre y enfrentar las consecuencias prácticas de cinco segundos de placer- se mete la voz maternal. Tan lógica y tan práctica. -¿Qué más te dá? Nunca esperaste demasiado y ya llevás años sabiendo que no podés concretamente esperar nada.

     O.K. Es cierto. Pero sigo temblando de indignación y sigo queriendo sangre, roja, caliente y real. La voz de anteojos se mete también, trasluciendo en su tono que le parezco patética yo, mi rabia y la situación.
-Es como si le dieras trascendencia metafísica a los ladridos del caniche. Como si a esta altura del partido tu visión artística tuviera que ser aprobada por el microondas…
-No compares. El microondas es infinitamente más útil- la interrumpe la buena madre de familia.

     Puede que el enojo se me diluya en un mar de racionalidad y de resignación. Al cabo soy la única responsable de mi entorno. En mi afán de no llamar la atención, de pasar desapercibida, de no desentonar, jugué al juego que jugaban todos, jugué a “la casita”. Y ahora me molesta que Ken sea un imbécil y que a Barbie la tilden de rubia. Suspiro y me desentiendo. Hay que desdoblar y compartimentar. Ser imagen y ritual exterior y ser quien soy en privado. Alguna vez, tal vez, pueda quemar las naves y ser sólo yo y a tiempo completo. La versión verdadera y full time de mi misma.

     Pero mis voces siguen ahí, al acecho. La de anteojos tiene que fastidiar, si no está fuera de roll. Me dice con retintín burlón:
-¿Sí? Reconocé que estás donde querés estar: donde es cómodo y práctico y donde vos podes ser definitivamente sádica. Tu extraño sentido del humor no te permitiría estar en otra parte.
¡No es cierto! Es circunstancial. Es mera supervivencia. ¿Qué más puedo hacer?
-¿Correr el riesgo?- sugiere la muy víbora.
-No es lo de ella- se mete otra vez la madre de familia, con indiferencia, como si no valiera la pena el tema. –Nunca un salto al vacío. Sufre de vértigo.
Otra vez vuelven a serme tan odiosas las dos. Espero a la rubia. No me decepciona.
-Uno tiene las musas que le tocan- explica, conciliadora. – Algunos las tienen etéreas, luminosas, provocativas. Las tuyas son un poco mediocres, ruines y egoístas. Están ahí solo para inspirarte por contradicción: tan oscuras, tan sórdidas, tan destructivas que solo te queda huir para el otro lado.
Quisiera abrazarla pero sé que no puedo, que es sólo un producto de mi esquizofrenia. ¡Pero a veces es tan sabia! Ciertamente es todo una cuestión de opuestos.
      Tal vez en otro lugar, con otro entorno, me sería menos necesario buscar la luz, el color, el sentido. Tal vez si me hubiesen querido más, si me hubieran apoyado en mi empecinamiento artístico o si hubiesen creído un poquito (sólo un poquito) en mi talento, yo no habría llegado hasta acá (dónde sea que sea). Probablemente. Pero de todas formas, los “podría haber sido” son definitivamente estúpidos y deprimentes. Es lo que hay y ¡a hacerse cargo!. Nadie es inocente y cada uno tiene lo que se merece. Punto.


Quedé como en éxtasis… Con febril premura/
´¡Síguela!´ Gritaron cuerpo y alma al par./
…Pero tuve miedo de amar con locura,/
De abrir mis heridas, que suelen sangrar/
¡y no obstante toda mi sed de ternura,/
Cerrando los ojos, la dejé pasar!”


Amado Nervo, Cobardía (fragmento)



No hay comentarios:

Publicar un comentario