La totalidad de las imágenes que se reproducen en este blog corresponden a obras de mi autoría.
viernes, 29 de abril de 2016
lunes, 25 de abril de 2016
“Pintada de negro, la fachada contrasta
con los edificios vecinos. En Wynwood, el barrio más cool de Miami, no parece
haber metro cuadrado que no esté intervenido por artistas. A cada paso se
encuentra una galería, una tienda de diseño, un bar repleto de jóvenes que
hablan distintos idiomas. Llama la
atención por su perfil bajo el estudio de Romero Britto, famoso a nivel mundial
por obras de colores primarios a las que, incluso, a veces agrega brillantina.
Tal vez sea otra estrategia de marketing de este brasileño de origen humilde
que logró cumplir como pocos el sueño americano: no sólo se hizo millonario, sino
que logró ingresar en el restringido círculo de los principales líderes mundiales.
¿Cómo lo hizo? Lo contará en unos minutos,
después de que sus asistentes hayan revisado el cuestionario de preguntas y
recuerden que las entrevistas tienen un límite de tiempo. Exigen para él un
trato similar al de las figuras que lo rodean en las fotos colgadas en las
paredes: desde Bono y Shakira hasta Carlos Slim, Bill Clinton, Shimon Peres y
el papa Francisco.
Una carta con saludos de Navidad firmada por
el príncipe Carlos y su mujer, Camila, acompañan el regalo enviado desde
Inglaterra: un sobrio grabado realizado en tonos ocres por el artista británico
Robbie Wraith, la única obra que no está firmada por Britto en este laberíntico
espacio de 15.000 metros cuadrados.
El bunker creativo, donde se exhibe cada
artículo publicado en la prensa, aloja a decenas de personas que trabajan
frente a sus computadoras en cubículos cerrados y silencio absoluto. Diez de
ellas ayudan a diario a Britto con el infinito proceso de producción. Pinturas,
grabados y el más variado merchandising, que abarca alianzas con algunas de las
marcas más conocidas a nivel mundial, salen desde aquí hacia Britto Central, en
Lincoln Road -la principal calle comercial de Miami Beach-, y a otras 200
galerías y comercios de distintos países.
También se reciben encargos de todo tipo:
intervenir autos, guitarras, aviones y cruceros; realizar esculturas públicas
-como la manzana que recibe a los pasajeros en el aeropuerto J. F. Kennedy, en
Nueva York, o la faraónica pirámide que instaló en Hyde Park, en Londres-, o
participar como embajador de los próximos Juegos Olímpicos de Río de Janeiro,
donde portará la antorcha y presentará una edición especial de la botella de
Coca-Cola con sus dibujos.”
Al leer
ayer, en la edición papel de la revista dominical de La Nación, este artículo
sobre Britto me encontré primero
decepcionada y después entré en abierta sospecha. Soy testigo de la evolución marketinera de Britto.
Hace casi nueve años, en mi primer viaje a Miami, vi su puestito de venta de coloridos recuerdos en el
aeropuerto. Años después compré un Gato
de Cheshire intervenido por él en el store oficial de un parque Disney.
Hace un par de años me choqué con su enorme corazón en el aeropuerto de New York. Una progresión creciente de claro perfil comercial y certera
estrategia publicitaria. Me lo imaginé
entonces como una persona hábil en esto de los negocios, con una obra linda y adaptable. Ayer leer que su personal chequea las
preguntas que podrá hacerle un periodista en un limitado plazo de tiempo me
desbarató toda la imagen elaborada en años de seguir su obra. Pero lo
que me descolocó por completo fue la cuestión del silencio en que se trabaja
dentro de su taller ¿Silencio? No encaja
una cosa con otra.
Su obra,
como corresponde, habla de la idiosincrasia de su autor y su contexto. Conozco bastante Brasil (si no fuera que no puedo no vivir en Baires viviría en Río de
Janeiro), y la estética de color de Britto
es muy característica de los artistas brasileros. Trasmite la energía vibrante que impone su
geografía, un entorno imposible de deslindar de cualquier acción creadora. Y Recife,
en el nordeste, tiene además esa cadencia intangible de una cultura menos “infiltrada” que el sur laborioso.
Pero en Brasil siempre hay
ruido, una acompasada música de fondo que marca la propia naturaleza dominante
del lugar. Brasil es luz, energía y ritmo.
¿Cómo un artista surgido de esa impronta va a exigir silencio en su
taller? La obra de Britto no es silenciosa, no es solemne, no es rígida. Leí un artículo que reproducía la obra de un
artista que conozco pero que hablaba de una persona que nada tenía que ver.
