Hace unos días repasaba –por mandato escolar- el concepto de anáfora, ese recurso poético de reforzar una imagen por medio de la reiteración rítmica de una misma palabra al inicio de cada frase o verbo. Y como las ideas son pocas y a uno lo acechan, esta mañana me preguntaba si debía calificar la coincidencia de la referencia borgeana en dos columnas de opinión, una al lado de la otra a página 7 del suplemento Sábado de La Nación, como una forma (chapucera) de licencia poética. O si era más bien un desliz del diagramador o del encargado de edición. O, simplemente era yo haciendo alarde de fastidio con esta tendencia a analizarlo todo.
Como corresponde, leo de izquierda a derecha. Empecé leyendo la columna “En algún lugar del mundo” de Hernán Iglesias Illa “Google quiere que seamos inmortales”, que refiere al anuncio de Google de crear una empresa dedicada a “la vejez y sus enfermedades asociadas”. La vejez es una falla en el sistema, dicen, y entonces se le puede encontrar cura. Y el autor de la columna al hablar de la inmortalidad rememora el cuento “El Inmortal” de Borges y a su personaje Marco Flaminio Rufo. Termina su análisis así: “`La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres` le hace decir Borges a Rufo en El Inmortal. Si viviéramos 150 años, creo, seríamos casi tan preciosos. Pero igual de patéticos.”
La cita y en especial el hacerme revivir ese cuento maravilloso (uno de los que casi sé, literalmente, de memoria) me predispone de muy buen humor hasta que leo la columna vecina, también enredada con Borges. La columna de la derecha (melliza, mismo diseño, mismas cantidad de columnas) corresponde al espacio de opinión “Ideas y personas” de Julieta Sopeña; el artículo “El infinito borgeano convertido en luz”. Y leo la descripción de la muestra “El Aleph” de los artistas europeos Anthony McCall y Mischa Kuball en el Faena Art Center: “…en el piso inferior la puesta de Kuball consta de bolas de disco apenas iluminadas que giran y reflejan puntitos en el piso, el techo y la pared, pintados de negro, desdibujando por completo sus límites. (…) ;McCall, en tanto, recreó enormes conos de luz traslúcidos que parten del techo hasta crear, en el suelo, contornos de formas variadas (obras difíciles de explicar si las hay). En ambos casos queda claro que el curador quiso jugarle una pasada (aunque buena) al espectador: El Aleph o jaque mate a los sentidos.”
Por supuesto que leer las características de esta muestra de arte (la que obviamente no voy a concurrir a visitar) logra malhumorarme no sólo por el día sino por el próximo lustro. Yo sé que cualquiera dirá que es mera envidia, porque yo no accedo con mi trabajo al Faena, pero una obra que se describa como “puntitos” de luz en la pared es algo que –vaya uno a saber por qué misterio- me irrita. Yo puedo pensar en El Aleph y ver la escalera, y ese escalón en particular sobre el que flota una esfera que reproduce el antes, el ahora y el futuro de todo lo que hay, hubo y habrá en el mundo; y puedo ver a Baudolino tratando de explicárselo al falso Preste Juan allende la tierra conocida. Puedo ver muchísimas imágenes con la sola mención de la primera letra del alfabeto. Pero ciertamente puntitos de luz en una pared pintada de negro NO. Y ni que decir de los conos que resultan indescriptibles… Y el jaque mate a los “sentidos” (al sentido común, será). ¿Por qué lo tiene que llamar “arte”? ¿Por qué tildarlos de “obra”? Son provocaciones, puestas para “epatar” (¡qué expresión antigua!). Serán ideas, búsquedas creativas. Pero no son obras y, realmente, la simplificación oportunista es lo más lejano a Borges que pueda existir. Sospecho que los “artistas europeos” y el bendito “curador” poco han entendido (de todo).-
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