martes, 19 de abril de 2016



     Vida (real) de un artista emergente y autogestionado.


     Los artistas autogestionados (léase: sin galería ni representante, sin mecenas ni espónsores, o sea, los que se pagan de su propio bolsillo todo lo que hacen) debemos elegir con criterio economicista las diversas acciones que emprendemos para difundir nuestra obra. Nuestro presupuesto es muy escaso. Debemos contar las monedas cuando nos enfrentamos a la opción de costearnos participar en una muestra, incluir obra en algún libro o catálogo, difundir vía web en sitios pagos.

     Una de las acciones que parece haberse puesto de moda en los sitios web dedicados al arte  y revistas digitales es la de reseñar los talleres de artistas.  Proponen (por un módico arancel) entrevistar al artista en su entorno cotidiano de trabajo, ilustrando con las debidas fotografías del lugar.  Mostrar el detrás de escena, el “contexto” creativo.  Que el espectador vea la génesis de la obra, la realidad de las cual surge la visión estética del autor.  Todo muy lindo, íntimo y simpático.  Consideré durante casi dos minutos completos el contratar este servicio de “difusión de artistas”.  Y al cabo de los dos minutos me pregunté: ¿qué taller?

     Mi taller es una auténtica falacia, que como tal, parece pero no es.  Una expresión de deseo sin correspondencia física.  Yo no puedo traer a nadie a mi “taller” por la sencilla  razón de que no existe en un determinado lugar físico, sino que se desparrama por donde encuentre espacio.  Casi, casi, un lugar imaginario.  Mi Ávalon personal.

     Sí, tengo mi tablero y mis caballetes, unas cajoneras de archivo, un par de armarios con porquerías varias y una mesa de pino que puedo ensuciar libremente,  en un punto concreto de mi casa (lugar que  no uso para pintar ya que generalmente trabajo en la mesada de la cocina).






Pero también puede teóricamente considerarse mi taller el hueco del costado de la escalera donde amontono obra…




…un sector de mi biblioteca, donde apilo sobre los respaldos de los sillones y en los rincones de detrás de la mesa de la computadora…




…otro rincón de una habitación momentáneamente sin uso…




…la ducha del baño de planta alta, donde fueron a parar mis Bandejas Enmascaradas






… y  todo el baño auxiliar donde tanto mi Caballito de Carrusel como el maniquí se esconden de la humedad eterna de este clima lluvioso -con la esperanza de poder secar para avanzar sobre ellos-,  y donde suelen ir a refugiarse las cosas que voy terminando y las obran enmarcadas cuyos marcos quiero preservar del roce de ir apoyándolos por el piso hoy aquí mañana allá…









     No es serio llamar “taller” a mi desordenada colección de rincones y huecos  de mi casa que he ido invadiendo a lo largo de los años.  Suena poco serio.  Supongo que un artista “de verdad”, de esos que tienen agente, marchand y RRPP, lo primero que tiene (aun antes de tener obra) es un taller como corresponde.  Triste.  Me hubiera gustado contratar uno de esos simpáticos artículos del artista y su taller, pero resulto demasiado impresentable.  Mi vida real (de artista) no cumple los requisitos de una (auténtica) vida de artista.


Post data: Si, es verdad.  En mi casa es normal una conversación en estos términos:

-¿Dónde está el caballo?
-En el baño.
-¿Y las máscaras?
-En la ducha.



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