¿Eso hace
el merchandising? ¿Modifica la esencia de una persona para hacerla
más compatible con las normas del mercado?
¿Necesariamente hay que prefabricar todo, falsear lo que originariamente
era característico, bueno y único, para
que sea convenientemente comercial? ¿En
qué momento se perdió la verdad, el sostén real de una obra muy auténtica en su
origen, muy identificable, muy cierta al trasmitir el espíritu lúdico de su
creador, quién consagra en su visión estética todo su bagaje étnico y
cultural?
No me
desilusioné, no, sencillamente me enojé.
¿Realmente Britto eligió esto
o es una víctima de un sistema que produce en serie? Claro, ya se.
Britto es un multimillonario,
no una víctima. Si todo funciona de
maravillas, ¿quién se va a quejar? Pero
no, me niego a creer que el mercado está por sobre la libertad (libre) de un artista auténtico. Y me
pregunto, ¿hasta cuándo funciona algo así? (Sí,
que importa, si ya se facturó). ¿Cuánto
puede sobrevivir la pulsión creativa aprisionada entre la estructura funcional
del mercado? Cuando el arte pasa a ser chuchería de intercambio, souvenir
barato, baratija de mercado de pulgas, ¿qué se hace?
domingo, 24 de abril de 2016
Crónicas equinas – reflexivas-
Cuando
comencé a exponer, allá en mis juveniles comienzos, la más habitual crítica que
recibía de los artistas de más edad era que hacía mucho en poco espacio. Que en cada obra había demasiadas obras. Que amontonaba, que exageraba, que dentro de
mi trabajo faltaba aire. Nunca puse en
duda que lo que me decían era escrupulosamente cierto. Siempre he tendido al exceso.
Con el correr de los años traté de controlar
mi natural tendencia a decir de todo y al mismo tiempo. Presté especial atención a los silencios en
la composición de cada obra y me obligué prolijamente a ellos. Después, en algún momento que no se si puedo
precisar, dejó de importarme todo: la prudencia, el deber ser y la reticencia
estética. Un día asumí sin culpas que hacemos lo que somos, y me ocupé exclusivamente
en el placer de hacer lo que me venía en ganas.
Hoy,
trabajando en mi Caballito, recordé ese (buen)
consejo de mis inicios y vi que seguía siendo lo mismo. Exagero en los detalles. Trabajo cada pedacito de montura como si sólo
eso fuera todo el conjunto. Me desespero
por encontrar una pintura dimensional que permita definir las crines una por
una, mechón por mechón. Necesito una
laca que haga que la textura se la piel de papel de servilleta sepa al tacto
como el pelaje aterciopelado de un caballito de verdad. ¿Para qué?
¿No se supone que tiene que lucir como una estructura de carrusel,
lustrosa, colorida y estática? No. Yo quiero muchas cosas, todas al mismo
tiempo, que mi Caballito sea la síntesis del recuerdo infantil y la
añoranza adulta. Quiero que mi Caballito
saque al espectador de toda lógica de tiempo y lugar.
Como el
asunto del pie. Le agregué unos falsos
engranajes de cartón más que nada para sostener unificada la estructura y que
no se desmorone con tanta facilidad (aún se tambalea, pese a todos mis esfuerzos y al pegoteo de sogas). Después quise que recordara en la forma y en
el colorido a la idea de una calesita.
Pero claro, yo tengo mi propia imagen de calesita, la del barrio, la que
era un poco pobre en sus animalitos deslucidos, pero que alegraba todo con
abundancia de fileteados porteños. Así
que decidí que el escalón bajo del pie tiene que ser fileteado, por lo que voy
a volver a desmontar al Caballito para trabajar el soporte
en un concepto absolutamente localista.
¿Es necesario? Sí,
totalmente. Y sí, son demasiadas cosas
al mismo tiempo. Un agobio. Pero que se le va a hacer… He sabido oír los buenos consejos pero nunca
he podido dejar de ser quién soy.
jueves, 21 de abril de 2016
martes, 19 de abril de 2016
Vida
(real) de un artista emergente y
autogestionado.
Los artistas autogestionados (léase: sin galería ni representante, sin
mecenas ni espónsores, o sea, los que se pagan de su propio bolsillo todo lo
que hacen) debemos elegir con criterio economicista las diversas acciones
que emprendemos para difundir nuestra obra. Nuestro presupuesto es muy escaso.
Debemos contar las monedas cuando nos enfrentamos a la opción de costearnos
participar en una muestra, incluir obra en algún libro o catálogo, difundir vía
web en sitios pagos.
Una de las acciones que
parece haberse puesto de moda en los sitios web dedicados al arte y revistas digitales es la de
reseñar los talleres de artistas.
