viernes, 15 de febrero de 2013




     Parece mentira (a mi me parece MENTIRA) pero en pocos días La Santa Inquisición va a formar parte de una colectiva en Bue-nos-Ai-res debería decirlo bajito, o no decirlo, para no tentar a los dioses con un rayo o con desviar los meteoritos que apuntan para otro lado-. Lo tomo con prudente escepticismo: hasta que no la vea colgada no me lo creo. Siempre puede pasar algo… 

     Pero la realidad es que ayer La Santa Inquisición (con otras tres obras: Prisionera del Catecismo, Las Américas y Resabio de Conquista) salieron de casa rumbo a ARTEME – Galería de Artistas Emergentes de Carlos Regazzoni

      Las recibieron sin objeciones y se supone que el 1ro. de Marzo formarán parte de la muestra “En el Marzo de los Días”, evento que seguirá hasta el 15 de marzo. No conocía el espacio físicamente (sí por artículos periodísticos y por emisiones de Canal a), y realmente es alucinante. Nada que ver con las lustrosas galerías de Arroyo (que me encantan) o los deslucidos espacios públicos (que adoro. Soy amplia). Galpones del ferrocarril reciclados 100% x 100% a lo Regazzoni: fragmentos del fuselaje de un avión al ingreso, rampa de acceso armada con pedazos de chapones superpuestos poco apta para un estilizado Louboutin; enormes y maravillosas composiciones escultóricas que tenés que saborear con lentitud por la invitación al descubrimiento del absurdo; mucho, MUCHO espacio en el área de taller, y el sector de exposiciones, al fondo, con la lógica de un sector de exhibiciones: sólo mucho lugar, aire y luz, lo demás que lo pongan las obras.

      Hacía demasiado tiempo que no deambulaba por lugares de auténtica impronta creativa, me dió placer, nostalgia y la necesidad de preguntarme por qué demonios me salgo del lugar dónde me gusta estar. Tuve cierto déjà vu de vuelta a casa. Pero soy gato escaldado: no voy a ilusionarme demasiado. Siempre puede pasar algo y siempre me pueden descolgar las obras por obscenas (ya lo hicieron tantas veces…). Pero no puedo evitar esa cosquilla de excitación contenida y esa adrenalina en sangre que le aporta una velocidad a mi cabeza que me tiene mareada.







      Prisionera del Catecismo y La Santa Inquisición son las primeras obras de Ragnarök que salen a pasear y que van a soportar la mirada ajena. Si bien a veces me han sugerido que debería mostrar las series completas y no por pedacitos, la realidad es que entre lo difícil que es lograr conseguir espacios de exhibición y lo que yo tardo en completar las series, si no fuera tratando de mostrarlas por partes nunca mostraría nada. Pero también es cierto que el hecho de ir teniendo la contra-mirada del espectador (ajeno, desconocido) tiene también la ventaja de permitir comprobar hasta donde lo que pretendo decir (como todo lo mío, siempre tan confuso) lo estoy logrando o sigo encriptada. 

      Si, está bien, uno pinta para uno y lo que entienda el espectador es problema suyo. Pero la mirada del otro –en la práctica- te da tanta devolución que si abrís la cabeza para escuchar lo que te viene de rebote se multiplica en efecto creativo. 

      Hace años, en el C. C. Borges, un espectador –completo desconocido- observaba una de mis obras de Cartográfica (El Mapamundi de Colón, Europa) y se me acercó a preguntarme si un fragmento del fondo, parte de la Carta de Marear dibujada por Colón, estaba escrita en hebreo. Obviamente contesté que no tenía idea –la verdad es que eran rayitas, ya que mi modelo, reproducción deficiente del original bajada de la web, era inentendible y yo lo reproduje por libre inspiración de mi miopía-. Recuerdo haber confesado que eran líneas que intentaban copiar lo que intuí en el modelo, pero que en mi lógica y escaso conocimiento Colón habría escrito en latín o portugués o español, pero no en hebreo –salvo que Colón fuera como creen algunos historiadores un judío sefardí-. 

      Entonces esta persona –insisto desconocida- me relató amablemente la cadena de ideas que le había sugerido la obra y de porqué ese fragmento de mapa le rememoró un viejo dibujo que había colgado en la biblioteca de su escuela. A más de que la conversación resultante fue absolutamente maravillosa, acabé con la sensación de que no lo estaba haciendo mal. Si mi trabajo pretende la universalidad y la multiplicidad, el que provoque al espectador un divague grato en su memoria emotiva me hace pensar que voy por el camino correcto. Lo mío no es ni lo literal ni pretenderme irrebatible. Me gusta creer que tiendo a la ensoñación y a lo imposible. A un todo puede ser. 







