“Yo la siento gemir, y sus gemidos,/
Saetas del pesar, me despedazan,/
Reproches del deber, me paralizan,/
Pregones de vergüenza, me anonadan!”
Almafuerte “La Sombra de la Patria” (fragmento, II)
Mal de muchos consuelo de tontos, suele decirse. Pero a veces descubrir que lo que nos pesa también disgusta a otro (sobretodo cuando ese otro es alguien cuya opinión se tiene en alta estima) hace que te sientas menos solo y que reverdezca cierta cuota de esperanza que amagaba al marchite.
Eso me pasó ayer al leer en la sección de Opinión de La Nación un artículo de Marcos Aguinis (acotación marginal: me debo todavía “capturar” La gesta del Marrano, en cuanto pueda volver a deambular por las librerías de la City no la dejo escapar).
Cuando la ira (roja, visceral, auténticamente física) me asalta al ver los diarios y oir los diversos programas de noticias, evidentemente no estoy teniendo una reacción “exagerada” y “exótica” en el contexto. Muchos estamos sintiendo que se ha llegado a un límite que no podemos permitirles traspasar. Trascribo porque, honestamente, siento que es un resumen elocuente:
“Vivimos días que serán inscriptos en la historia. No como gloriosos, según Cristina Kirchner, sino repugnantes. (…) Nadie, ahora, puede desobedecer las órdenes de Cristina Fernández de Kirchner si pretende continuar recibiendo los óleos de su protección. No es falso que en su cercanía se haya dicho que “a la Señora no se le habla. Se la escucha.” El culto a su personalidad está en pleno desarrollo. Se lo considera prioritario, aunque lleve a la destrucción del partido o los partidos políticos que la encaramaron en el poder. Lo grave de esta tendencia es que no sólo daña a la política, sino que lastima gravemente el prestigio y el futuro de nuestro país. La última manifestación de esta pulsión antipatriótica lo expresa el absurdo acuerdo con Irán. Esta república islámica representa un elocuente rechazo al progresismo. Está gobernada por una teocracia severa con insignificantes maquillajes de democracia electiva. Discrimina a la mujer. Prohíbe la libertad sexual con castigos que pueden llegar al fusilamiento. Es abiertamente antisemita. Afirma sin pudor su deseo de borrar del mapa a otro país. Suministra armas al carnicero de Siria. Nutre grupos terroristas. Quiere convertirse en el líder de la lucha contra los valores de Occidente. (…) El culto a la personalidad está llegando al grotesco de que la Presidenta determine a qué hora debe cesar una sesión en el Senado. Sobrarían otros ejemplos. Quizás ayude a razonar mejor la historia de Fausto. Ese potente personaje de la ficción revela con precisión afilada hasta dónde puede llevar la ceguera del apasionamiento. Un pacto con el Diablo es un pacto con el Diablo. Y las consecuencias no son sino diabólicas. Fausto lo sabía, pero no le importó. Los legisladores y funcionarios que ejercen la “obediencia debida” lo saben. Debería importarles, aunque prefieren obedecer ahora, antes que pensar en los castigos futuros. Han perdido el interés en el futuro, todas sus acciones se reducen al cortísimo plazo. Entre las condenas que recibirán sin duda, habría que estudiar si no va a calzarles EL INFAME DELITO DE TRAICIÓN A LA PATRIA. Un delito que no prescribe y que no sólo les hará papilla la conciencia, sino el patrimonio y el afecto de sus amigos y familiares. Es necesario que ahora, antes de complicarse con un pacto demoníaco, lo piensen del derecho y del revés. No se trata de un pacto progresista, se trata de una ostentosa traición al progresismo vanamente invocado. ESTE PACTO, PARA COLMO, COMPROMETERÁ A LA NACIÓN.”
Macos Aguinis – para La Nación- “Traición al progresismo”, Jueves 21 de febrero de 2013, página 21.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario