jueves, 9 de mayo de 2013

"Acerca de cuál es el modo en que deben ubicarse en la mesa los asesinos. Si para la comida hay planeado un asesinato, es claro que se debe ubicar al asesino en las cercanías de su víctima (si a su izquierda o a su derecha, esto depende del método que emplee el asesino), dado que de este modo se interrumpirá menos la conversación, al mantener la acción circunscripta dentro de un pequeño sector. La fama de Ambroglio Descarte, asesino principal de Mi Señor Cesar Borgia, radica en su habilidad para llevar a cabo su cometido sin que ningún comensal lo note, con excepción de su víctima. Una vez que el cadáver (y, si las hay, también las manchas de sangre) ha sido retirado por los sirvientes, lo usual es que el asesino abandone también la mesa, dado que, algunas veces, podría su presencia perturbar la digestión de aquellos que estén sentados cerca suyo. Para la ocasión, un buen anfitrión siempre tendrá pronto un nuevo invitado que permanecerá esperando afuera hasta que llegue el momento de pasar a integrar la mesa." 

Leonardo Da Vinci, Apuntes de Cocina (Códice Romanoff), Traducción, introducción y notas de Rafael Galvano, Editorial Astri S.A. España 2003, Pag. 203 





     

     A veces pienso que bonito (y qué práctico si me enfoco en los Borgia) hubiera sido vivir en pleno Renacimiento. Y apenas me pierdo en fantasías luminosas y exuberantemente artísticas, abro los ojos y tomo conciencia que esta pasión por la historia debe de tenerla también el gobierno ya que están empeñados en sumirnos en una especie de sórdida edad media (mal que le pese a Eco, que sostiene que el Medievo ha tenido mala prensa). La historia es un movimiento pendular, ya lo sabemos. Vamos y venimos. 

      Pero estar otra vez retrocediendo hacia lo peor es, más que monótono, frustrantemente aburrido. Otra vez estamos con las corridas cambiarias, el miedo a corralitos bancarios, la sospecha que el gobierno va a violar cajas de seguridad y confiscar depósitos. Bonos, cuasi-monedas, ¡el trueque! Otra vez una inflación desbocada, desabastecimiento, aislamiento del mundo. Vamos de vuelta. Y cuando, como ayer, se acaba de abolir la división de poderes sometiéndose al último bastión que es la justicia, caemos en la misma suma del poder público de la época de Rosas. Solo que ya no tenemos a Sarmiento para que al menos grite en suprema indignación. Otra vez sopa y me viene a la cabeza la cara de asco de Mafalda que, sin embargo, toma la sopa como símbolo eterno de la resignación. Ciertamente, más sopa.

    ¿Qué hacer en este contexto? Los argentinos tenemos algo así como un chip que nos hace seguir adelante. La memoria genética nos señala que esto ya lo vivimos y lo superamos. Todo pasa (y luego vuelve) pero todo pasa. La economía no es lo único, la corrupción es eterna, los políticos son la lacra más baja y los traidores más estereotipados y previsibles, la patria está pasada de moda (¡qué término más antiguo!, no es cool), y uno tiene que seguir, día a día, trabajando “diez, doce, catorce horas”, metido para adentro, como caballo percherón con anteojeras, dándole a destajo, sin esperar nada de nadie, ni del gobierno –que roba sólo para sí- ni de la oposición –que busca obtener el poder para robar para ellos- ni del vecino –que tiene los mismo problemas que uno y sólo se aboca a sobrevivir- ni de los santos –que ahora están todos atendiendo en Roma y allá tiene otras urgencias-. Seguir, postergar proyectos porque ¡andá a conseguir una moneda!, y aguantar un poco a ver si más adelante, entre gobierno corrupto y gobierno corrupto, entre crisis económica y crisis económica, entre el hambre y la inanición, podemos en ese lapsus hacer alguna cosita. Así, intermitentemente, cuando se puede, pese a nuestros seudo próceres peronistas. Cuando uno colige (quizá con malicia, no diré que no, pero es malicia en defensa propia y entonces tiene eximentes de responsabilidad) que san Perón sería hoy diagnosticado como pederasta por su relación con la Piraña y las otras niñas que llevaba en moto y que santa Eva era una analfabeta funcional, no es raro que nuestros actuales “soberanos” derivados de tales entes sean lo que son. La pregunta del millón es ¿qué somos nosotros para haberles permitido acceder a donde están haciéndonos lo que nos hacen? Ya sé que habrá quién diga que resulta claro que yo soy el eslabón que no pudo encontrar Darwin, pero lo asumo y casi me enorgullezco de ello. 

      Yo quería montar mi taller y mi galería, venía trabajando en ese proyecto los últimos años. Y ahora, gracias a sus “majestades”, la viva y el muerto, de vuelta estoy contando las monedas para poder pasar el invierno. MA-RA-VI-LLO-SO. El eterno retorno.










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