Si sigo hablando de dinero, debo reconocer que también implica independencia. La libertad de no negociar. Hay una vieja carga antropológica-cultural que hace que las mujeres prefiramos la paz al poder. Y de ahí nuestra natural tendencia a la negociación.
Con dinero (que implica poder por la mera no dependencia económica) uno ya no está obligada a negociar y puede actuar y pensar como “hombre” (esto es: de un modo muy egoísta, caprichoso e infantil).
Con dinero uno puede ser un artista que hace, literalmente, lo que se le canta. No pintar lo que se “coloca” mejor, no seguir la “tendencia” del mercado, no resignarse a “elaborar” lo que se vende porque, bueno, de algo hay que vivir.
Si me analizara seguramente me habrían señalado que mi postura sobre el particular encubre un antiguo trauma. Si me obligaran a bucear en mi inconsciente supongo que acabaría descubriendo que mi trauma viene de cuando alguien (sé, ciertamente, que sin ninguna mala intensión) me propuso pintar “caballos” porque tenía buenos compradores en el exterior para ellos. “¿Caballos?”- pregunté yo, confundida, ya que lo mío han sido las mujeres desnudas desde tiempo inmemorial. –“¿Caballos como el animal?” “-Sí, claro. Unos polistas ingleses están comprando todo lo que se les ponga delante. Hacé algo, ligero, sencillo, al estilo Vacarezza, por ejemplo. ¿Cuánto te puede llevar?”.
Insisto: sé que me lo decía sin ninguna maldad. Lo de él era la venta y suponía -con su lógica de art dealer- que yo quería vender cualquier cosa con mi firma. Se trataba de dinero, de negociar, vender lo que se compra.
Me gustan los caballos y puedo incluirlos en cualquier trabajo si la obra lo requiere. Pero yo no dibujo caballos para que cuelguen los polistas british en sus establos. ¿Por qué no? ( Pagan en libras esterlinas.) Porque no. Supongo que por esos tiempos miré mi trabajo “civil” con auténtico cariño. No pinto caballos (aunque lo haga). No compongo la redacción tema “La Vaca” cuando me lo piden. Aunque suene cursi, todavía la voy con la “inspiración” y la “visión” creativa.
Entonces, decíamos, que, a mi criterio y por mi experiencia, el dinero te da la libertad espiritual para no pintar caballos. (Y poder seguir con mis desnudos que ruborizan a algunos espectadores y que hacen que mi entorno me tenga bajo amenaza cuando vienen a casa “las visitas”.)
A veces cumplir con el estigma romántico de “dar la vida por el arte” implica, sencillamente, el trabajar diez, doce, catorce horas diarias en un empleo tedioso y estresante por la única razón de obtener –lícita y sudorosamente- el dinero necesario que nos permita pintar lo que se nos ocurra. Sin negociaciones ni caballos.
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