Proponen (por un módico arancel)
entrevistar al artista en su entorno cotidiano de trabajo, ilustrando con las
debidas fotografías del lugar. Mostrar
el detrás de escena, el “contexto”
creativo. Que el espectador vea la
génesis de la obra, la realidad de las cual surge la visión estética del
autor. Todo muy lindo, íntimo y
simpático. Consideré durante casi dos
minutos completos el contratar este servicio de “difusión de artistas”. Y al
cabo de los dos minutos me pregunté: ¿qué taller?
Mi taller
es una auténtica falacia, que como tal, parece pero no es. Una expresión de deseo sin correspondencia
física. Yo no puedo traer a nadie a mi “taller” por la sencilla razón de que no existe en un determinado lugar
físico, sino que se desparrama por donde encuentre espacio. Casi, casi, un lugar imaginario. Mi Ávalon personal.
Sí, tengo
mi tablero y mis caballetes, unas cajoneras de archivo, un par de armarios con
porquerías varias y una mesa de pino que puedo ensuciar libremente, en un punto concreto de mi casa (lugar que no uso para pintar ya
que generalmente trabajo en la mesada de la cocina).
Pero también puede teóricamente considerarse mi
taller el hueco del costado de la escalera donde amontono obra…
…un sector de mi biblioteca, donde apilo sobre los
respaldos de los sillones y en los rincones de detrás de la mesa de la
computadora…
…otro rincón de una habitación momentáneamente sin
uso…
…la ducha del baño de planta alta, donde fueron a parar mis Bandejas
Enmascaradas…
… y todo el
baño auxiliar donde tanto mi Caballito de Carrusel como el
maniquí se esconden de la humedad eterna de este clima lluvioso -con la
esperanza de poder secar para avanzar sobre ellos-, y donde suelen ir a refugiarse las cosas que
voy terminando y las obran enmarcadas cuyos marcos quiero preservar del roce de
ir apoyándolos por el piso hoy aquí mañana allá…
No es
serio llamar “taller” a mi
desordenada colección de rincones y huecos de mi casa que he ido invadiendo a lo largo de los
años. Suena poco serio. Supongo que un artista “de verdad”, de esos que tienen agente, marchand y RRPP, lo primero
que tiene (aun antes de tener obra)
es un taller como corresponde.
Triste. Me hubiera gustado contratar
uno de esos simpáticos artículos del artista y su taller, pero resulto
demasiado impresentable. Mi vida real
(de artista) no cumple los requisitos de una (auténtica) vida de artista.
Post data:
Si, es verdad. En mi casa es normal una
conversación en estos términos:
-¿Dónde
está el caballo?
-En
el baño.
-¿Y
las máscaras?
-En
la ducha.
domingo, 17 de abril de 2016
Bajo la lluvia van la gente y las historias,
los momentos van, buscando los motivos,
la casualidad en medio de la lluvia va,
ella camina en los espejos harta de volar,
yo sigo aquí entre sábanas y música ¿dónde estarás?
Que llueve, reflejos que se ahogan duele,
qué quieres se me antoja verte, y duele.
Bajo la lluvia va la gente buena y mala,
todos por igual, el pobre, el rico,
la estresada y lo vulgar, y en medio de la lluvia van,
comienzos y finales, gota a gota harán de luchas y de treguas,
vidas únicas ¿dónde estarás?
Que llueve, tu pelo se te moja y duele,
no importa tanto pero hoy llueve... llueve.
los momentos van, buscando los motivos,
la casualidad en medio de la lluvia va,
ella camina en los espejos harta de volar,
yo sigo aquí entre sábanas y música ¿dónde estarás?
Que llueve, reflejos que se ahogan duele,
qué quieres se me antoja verte, y duele.
Bajo la lluvia va la gente buena y mala,
todos por igual, el pobre, el rico,
la estresada y lo vulgar, y en medio de la lluvia van,
comienzos y finales, gota a gota harán de luchas y de treguas,
vidas únicas ¿dónde estarás?
Que llueve, tu pelo se te moja y duele,
no importa tanto pero hoy llueve... llueve.
Alejandro
Sanz, Hoy llueve, hoy duele
Y sigue
lloviendo. No se puede nada, pero yo soy
terca, y no tengo otro tiempo que el tiempo relativamente “libre” de los fines de semana.
Así que el clima se empecina en la humedad y yo me empecino en seguir
siendo yo y mi circunstancia (entendiendo
“circunstancia” por mi pasión actual por la cartapesta de servilletas de cocina).
