viernes, 24 de mayo de 2013




     En una de mis viciosas paradas en busca de café miré por arriba la edición de cultura de La Nación de esta mañana (ADN Cultura), y me encuentro con que presentan como “novedades” editoriales dos libros que hace rato compré a buen precio en las librerías de calle Corrientes. El último coyote de Michael Connelly, editado en 1995 y que en español yo lo tengo en una edición del 2005, y Construir al enemigo de Eco, que lo promocionan como “su último trabajo” y data del 2011 y fue lanzado por ese mismo diario en versión económica en su “Biblioteca Umberto Eco”. Probablemente por tener una mañana un poco compleja (más de hora y media para llegar de Lanús a Congreso cuando por la distancia no debería emplearse más de veinte minutos) el que tildaran de nuevos lanzamientos a esos libros me generó una terrible (y desproporcionada) indignación.


 


    Ahora, más tranquila, intuyo que ese enojo era retrospectivo y que realmente está descargando la furia ardiente que arrastraba desde ayer cuando oí las últimas pavadas de Carta Abierta. No sé qué me subleva más: el tenor de estupidez que encierran los pseudo oráculos de los otrora referentes intelectuales o el hecho de que yo los respetara y me sienta absolutamente defraudada en mi buena fe. ¿Cómo se puede ser tan servil? ¿Cuánto –y con qué- le están pagando para venderse en modo tan evidente? ¿Cómo es posible que esas personas que antes sonaban racionales ahora se pongan a defender lo indefendible? 

      Cómo es posible que no señalen lo obvio: no hay razón para defender a los gobernantes ni hay que agradecer por lo que hacen bien, ya que HAN SIDO ELEGIDOS PARA HACER LAS COSAS BIEN, están obligados a hacer bien las cosas, a mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos a los que representan. No es un mérito que actúen bien, DEBEN HACERLO SI O SI, uno no los vota para que nos arruinen el país y la vida. Son nuestros empleados y tenemos derecho a pedirle constantemente RENDICION DE CUENTAS. Uno no contrata empleados para que hagan cualquier cosa, sin derecho a protestar hasta que venza el contrato, y a rendirles infantil devoción si, en una de esas, hacen algo bien. 

      Que Forster hable de “fantasma de corrupción” es realmente ofensivo. Le puedo permitir a una persona sin formación, que no ha tenido el tiempo que tienen los intelectuales para desperdiciar en lecturas y debates retóricos, y que trabajan catorce horas al día para pagar el alquiler y la comida de los hijos, que afirme con la sabiduría del pobre que “roban pero hacen”. Pero que los de Carta Abierta justifiquen las barbaridades de los K en beneficio de la supuesta “redistribución de la riqueza” que han hecho estos progresistas de papel mache, es para alcanzarles la copa de cicuta y apelar al honor que alguna vez tuvieron.


 


      Pero de vuelta me digo que tanta mala sangre no tiene sentido. A ellos poco le importa mi enojo y a mi me hace subir la presión. Al pegar la vuelta el tiempo en el bondi me permite la lectura y casi podría tildar de placentero el caótico tráfico de Buenos Aires. Y el ensayo de Eco en el que estoy actualmente demorándome logra cambiarme el humor. 


      “Deudor como soy de Borges de tantas ideas en el curso de mi actividad previa, era un consuelo que Borges hubiera hablado de todo, salvo del ornitorrinco, y disfrutaba así al haberme sustraído a la angustia de su influencia. Mientras iba a dar a la prensa estos ensayos, Stefano Bartezzaghi me señaló que, por lo menos verbalmente en un diálogo con Domenico Porzio, explicando (quizá) por qué nunca había ido a Australia, Borges habló del ornitorrinco: “Además del canguro y del ornitorrinco, que es un animal horrible, hecho con pedazos de otros animales, ahora también está el camello.” (…) En este libro explico por qué el ornitorrinco no es horrible sino prodigioso y providencial para poner a prueba una teoría del conocimiento. A propósito, dada su aparición muy remota en el desarrollo de las especies, insinúo que no está hecho de pedazos de otros animales, sino que los demás animales han sido hechos con pedazos suyos.”

 Umberto Eco, Kant y el ornitorrinco, Random House Mondadori S.A. Uruguay 2013 Pág. 12 .







      Y aunque parezca mentira, al llegar a casa desde uno de los televisores me recibe el Disney Channel con la pegadiza canción de Perry, el ornitorrinco de Phineas y Ferb:

¡Perry! de mis amigos el mejor/ es más que un pato o un castor/ un caramelo de gran sabor/ ¡OH, PERRY! / más que un helado o un bombon/ más que una araña o un ratón/ te amamos más que a todo lo anterior/ ¡OH, PERRY!/ tú eres tan gracioso,/ tan suave y esponjoso,/ y como verde azuloso/ ¡SI, PERRY!/ Regresa Perry vuelve pronto a tu hogar…/ Phineas: Oye Candace, ¡¿ por qué no cantas?!/ Candace: ¡OH, PERRY!/ yo me preocupo mucho/ aunque seas el más ducho/ por encontrarte yo… ¡¿lucho?!/ ¡OH, PERRY!/ suenas como serrucho/ y como ya no te escucho/ mi nombre cambio a…¡Cucho!/ Phineas: ¡¿CUCHO?!/ Candace: Ya no tengo más rimas, hermano./ Todos: Ella se llama Cucho/ Regresa, Perry, vuelve pronto a tu hogar/ Regresa, Perry, vuelve pronto a tu hogar/ GRRRRR…/ ¡Oh! ¡¡¡Ahí estas Perry!!!





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