sábado, 15 de junio de 2013




     Hablábamos de dinero, insisto; ¿y para qué sirve el dinero –aparte de las obviedades-? Para comprar libros. Se acabó la discusión. 


  Al igual que Borges, fue una lectora hedónica, omnívora. No es extraño entonces que en esos anaqueles convivan la más vasta recopilación de mitos, con los trece volúmenes de La rama dorada, de James Frazer, con más de noventas policiales de Georges Simenon; los Seminarios de Jacques Lacan dedicados de puño y letra por su autor, con las obras completas de W. H. Hudson; la edición original del Manifiesto del surrealismo de André Breton con una nutrida colección sherlockiana. Esta tumultuosa variedad revela un gusto independiente, desafiante en su singularidad, que procura formar su propio canon sin acatar jerarquías legisladas. La lectura fue para Victoria Ocampo un acto de libertad inaugural, una discreta insurrección que le permitió afirmar su individualidad en un terreno históricamente vedado para las mujeres latinoamericanas. En esa adolescente que leía a escondidas De profundis de Oscar Wilde, desafiando la prohibición de su madre, ya despuntaba “la formidable e inquietante mujer que nunca le pidió permiso a nadie para hacer lo que le daba la gana; con su fortuna, con su persona, con sus sentimientos” (Edgardo Cozarinsky). (…) Ajena a las veleidades de la bibliofilia, los libros eran para Victoria Ocampo objetos serviciales que invitaban al diálogo, que se ofrecían a la admiración o a la censura, nunca a una contemplación reverencial.” 


Ernesto Montequin Autorretrato con libros – La Biblioteca de Villa Ocampo, Publicación de Villa Ocampo-Escenario de Cultura






Poseedor de cinco mil libros, De Quincey escribió una frase que, más allá de la literatura, siempre me hará recordarlo: ´Los libros son los únicos artículos de propiedad en los que soy más rico que mis vecinos´.” 

 Julio Travieso Serrano, Prólogo de “Del Asesinato considerado como una de las Bellas Artes” de Thomas de Quincey, Editorial Lectorum S.A. México 2006, pág. 15






De las muchas y grandes obras emprendidas por don Hernando, la principal, la que resume más justamente su vida toda ´fue querer juntar todos los libros de todas las lenguas y facultades que por la Cristiandad y fuera della se pudiese hallar´ (Herández Diaz, J., y Muro, Orción, A. El testamento de D. Hernando Colón, Sevilla, 1941, pág. 227). Con estas palabras el albacea Marcos Felipe definía la verdadera pasión que tuvo en su vida su amigo Hernando. Y fue también en ese empeño donde más y mejor puso a prueba aquella condición y costumbre suya de ´dar a sus cosas toda la mayor perfección que en esta vida pudiesen tener´. Asomarse a su librería particular, conocida hoy universalmente como Biblioteca Colombina, es la manera más cumplida de comprobar estos dos testimonios. Fue el legado más señero que dejó a la posteridad. (…) La Biblioteca Colombina tiene su embrión en las obras que pertenecieron a la familia (sobre todo a don Cristóbal y a Bartolomé Colón), crecerá con obsequios y donaciones y se multiplicará ininterrumpidamente, sobre todo con las compras hechas por él hasta poco antes de morir. (…) Orgulloso de su obra y consciente de haber creado algo grande con sabor a posteridad, quiso que se conociera y se identificara obra y personaje, según el mejor espíritu renacentista, y así ordenó que todos sus libros llevaran esta inscripción: ´D. Fernando Colón, hijo de D. Cristóbal, primer Almirante que descubrió las Indias, dejó sus libros para uso y provecho de sus prójimos; rogad a Dios por él´.” 

Luis Arranz, Madrid Verano de 1984, Introducción “Historia del Almirante” de Hernando Colón, Dastin S.L. Madrid 2003 pág. 33/38






A don Diego le atraía la excentricidad de una biblioteca propia, aunque no encajara en la mentalidad dominante. En lugar de invertir sus ahorros en bienes productivos, los gastaba en volúmenes cuestionables. Trajo algunos de su Lisboa natal y compró los restantes en Potosí. Su colección hubiera suscitado aprecio en Lima o Madrid, donde funcionaba la Universidad y abundaban los eruditos. En la miserable Ibatín, en cambio, eran motivo de sospecha adicional. (…) Entre los volúmenes se destacaba el Teatro de los dioses de la gentilidad del franciscano Baltazar de Vitoria. Era un deslumbrante catálogo de divinidades paganas. Hervía de anécdotas sobre personajes fabulosos y mostraba las ridículas creencias que existieron antes de la Revelación. Fray Antonio Luque se opuso a que Francisco ojeara semejante libro. -Lo confundirá en materia religiosa. Su padre, en cambio, opinaba que le fortalecería el raciocinio. -Lo ayudará a no confundirse, precisamente. El pequeño lo leyó en forma salteada. Héroes, dioses, filicidios, engaños, metamorfosis y prodigios alternaban con argumentos verosímiles. Aprendió a respetar los disparates: también son poderosos.” 

Marcos Aguinis, La gesta del marrano Sudamericana S.A. Uruguay 2009 pág. 26/27






“-Cierto. Un día apareció un pueblo que pudo cambiar el mundo: ¡los griegos! ¡Platón! ¡Aristóteles! Sin embargo, los romanos acabaron con todo. Adoptaron el cristianismo y asestaron un durísimo golpe a la cultura pagana prendiendo fuego a las bibliotecas de Pella, Atenas, Antioquía, Pérgamo, Éfeso y Alejandría. KLO poco que quedaba se hallaba en Bizancio. Y ahora Inocencio III ha enviado a los cruzados a acabar con la tarea. Para quemar la ciencia de los hombres más grandes de la historia. Ahora bien, todo esto Dios no se lo perdonará jamás. Jamás. El viejo no daba crédito a sus oídos. -¡Papae! ¡Entones hay algo de los religiosos que no te convence! Loado sea Dios. Son los libros tu talón de Aquiles- y se oyó un profundo suspiro de alivio. -(…) Al quemarlos, se da al traste con mil quinientos años de historia. Como si el hombre, durante un milenio y medio, no hubiese dado un solo paso adelante. Y esto sí que lo saben los curas. Éste es su principal objetivo: mantener el mundo inmóvil… porque saben que si va hacia delante, tarde o temprano se los quitarían de encima.” 

Adriano Petta, ¡Muerte a los cátaros! Stampa Alternativa Barcelona 2009 Pág. 30







Abrir un libro es… abrir las infinitas puertas al mundo de la imaginación.” 

 De un señalador hecho por los nenes de Sala Turquesa del Instituto Albert Schweitzer de Lanus, año 2007.-





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