A veces pareciera que la vida se empecina en alimentar los malos humores, en particular los míos. Innecesariamente. ¿Para qué? Para nada. Pero con una saña desproporcionada a la atención que merezco habitualmente del cosmos, una tras otra, vienen las provocaciones a mi temperamento naturalmente calmo con el único e inconducente fin de desencadenar mi furia.
No bastaron semanas y semanas de politiquería barata por doquier, estupideces crónicas pegoteadas en las paredes, la cara –producida- de incompetentes comprobados sonriendo felices y expectantes por seguir robando con la impunidad del poder y la dejadez placentera del jamás, ¡jamás!, haber tenido que trabajar.
Pero pasan las elecciones y uno dice: ¡bueno, ya está! Pero al día siguiente la Corte Suprema –a la que uno quiere, NECESITA respetar- viene con un fallo no sólo asquerosamente político sino que absolutamente retrógrado.
Por si alguien no entendió es así de simple: la confiscación vuelve a ser viable si “el bien social”, prioridad del Estado (¡ja!) lo requiere. No hay ningún derecho adquirido por nadie que no pueda ser tirado abajo porque al “Estado” (léase al mediocre político de turno que tenga la sartén por el mango con las Cámaras del Congreso con mayoría real o mayoría al mejor postor) ha decidido en su absoluta e infalible sabiduría que mutilar el patrimonio de sus ciudadanos habrá de lograr el bienestar y la “justicia” social. Adios la seguridad jurídica que durante el último siglo se intentó cimentar en base al derecho constitucional. Político mata juez. El voto da derecho a todo. La faraona debería haber pedido que votaran quién le tenía que abrir el cráneo. No hay que capacitarse para nada, ni para ser juez ni para ser neurocirujano. La tendría que haber operado D´Elia. Todo muy lindo.
Y ahí ya estaba yo bullendo como olla a presión cuando me veo obligada (¡qué mal gusto!) a tener que discutir con una psicóloga que la va de “perito” (¿alguien le presta atención al significado de las palabras?) y que no encuentra mejor pasatiempo que disertar alegre e impunemente sobre la salud mental de una persona que todos sabemos (ambas sabemos, ella y yo de modo concreto y personal) que la buena mujer es una simuladora. Digo yo: cuando alguien se define ab initio como actriz y luego despliega todo un parlamento prolijo y cliché de su “sufrimiento” y su “deterioro emocional” por la muerte de un familiar al que en los hechos trataba con absoluto menosprecio… bueno, yo opto por ser, como menos, un poco escéptica.
La señora Psicóloga opta por el aplauso y me bombardea en justificación nebulosa con frases como “ligera hipomnesia de evocación… No se detectó hipermnesias ni paramnesias… no se detectan signos patognomónicos de psicoorganicidad…”
Yo le discuto. Sé que no vale la pena. Pero no lo puedo evitar. Mi adversaria circunstancial saca un montón de dibujitos más propios de una maestra jardinera que de una auxiliar judicial y me señala con una uña larga y amarillenta por la nicotina y una suficiencia escandalosa un monigote con techito. “En persona bajo la lluvia se observa una búsqueda de seguridad, frente a la falta de equilibrio y sostén (pies/presión/extremidades/cuello) indicadores de fragilidad yoica” ¡No! Es indicador de falta de voluntad al dibujar. Es un monigote de cinco palitos (palito del centro, dos palitos como brazos, dos palitos como piernas, redondelito chueco como cabeza) ¿Qué cuello, que pies? ¡Eso no significa nada! “Recurriendo a la agresión como modo de enfrentar el mundo y a un intento de controlar dicho impulso (sin paraguas/sin manos)” ¡Sin vergüenza! Es de manual. Alguien que se dedica a ser “víctima” y a litigar con cierta inteligencia : una vez que hizo una pericial psicológica, trazó los consabidos dibujitos y después leyó la pericia consecuente, ya sabe que garabato hacer para que salte la perdiz por el lado que le conviene correrla.
Está bien. Ya sé que son las reglas de juego. Nada nuevo bajo el sol. Pero que al menos me reconozcan la poca seriedad de esos test gráficos, el estúpido test de Bender y el de “Relaciones Objetales Phillipson”, que son una tanda de obviedades manipulables por un crio de seis años. Puede que un psicólogo (serio) en múltiples entrevistas pueda definir la realidad de los eventuales cuadros psíquicos de alguien. Puede ser, no me consta. Pero estas pericias de hora y media haciendo dibujitos (a alguien que desde el vamos se define como actor) son pura literatura barata de ciencia ficción.
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