Vida
(real) de un artista emergente y
autogestionado.
Los artistas autogestionados (léase: sin galería ni representante, sin
mecenas ni espónsores, o sea, los que se pagan de su propio bolsillo todo lo
que hacen) debemos elegir con criterio economicista las diversas acciones
que emprendemos para difundir nuestra obra. Nuestro presupuesto es muy escaso.
Debemos contar las monedas cuando nos enfrentamos a la opción de costearnos
participar en una muestra, incluir obra en algún libro o catálogo, difundir vía
web en sitios pagos.
Una de las acciones que
parece haberse puesto de moda en los sitios web dedicados al arte y revistas digitales es la de
reseñar los talleres de artistas.
Proponen (por un módico arancel)
entrevistar al artista en su entorno cotidiano de trabajo, ilustrando con las
debidas fotografías del lugar. Mostrar
el detrás de escena, el “contexto”
creativo. Que el espectador vea la
génesis de la obra, la realidad de las cual surge la visión estética del
autor. Todo muy lindo, íntimo y
simpático. Consideré durante casi dos
minutos completos el contratar este servicio de “difusión de artistas”. Y al
cabo de los dos minutos me pregunté: ¿qué taller?
Mi taller
es una auténtica falacia, que como tal, parece pero no es. Una expresión de deseo sin correspondencia
física. Yo no puedo traer a nadie a mi “taller” por la sencilla razón de que no existe en un determinado lugar
físico, sino que se desparrama por donde encuentre espacio. Casi, casi, un lugar imaginario. Mi Ávalon personal.
Sí, tengo
mi tablero y mis caballetes, unas cajoneras de archivo, un par de armarios con
porquerías varias y una mesa de pino que puedo ensuciar libremente, en un punto concreto de mi casa (lugar que no uso para pintar ya
que generalmente trabajo en la mesada de la cocina).
Pero también puede teóricamente considerarse mi
taller el hueco del costado de la escalera donde amontono obra…
…un sector de mi biblioteca, donde apilo sobre los
respaldos de los sillones y en los rincones de detrás de la mesa de la
computadora…
…otro rincón de una habitación momentáneamente sin
uso…
…la ducha del baño de planta alta, donde fueron a parar mis Bandejas
Enmascaradas…
… y todo el
baño auxiliar donde tanto mi Caballito de Carrusel como el
maniquí se esconden de la humedad eterna de este clima lluvioso -con la
esperanza de poder secar para avanzar sobre ellos-, y donde suelen ir a refugiarse las cosas que
voy terminando y las obran enmarcadas cuyos marcos quiero preservar del roce de
ir apoyándolos por el piso hoy aquí mañana allá…
No es
serio llamar “taller” a mi
desordenada colección de rincones y huecos de mi casa que he ido invadiendo a lo largo de los
años. Suena poco serio. Supongo que un artista “de verdad”, de esos que tienen agente, marchand y RRPP, lo primero
que tiene (aun antes de tener obra)
es un taller como corresponde.
Triste. Me hubiera gustado contratar
uno de esos simpáticos artículos del artista y su taller, pero resulto
demasiado impresentable. Mi vida real
(de artista) no cumple los requisitos de una (auténtica) vida de artista.
Post data:
Si, es verdad. En mi casa es normal una
conversación en estos términos:
-¿Dónde
está el caballo?
-En
el baño.
-¿Y
las máscaras?
-En
la ducha.
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