domingo, 24 de abril de 2016


    Crónicas equinas – reflexivas-



     Cuando comencé a exponer, allá en mis juveniles comienzos, la más habitual crítica que recibía de los artistas de más edad era que hacía mucho en poco espacio.  Que en cada obra había demasiadas obras.  Que amontonaba, que exageraba, que dentro de mi trabajo faltaba aire.  Nunca puse en duda que lo que me decían era escrupulosamente cierto.  Siempre he tendido al exceso.  

     Con el correr de los años traté de controlar mi natural tendencia a decir de todo y  al mismo tiempo.  Presté especial atención a los silencios en la composición de cada obra y me obligué prolijamente a ellos.  Después, en algún momento que no se si puedo precisar, dejó de importarme todo: la prudencia, el deber ser y la reticencia estética.  Un día asumí sin culpas que  hacemos lo que somos, y me ocupé exclusivamente en el placer de hacer lo que me venía en ganas.






     Hoy, trabajando en mi Caballito, recordé ese (buen) consejo de mis inicios y vi que seguía siendo lo mismo.  Exagero en los detalles.  Trabajo cada pedacito de montura como si sólo eso fuera todo el conjunto.  Me desespero por encontrar una pintura dimensional que permita definir las crines una por una, mechón por mechón.  Necesito una laca que haga que la textura se la piel de papel de servilleta sepa al tacto como el pelaje aterciopelado de un caballito de verdad.  ¿Para qué?  ¿No se supone que tiene que lucir como una estructura de carrusel, lustrosa, colorida y estática?  No.  Yo quiero muchas cosas, todas al mismo tiempo, que mi Caballito  sea la síntesis del recuerdo infantil y la añoranza adulta.  Quiero que mi Caballito saque al espectador de toda lógica de tiempo y lugar. 










     Como el asunto del pie.  Le agregué unos falsos engranajes de cartón más que nada para sostener unificada la estructura y que no se desmorone con tanta facilidad (aún se tambalea, pese a todos mis esfuerzos y al pegoteo de sogas).  Después quise que recordara en la forma y en el colorido a la idea de una calesita.  Pero claro, yo tengo mi propia imagen de calesita, la del barrio, la que era un poco pobre en sus animalitos deslucidos, pero que alegraba todo con abundancia de fileteados porteños.  Así que decidí que el escalón bajo del pie tiene que ser fileteado, por lo que voy a volver a desmontar al Caballito para trabajar el soporte en un concepto absolutamente localista. 

     ¿Es necesario?  Sí, totalmente.  Y sí, son demasiadas cosas al mismo tiempo.  Un agobio.  Pero que se le va a hacer…  He sabido oír los buenos consejos pero nunca he podido dejar de ser quién soy.








No hay comentarios:

Publicar un comentario