A mí me
resulta todo muy lógico. Pinterest me
enloqueció con un jolgorio de imágenes de caballitos de carrusel (¿cómo resistirme?), pero también de
maniquíes intervenidos. Así que mientras
entraba en un frenesí encaprichado por conseguir un caballito creíble con
rollos de cocina y servilletas de papel, de reojo miraba una botella de
limpiador de pisos que podría resultar el sostén central de un maniquí estilo
art-decó. Dibujé con lapiceras de gel esa
bonita imagen de inspiración (absurda).
En las
pausas obligadas en la espera de que Caballito seque una capa para
avanzar con la otra, despunté el vicio con una botella de plástico de Harpic,
dos botellitas de un tratamiento para cabello teñido y una pequeñita de shampú
de hotel con su linda tapita redonda.
Las apilé pegotéandole papel en un obstinado (e infantil) empeño por vencer la
ley de la gravedad. Obviamente, ni las diversas
botellitas se sostenían, ni la cola diluida secaba, ni el papel servía de
soporte. Tras muchos derrumbes y una
irritante frustración logré esta mañana que el esperpento quedara en pie:
Se
necesita, claro, mucha imaginación y muchísimo trabajo irracional y fundamentalista para
aproximarse a la meta. Y que el clima
seque. ¡Basta de llover!
sábado, 16 de abril de 2016
Reservé
ayer el espacio para participar de una muestra colectiva en Roma, Italia, en octubre próximo,
coordinada por Loft Espacio Alfa (info@loftespacioalfa.com.ar). Elegí
participar con la obra reproducida en impresión sobre tela, y postulé “Resabio
de conquista”
La muestra
se hará en la galería DELLA PIGNA - PALAZZO
PONTIFICIO MAFFEI MARESCOTTI
Mientras, el fenómeno
de El Niño sigue provocando días y
días de lluvia, que hacen que la habitual humedad de BAires sea más que húmeda mojada.
Y es un hecho: este clima no es el idóneo para la cartapesta. Nada seca, lo
húmedo se desprende, las estructuras se desmoronan. Este
es uno de esos momentos que mi poca sociabilidad beneficia al mundo: mi humor
está claramente atravesado por la frustración y el fastidio. Muy mal
humor. Muy húmedo mal humor.
jueves, 14 de abril de 2016
Confirmando
mi espíritu veleta, pese a detestarlo por un montón de (fundados) motivos no
puedo no coincidir con parte de lo que dice Koons en el reportaje que le publica hoy La Nación, en estos días
que lo tenemos de glamorosa visita por BAires:
“Pienso
que ser honesto, ser verdadero, es lo que va a shockear al público. Si alguien
intenta shockear, no tiene relevancia. Si los artistas jóvenes quieren hacer
obras con la intención de provocar, eso va durar muy poco tiempo. No va a
penetrar en la sociedad. Pero si los individuos son honestos y persiguen sus
intereses, eso siempre es shockeante, porque es directo. Es refrescante. El
arte tiene el poder de llevarte a un mayor nivel de conciencia. Tiene la
capacidad de revelar cuál es nuestro potencial como seres humanos.”
http://www.lanacion.com.ar/1889100-jeff-koons-los-juicios-alienan-y-segregan-todo-es-perfecto-tal-cual-es
Por supuesto que uno podría detenerse a
debatir que cosa llama él “honestidad”,
cuando de la simple observación del desarrollo de su obra uno observa una
escrupulosa estrategia de marketing como sostén y direccionamiento, lo que por
acá decimos no dar jamás puntada sin hilo.
Pero aun cuando los hechos no compatibilicen con ellas, sus palabras me
parecen por demás certeras.
La coherencia es shockeante, sin duda, y
en todas las esferas de la vida. Tratar
de vivir acorde lo que se piensa es todo un desafío, sobre todo si partimos de
que por lo general no solemos detenernos a catalogar qué pensamos, cuáles son
nuestras verdades innegociables y hasta dónde se extienden los límites que nos
negaremos a traspasar a cualquier precio.
Conocerse, cierto, es el ejercicio al que lleva el arte. Descubrir quiénes somos para poder trasmitirlo
hacia afuera estéticamente. Es
interesante que alguien con quién –a nivel de teoría artística y concepción de
cómo debe “comercializarse” (¡con
perdón!) la obra de arte- no concuerdo en nada, coincido totalmente en
la honestidad como fundamento visceral del artista. Se ve que no estamos tan
lejos ni de aquellos que nos ponemos en el extremo más opuesto. El mundo es
chico y la vida corta.
Y es la honestidad (intelectual) la que me obliga a reconocer que no me resultó tan
detestable Koons en el reportaje que
he leído esta mañana.
Postdateo esta captura porque la vi recién y me pareció una respuesta a lo que escribí mas temprano:
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