domingo, 27 de octubre de 2013

 
 
 
     Como corresponde, desde la televisión y desde la radio (que por mor de agravar mi migraña están encendidos al mismo tiempo) se reseña el recuento de votos. Y como corresponde, poco me importa en definitiva quién gane mientras asegure que las pretensiones de eternidad de la faraona queden sepultadas bajo siete llaves (¿A Néstor lo llamaban “eternauta” por sus ansias de inmortalidad? No quiero hacer un chiste –fácil- al respecto porque sé que sería de mal gusto, justo hoy, pero… ).
 
      En lo personal, gane quien gane, mi realidad cotidiana no va a modificarse. Vivo de mi trabajo y si no trabajo no vivo. Ningún político ni ningún partido me mantiene. En un plano general, quiero que quién gane deje de destrozar el país, pero poca fe tengo en eso porque si algo no le importa a la política nacional es, precisamente, el país. Así que, aunque uno hace como que está “pendiente” de las elecciones, deja discurrir los discursos paparruchescos de los mismos de siempre mientras hace alguna otra cosa que realmente valga la pena.


 
 
 
 
     En mi caso esa "otra cosa digna de atención" es disfrutar a mi presa más esquiva finalmente atrapada: Tras los pasos de Ripley, la única novela de Patricia Highsmith de la saga de Tom Ripley que no tenía. Llevaba largos años buscándola por las librerías de Baires y, finalmente, con el GPS de Mercado Libre, di con un ejemplar usado pero impecable, en un rinconcito de San Telmo. Estoy en pleno goce de una eficaz cacería pero también en el disfrute de una novela bien escrita de uno de mis personajes favoritos.
 
 
      En mi lista de personajes literarios por los que profeso una lealtad casi mística en la cúspide va Jacopo Belbo, del Péndulo de Foucault, cabeza a cabeza con mi adorado Baudolino, ambos de Eco. El arrogante intelectual escéptico y cínico y el mentiroso hacedor. De mi adolescencia conservo mi amor por Allan Quartermain, el cazador moralista y pacato, y por Ludovico Horacio Holly, otro intelectual pero este feo y apasionado, los dos de Haggard. Y Tom Ripley, monsieur Tome, un asesino frio y eficaz aficionado a la pintura. Probablemente (probablemente si me psicoanalizara, lo que afortunadamente no hago) mi elección de héroes sería claro síntoma de algo. Puedo vivir con esa incógnita. Sólo sé que con esos cinco caballeros he pasado los mejores momentos de mi vida.
 
 
      Parafraseando aquel viejo tema de musical que recuerdo habérselo oído cantar a Enrique Pinti: los políticos pasan, los libros quedan. Gracias a dios por ello.



 
 
 
Post Data al borde de una crisis nerviosa: Me llega el discurso de Boudou ("seudo presidente en seudo ejercicio") que dice que ellos ganaron (¿qué?) y que son los campeones mundiales del mundo. Menos mal que está sin la guitarrita... Es todo tan lamentable que dan ganas de reírse, lo que uno no hace sólo por no darles el gusto a ellos que EVIDENTEMENTE SE ESTÁN RIENDO DE NOSOTROS.
 
 
 
 

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