“Creo que llegamos a ser lo que nuestro padre nos ha enseñado en los ratos perdidos, cuando no se preocupaba por educarnos. Nos formamos con deshechos de sabiduría. (…) ¿Qué pensaba yo en realidad hace quince años? Consciente de mi incredulidad me sentía culpable entre la multitud de los que creían. Puesto que sentía que no se equivocaban, decidí creer como quien se toma una aspirina. Daño no hace, y uno mejora.” (Umberto Eco, op. Cit. Pág. 73/74).
Causa profundo desgano el estar rodeado por personas que creen. ¿En qué creen? En cualquier cosa, invariablemente, en lo que toque según el día y la hora.
En primer lugar, los crédulos religiosos. Esa es la variante clásica. Los que van a misa o andan con el casquito negro en la cabeza sujeto por horquillitas. Los que extienden su alfombra y se arrodillan mirando hacia cierto punto que me es inescrutable entre mi dislexia y mi desorientación visceral. Los que cuelgan un rosarios de su cuello y se persignan (acá esta la frente, este es el ombligo, acá un hombro, acá el otro… con perdón) al pasar frente a una iglesia desde arriba del bondi.
Pasan los años y no dejo de sorprenderme cuando alguien (alguien normal, con quien tengo trato cotidiano, con quien puedo coincidir en millones de cosas y simpatizar con honestidad y afecto) me sale con que “Yo a misa no voy, los curas son todos unos chantas. Yo sólo creo en la Virgencita de Lujan.” O me mandan una cadenas de mensajes de textos para que Jesus me acompañe. O alguien más que me dice que me incluyó en una cadena de oración. No hago comentarios, obviamente. Una de las pocas cosas en que sí creo es que la buena fe ajena merece mi absoluto respeto. Me sorprendo y me callo. Agradezco con la misma urbanidad que agradezco el “buen día” circunstancial de un desconocido bien educado. No logro comprender como pueden creer, pero, en fin, el desconcierto parece ser asunto solo mío.
Después están los crédulos políticos. Los que compran cualquier cosa. Y no porque el político de turno les tire un vuelto (esos no son crédulos, son mercenarios). No, esos que creen con su más honesta e infantil credulidad. Los veo, los escucho, los soporto (en muchos casos). Me cuesta más callarme frente a éstos, pero he sido educada en la cortesía. Los que adhieren a los “lideres” por necesidad de pertenencia, de encontrar un sentido a algo o a todo. Los que no pueden generarse la propia convicción. Los que aunque sea un evidente anacronismos necesitan apostar al "tercer movimiento", a la "revolución", a la caída del "imperio" (¿el romano? ¿no cayó ya?). Tanta necesidad de circo no puede no causar desconfianza. Pero bendita sea su ingenuidad, siguen comprando ticket para la farsalia. Y esta, claro, sigue y sigue...
Y al final están los crédulos genéricos. En cualquier tema, en cualquier momento, para cualquier fin, siempre necesitan replicar la fe del otro. Los buenos hijos de familia, las buenas esposas, los buenos maridos. La convicción en bloque. Solo se trata de creer. ¿Por qué? Porque da sentido y aligera culpas. Mejor que nos digan desde afuera la razón de todo y lo que debemos hacer para merecerlo. Así no somos responsables de nada. Como cuando mi abuelo le indicaba a mi abuela a quién tenía que votar. Las cosas importantes que tenían que entender y decidir los hombres mientras las mujeres sólo aportaban cómoda sumisión.
Tengo que concluir que creer es una pulsión tan natural como el hambre o el deseo sexual. Es necesario creer para pertenecer, para integrarse, para reconocerse siendo parte de un todo mayor a uno mismo. Yo debo haber venido fallada de fábrica. Tiendo a la individualidad y desconfío de las “uniones”, eternas o transitorias.
Sé con certeza que siempre se está solo, que sólo podemos confiar en nosotros mismos, que a nadie más le importa un bledo lo que nos pase y que, cuando la cosa se ponga dura y fatal, nadie, NADIE, estará ahí para salvarnos, sostenernos o comprendernos. No hay príncipe azul ni ángel de la guarda. Ni dioses ni héroes. No se me da creer en lo que sea aun cuando ello sea lo que más me conviene. Tarde para cambiar y dudo que, tratándose de mi, haya existido alguna vez la posibilidad de ser distinta a lo que soy. A-tea; a-política; a-moral; a-burrida.
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