domingo, 15 de septiembre de 2013




     Sigo rondando en torno a mi La Lista de los Ángeles. Voy, vengo, busco. ¿Qué? Qué se yo, “eso”, eso que hace que una imagen tenga autonomía estética, que la obra me mire a mí con un desplante de arrogancia y yo la mire desde fuera, satisfecha pero aparte. Eso que me haga sentir que logré dar con el punto personal en el desnudo masculino, que me identifique y me defina. El equilibrio en el placer de hacer y el placer del después, cuando yo ya no tengo nada más que ver.





En el último ejemplar de la Revista Sur que conseguí hace un par de días conmemora el centenario de Almafuerte. Escribe Eduardo González Lanuza:

  “La poesía no es para él espectáculo, ni ejercicio, sino necesidad fisiológica, hambre y sed de comunicación. (…) Ser algo es ser esclavo: no hay libertos…, o, lo que es lo mismo, sólo puede haber liberación en la nada: la conducta humana va trenzando las mallas de una red, cada una de las cuales podrá ser el resultado de una libre resolución, pero que se ciñen en torno del tejedor para irle aprisionando cada vez más irremediablemente: ser algo, es ser esclavo de ese algo, y efectivamente no hay libertos… (…) No otro es el sentido de sus famosos “Siete sonetos medicinales”, que, con prescindencia de su valor poético, pueden ser considerados como verdaderos tónicos literarios, porque en su extremada desesperación parece resurgir un final vislumbre de esperanza, no de felicidad, a la que siempre menospreciara Almafuerte, sino de afirmación de lo humano, que era lo único que en verdad le interesaba. Como demostración de esto, será necesario releer nada más que el primero de ellos: “Si te postran diez veces, te levantas/ Otras diez, otras cien, otras quinientas,/ No han de ser tus caídas tan violentas/ Ni tampoco por ley han de ser tantas./ Con el hambre genial con que las plantas/ Asimilan el humus avarientas,/ Deglutiendo el rencor de las afrentas/ Se formaron los santos y las santas./ Obsesión casi asnal, para ser fuerte,/ Nada más necesita la criatura,/ Y en cualquier infeliz se me figura/ Que se rompen las garras de la suerte…/ ¡Todos los incurables tienen cura/ Cinco segundos antes de la muerte!” He aquí la obstinación, la simple persistencia transformada en sostén único de la realidad del ser. (…) Hay que persistir, aceptar el mal, “deglutir” la afrenta en forma sorda, vegetal, como asimilan el humus las plantas, nutrirse de ellas si se quiere alcanzar esa zona superior del espíritu que es para él la santidad. Ser santo, para él, es tener la capacidad de aguante de la planta enraizada, no evitar el rencor, sino incorporarlo transformándolo. (…) Peo obstínate y triunfa. Para ser fuerte, no necesitas más que empacarte, y entonces verás como en ti se rompen las garras de la suerte: la obstinación triunfando del azar. Regresa a la simple existencia obsesiva y alcanzaras incluso la inmortalidad… (…) …se llega a ser lo que se es a fuerza de persistir en ello, única forma de eludir a la nada, y lo expresa en estos versos de otro de sus mencionados sonetos: “Procede como Dios que nunca llora,/ O como Lucifer que nunca reza,/ O como el robledal, cuya grandeza/ Necesita del agua y no la implora.” …La norma ética que le interesa es la interna de fidelidad a sí mismo: que Dios permanezca por encima del llanto y Lucifer por debajo de la piedad, tanto da.” 

Eduardo González Lanuza, “Almafuerte, existencialista Avant la Lettre", Revista Sur 229 Julio y Agosto 1954, pag. 74/76






     Debo haber leído a Almafuerte por primera vez allá por mis doce o trece años. Memoricé, lógicamente, sus Sonetos Medicinales. Por esos juegos del inconsciente muté el “obsesión casi asnal” por obcecación asnal en mi versión personal, y he aplicado concienzudamente esa premisa en mi vida desde entonces. Empacarme como mula ha sido mi estrategia constante frente a las cuestiones que realmente me importaban. La misma que me tiene luchando hoy para dar con la línea y el matiz en mis Ángeles.






     A veces me entra la sospecha de que la raíz de todos mis males (o de lo que como “males” signa mi entorno) ha sido el haber crecido con demasiado acceso a los libros. He sido maldecida por la imprenta. ¿Habrá un sector en el purgatorio para nosotros? ¿Uno con muchas estanterías y todos esos libros que nos empedraron el camino al infierno? ¿Ahí, donde en estricto uso del libre albedrío, volveremos a leerlos dispuestos, ¡sin margen de duda!, a perder nuestra alma inmortal por ellos?





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