Pura lógica farnelliana: no podemos avanzar, entonces retrocedemos hasta el principio y empezamos otra vez. Ni atajos, ni pensamiento lateral, ni la imaginación al poder. Para atrás, a recoger las cartas y barajar de nuevo. Mi dificultad para lograr dar con el punto, no ya perfecto sino meramente satisfactorio, de mis Ángeles me hace optar por reandar el camino que alguna vez seguí para desarrolla la estética del desnudo femenino. Mucha revista de modas, mucha modelito patilarga, mucho dibujar y dibujar omitiendo la ropa de la temporada. Lograr comprender como funcionan los músculos, como se texturiza la piel, cual es la línea que define la gracia, y el color, siempre el color. Así funcionó entonces y hoy por hoy me siento cómoda trabajando la figura femenina. Pero no la voy con ellos, no-me-doy-cuen-ta. No logró una imagen que me haga sentir que se entiende, que tramite, que la mirada ajena lo vea un poco como lo veo yo. Mis amagues de Abdizuel y compañía son frustrantes.
Entonces, lógica farnelliana decía, empecemos otra vez. Revolví entre los montones de revistas que se apilan y estorban en mi taller y separé una buena cantidad de Vogue, Elle y Harper´s Bazaar. Diré que ciertamente no abundan los muchachos en ellas, pero algo hay y con disciplina fanática de principiante me puse a dibujar sólo para comprender. A veces creo que mi única virtud es la obcecación (aunque esta no sea, exactamente, una virtud).
Post Data intimista 1.: Me signan esta mañana como “un milagro”. No tomo en serio el comentario -viniendo de quién viene-, pero no deja de saberme a dejá vú: hace años, ¿situación similar?, una frase casi idéntica. Entonces y ahora una voz le grita a mi interlocutor “¡qué milagro: una maldita trampa!", pero por fortuna la voz no se extiende más allá de mi cabeza. Me pregunto si es casualidad o una tendencia. Si mi errática conducta tiende a patrones reiterativos. Sé que la mayor parte del tiempo no presto demasiada atención a mi entorno y no voy para donde quiero sino para donde van las circunstancias. Todo es, ni más ni menos, para que me dejen en paz y me dejen pintar. Pero se ve que el universo tiende a colocarme siempre en el medio de laberintos similares.
Post Data intimista 2.: ¿Hay una razón para que yo permita que me introduzcan en semejantes situaciones grotescas? No. Nada lo justifica. Cierto es que mucha veces se debe a que tiendo a no discutir, a que digo invariablemente lo que el otro quiere escuchar, pero, bueno, ¡en algún lugar tiene que sonar una alarma que me advierta! Mi tendencia al absurdo (al surrealismo, traduzco para pretender justificarme “artisticamente”) tiene que tener un límite. Pero cuando mi natural cortesía impide colocar coto al disparate ajeno acabo encontrándome con el quid de un limón gigantesco (mutante seguramente, afectado por la radiación, ¡un limón “normal” nunca puede tener ese tamaño!) sobre el escritorio, traído como ofrenda en bizarro amague de seducción. Lo acepto, supongo que disimulando mi asombro y sonriendo como mandan las buenas costumbres. "Gracias. Qué bonito. Pero no tendría que haberse molestado." Mi cerebro está demasiado ocupado primero preguntándose como alguien puede regalar un limón y, segundo, como un limón puede ser tan desproporcionadamente grande. Me niego a detenerme en las interpretaciones psicoanalíticas del gesto pero instintivamente me ajusto los botones del escote de la blusa.
Sé que no soy responsable de las fantasías ni de los delirios ajenos, pero ¿por qué siempre tengo que estar en el medio de tanto desquicio?
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