viernes, 17 de mayo de 2013




      Hace dos días me debatía en un honesto ataque de conciencia. ¿Hasta dónde se puede negociar con los límites éticos si ese desvío nos acerca a nuestra galería? Hasta hace dos días era casi seguro que optaría por la desidia y acabaría permitiendo que los límites éticos se impusieran, dejando que mi natural pereza evitara el que me aprovechase de la “debilidad” ajena (aunque dicha “debilidad” fuese realmente la obvia malicia de alguien que pretende aprovecharse de mi presunta “debilidad” de amable mujercita inferior). Pero ayer, en mitad de la rutina, haciendo lo que hago siempre, en algo que no tenía nada que ver con esto, de pronto una palabra (en realidad dos: un nombre y un apellido que me retumbaron dentro del cráneo) hace que tome conciencia que todos los caminos conducen hacia mí.

     El Olimpo (o los Hados, vaya uno a saber) han decidido que un montón de personas, que debaten por un montón de dinero –y que son todos afectos a las trampas-, por distintas vías y sin darse cuenta, lleguen a poner en mis manos el manejo de los hilos de todo el grupo de marionetas. ¿Casualidad? No hay otra lectura: tanta gente por todos lados y justo a mí acuden los dos bandos en esta disputa. ¿El destino? Será. Lo que deba ser será. Insha´Allah. ¿La mano de dios? (Maradona está en otra cosa, muy ocupado en su decadencia). Quién sabe. Y vuelvo a preguntarme: ¿qué hago? A mi amague de huida (¡un día antes!) le replica la realidad metiéndome en el juego otra vez por el otro lado. Muevo las blancas y las negras, es como decir que no tengo chance de perder. El ajedrez es un exceso de estrategia y yo soy más propensa al impulso, la intuición y el franco jugar a jugar. Desistí del libre albedrío cuando desistí de la fe de mis mayores y del bautismo. Supongo que yo misma soy una pieza más. “Dios mueve al jugador y éste, la pieza./ ¿Que dios detrás de Dios la trama empieza…?” diría Borges.


 


     La foto del principio de esta entrada corresponde a La Reina artera, de la serie Las Fantasías de una Muñeca Inflable. Hace poco me enteré que en el ajedrez la reina no existe, la pieza que conocemos como tal era originariamente el firzán, el gran visir. El peón devenido por su valor y lealtad en el segundo del rey. 

      Me desasnó Brascó (de esto como de muchas otras cosas placenteras):


El rey del ajedrez es un monarca destituido, medio alcornoque, papanata, que corta poco y pincha menos en los lances de la batalla- dijo Derrourelle. (…) El rey siempre está escondido tras las barbacanas del enroque o esquivando con dificultad las avanzadillas enemigas que intentan capturarlo- continuó el prisionero. -Está inspirado en la psicología de los monarcas persas de la dinastía Parthia, en los años cuando algunos cortesanos ingeniosos inventaron el ajedrez en Fars. (…) Fars o Parsa, una población de la antigua Persia que dio nombre al idioma farsi. Después de conducir el imperio durante más de cuatrocientos años, la exhausta dinastía Parthia fue declinando en reyes cada vez menos interesados en guerras, intrigas y administraciones y más en especulaciones fantasiosas, señoritas aturdidas y hartazgos gastronómicos. Jolivet bostezó entre los atuendos:- ¿De qué antiguallas está hablando, Lucien? -Persia, siglo dos, o tres, más o menos. -Vejeces.- suspiró. – Hablemos del torneo. (…)-Estoy hablando del ajedrez- dijo Derrourelle- que es la materia de nuestro torneo. (…) Aburridos de gobernar, los reyes parthios delegan cada día más poderes y responsabilidades en el visir o firzán, ministro mayor del imperio, quien termina manejándolo todo. Es el monarca verdadero. -Mazarino, Richelieu: la historia de siempre- dijo el barón. (…)-Por eso en el ajedrez el firzán es la pieza más poderosa, capaz de atacar en diagonal como el alfil y en longitudinal como la torre. Lo único que no puede hacer es saltar y envolver de flanco, como el caballo. (…) En el Occidente medieval de Leonore d´Aquitanie, el firzán fue transformado en reina, una bobaliconada de cortesanos afeminados. -Ahora entiendo lo que siempre consideré ininteligible-dijo el barón. –El peón que llega a reina. (,,,) -Un mero soldado que a sangre y fuego llega hasta la octava casilla en el corazón mismo del campo enemigo- continuó Labuillerie. –Puede, por su valor, ser ungido gran visir, pero nunca reina. Es ilógico, antinatural, en un juego que es todo raciocinio y verosimilitud.” 

Miguel Brascó, El Prisionero, Vocación Buenos Aires 2012 pág.89/92




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