Crónicas equinas – reflexivas-
Cuando
comencé a exponer, allá en mis juveniles comienzos, la más habitual crítica que
recibía de los artistas de más edad era que hacía mucho en poco espacio. Que en cada obra había demasiadas obras. Que amontonaba, que exageraba, que dentro de
mi trabajo faltaba aire. Nunca puse en
duda que lo que me decían era escrupulosamente cierto. Siempre he tendido al exceso.
Con el correr de los años traté de controlar
mi natural tendencia a decir de todo y al mismo tiempo. Presté especial atención a los silencios en
la composición de cada obra y me obligué prolijamente a ellos. Después, en algún momento que no se si puedo
precisar, dejó de importarme todo: la prudencia, el deber ser y la reticencia
estética. Un día asumí sin culpas que hacemos lo que somos, y me ocupé exclusivamente
en el placer de hacer lo que me venía en ganas.
Hoy,
trabajando en mi Caballito, recordé ese (buen)
consejo de mis inicios y vi que seguía siendo lo mismo. Exagero en los detalles. Trabajo cada pedacito de montura como si sólo
eso fuera todo el conjunto. Me desespero
por encontrar una pintura dimensional que permita definir las crines una por
una, mechón por mechón. Necesito una
laca que haga que la textura se la piel de papel de servilleta sepa al tacto
como el pelaje aterciopelado de un caballito de verdad. ¿Para qué?
¿No se supone que tiene que lucir como una estructura de carrusel,
lustrosa, colorida y estática? No. Yo quiero muchas cosas, todas al mismo
tiempo, que mi Caballito sea la síntesis del recuerdo infantil y la
añoranza adulta. Quiero que mi Caballito
saque al espectador de toda lógica de tiempo y lugar.
Como el
asunto del pie. Le agregué unos falsos
engranajes de cartón más que nada para sostener unificada la estructura y que
no se desmorone con tanta facilidad (aún se tambalea, pese a todos mis esfuerzos y al pegoteo de sogas). Después quise que recordara en la forma y en
el colorido a la idea de una calesita.
Pero claro, yo tengo mi propia imagen de calesita, la del barrio, la que
era un poco pobre en sus animalitos deslucidos, pero que alegraba todo con
abundancia de fileteados porteños. Así
que decidí que el escalón bajo del pie tiene que ser fileteado, por lo que voy
a volver a desmontar al Caballito para trabajar el soporte
en un concepto absolutamente localista.
¿Es necesario? Sí,
totalmente. Y sí, son demasiadas cosas
al mismo tiempo. Un agobio. Pero que se le va a hacer… He sabido oír los buenos consejos pero nunca
he podido dejar de ser quién soy.
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