      Las Américas y Resabio de Conquista ya salieron de casa antes y fueron a concursos y salones (con muy poca fortuna, por cierto) y las escogí por mera simetría estética: Las Américas por el colorido y el soporte (mucho papel) empareja perfecta con La Santa Inqusición: y los verdes mayoritarios y el predominio del dibujo de Resabio es buen par para Prisionera pese a la diversidad de tamaño. Esas ínfulas de curadora que me dan seguido me obligan, cuando selecciono obras para mostrar, a buscar invariablemente una relación íntima (más allá de la obvia de mi autoría) entre ellas. Que se equilibren y se compensen. Que entre ellas puedan crear un clima común que las permitan lucir en igualdad de condiciones. 

      Demasiadas veces me he encontrado con que una sola obra en una colectiva termina deslucida y ridícula en el entorno. Es el riesgo de las colectivas, ya lo sé. Salvo que se tenga una curaduría muy astuta y que emparente con inteligencia –lo que no es común-. Nunca hay suficiente luz y la proximidad entre obras incompatibles arruina a todas. Por eso se tiende a mostrar de dos o -lo ideal- tres obras como mínimo por autor, para que se cree un ambiente propio y el espectador no se aterrorice ante una variedad exuberante que lo único que muestra es mal gusto.







      Ignoro por qué los organizadores titularon la muestra “En el Marzo de los Días”. No tuve aun la oportunidad de preguntarlo. A tren de especulación se me ocurre que es un juego de palabras con los Idus de Marzo, aquellos que le encerraban un grave peligro a Julio Cesar según el vaticinio de un vidente -y que efectivamente, en el idus de marzo del 44 a.C., le depararon la muerte en el Senado de Roma-; Cuídate de los Idus de Marzo”. Habré de ser prudente dentro de lo posible. Sin embargo, para los romanos los idus eran días favorables, de buen augurio, que caían en los días quince de los meses de marzo, mayo, julio y octubre y en los días 13 de los restantes meses (en esa época el 13 no era de mala suerte, evidentemente). Pero a mi me mencionan marzo y pienso en Alicia, el Sombrerero Loco y la liebre “marcela" (como la llamaba cierta nena hace años). Y siempre es buena cualquier excusa para releer a Carroll


  “-Necesitas un corte de pelo- intervino el Sombrerero. Había estado un rato mirando a Alicia con gran curiosidad, y esto fue lo primero que dijo. -Debería aprender a no hacer observaciones personales- dijo Alicia con severidad-. Es muy grosero. El Sombrerero abrió enormemente los ojos al escucharla, pero todo lo que dijo fue: -¿En que se parece un cuervo a un escritorio? ´¡Bueno, ahora nos divertiremos un poco!, pensó Alicia. ´¡Me alegra que se hayan puesto a proponer adivinanzas!´, y en voz alta agregó: -Creo que esa la puedo adivinar. -¿Quieres decir que piensas que puedes descubrir la respuesta?- dijo la Liebre de Marzo. -Exactamente- dijo Alicia. -Entonces, deberías decir lo que quieres decir- continuó la Liebre de Marzo. -Es lo que hago- replicó precipitadamente Alicia-. Por lo menos… Por lo menos quiero decir lo que digo… es lo mismo, naturalmente. -¡Ni medio lo mismo!- dijo el Sombrerero-. ¡Del mismo modo podrías decir ´veo lo que como´ es lo mismo ´como lo que veo¨! -¡Del mismo modo podrías decir- agregó la Liebre de Marzo- que ´me gusta lo que tengo´ es lo mismo que ´tengo lo que me gusta´! -¡Del mismo modo podrías decir- añadió el Lirón, que parecía hablar en sueños- que ´respiro cuando duermo´ es lo mismo que ´duermo cuando respiro´! -Sí es lo mismo para ti- dijo el Sombrerero, y aquí la conversación se interrumpió, y todos permanecieron un rato silenciosos, mientras Alicia pasaba revista a todos sus conocimientos sobre cuervos y escritorios, que no eran muchos.” 

Lewis Carroll, Los Libros de Alicia, Ediciones de La Flor S.R.L. – Best Ediciones Buenos Aires 1998, pag. 72/73





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