martes, 15 de octubre de 2013

 
 
 
     Todo es culpa del himno uruguayo. Los breves instantes que levanté la cabeza de mi fallido nuevo intento de dar con mi ángel Abdizuel, mis ojos cayeron sobre la pantalla del televisor en los momentos previos del partido Uruguay-Argentina por las eliminatorias. Noté que entonaban los himnos y paso siguiente, que el uruguayo cantaba: “Orientales… orientales… orientales…” Y me enganché. ¿Cómo no nos va a odiar si ellos son en razón a nosotros? Porque sólo pueden ser “orientales” con respecto a este lado del río. Buenos Aires los define e identifica. Supongo que el ser desde el punto de vista del otro tiene que resultar, definitivamente, un poco molesto. A mí me gusta mucho Montevideo y la costa esteña. Pero me gusta a la manera porteña: porque es como nosotros pero más lento y más limpio. Con menos gente y menos vértigo. Con ese dejo al hablar que es como el nuestro pero más “paquete”. Y ese culto al aperitivo –antes del almuerzo y apenitas bajar el sol- que a mi criterio define a los pueblos que han alcanzado un alto grado de civilización. Pero me gusta para volver a Baires y sentir, en el regreso, que acá es todo definitivamente más: más grande, más caótico, más sucio, más poblado, más real.



 
 
 
     Y ese pensarlos a ellos desde acá me recordó el tema sobre el que leí en abundancia y comenté brevemente en uno de los pocos blogs que frecuento (www.loveartnotpeople.org): ¿El “medio”, el mercado del arte, los art dealers, los galeristas, sus anexos, variantes y crías múltiples, son necesarios para el artista? Sí, claro, digo rápido. ¡Cómo no! No puedo negar que llevo la vida intentando ingresar a ese medio. Treinta años tratando de que se me acepte, se me conozca, se me integre a él. Infructuosamente, resta señalarlo. Pero mi falta de éxito no significa que no lo haya intentado, año tras año, sin ningún resultado positivo en ningún momento. Puedo decir que he sido rechazada sistemáticamente en todos los premios nacionales y salones de importancia en que intenté participar y que no existe persona alguna “del medio” del arte vernáculo que tenga noticias de mi existencia. Fuera de radar, sin alcance de periscopio.
 
      ¿Entonces? Entonces, nada. Ellos allá en su olimpo, bien gracias, y yo acá, en mi subsuelo, pintando. Entre rechazo y rechazo seguí elaborando mi propia visión estética, buscando definir un lenguaje y un mensaje personal y distintivo. Experimenté, traté de mejorar mis limitaciones, maduré. Y disfruté, por supuesto. Soy estructuralmente hedonista, no pintaría si no me diera placer.
 
      Vuelvo, ¿entonces? ¿Treinta años pintando sin el apoyo y la aprobación del medio? Así parece. ¿Entonces sí se puede crear, disfrutar del proceso, sentirse satisfecho de la auténtica vocación y la honesta convicción sin la bendición de los Manda Más del mercado? Supongo. Debo ser el trabajo de campo de alguien que está tratando de refutar alguna hipótesis, pero sí, yo he seguido pintando pese a que nadie más que yo opinará que esa acción valiera la pena.



 
 
 
     ¿Me gustaría el reconocimiento de alguna de las galerías de las importantes? ¿Qué me “descubrieran” (como a las Américas, que antes de Colón no existían)? ¡Claro! Aunque a estas alturas seguramente me generaría una profunda desconfianza… ¿Y que un art dealer de movida internacional tomara las riendas de mi carrera? ¡Alucinante! Aunque probablemente lo mandara al diablo a la primera opinión que me diera de como yo debería hacer las cosas. ¿En qué quedamos? Qué se yo. Que sí, que no, que blanco, que negro. Gataflorismo puro. Pero es lo que hay. ¿Qué quiero realmente? Fácil: lograr pintar un desnudo masculino que me convenza y que me produzca similar satisfacción a la que me produjeron algunos de mis desnudos femeninos. Acercarme a los ángeles de mi Lista. ¿Lo consigo si me apoya alguna institución cultural o me esponsorea una mega galería? Me temo que no. ¿Si alguien me pone un millón de dólares? Tampoco. ¿Entonces?
 
      Sí, el medio será importante y todo lo que vos quieras, pero a la hora de pintar uno está solito con su alma (y su talento y la dichosa inspiración o la ausencia de ambos) y nada de afuera te puede dar lo que vos ya no tengas dentro.




 
 
 
      Concluyo mi divague. Está muy bien indignarse de los negociados, la venta de influencias, la “invención” de un arte a gusto del consumidor. Y también está muy bien añorar el reconocimiento y trabajar duramente y al costo que sea por “el honor y la gloria”. Está muy bien priorizar el dinero y está muy bien el no priorizarlo. ¿Me contradigo? Absolutamente.
 
      En la realidad real, en la búsqueda de la verdad verdadera, todo es confuso y se choca entre opuestos que están ahí y al mismo tiempo. A la larga uno sólo puede tener unas poquitas certezas, y si se las alcanza es más que suficiente. Una de esas certezas para mí es que pinto porque quiero, puedo y lo disfruto; y que lo único que actualmente me importa es acercarme lo más posible a mi esquiva Lista de los Ángeles. Todo lo demás… es literatura.
 
 
 
 

2 comentarios:

  1. Tambien podrías usar Deviantart para mostrar tu arte :)

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  2. Gracias por la data!!! Visitaré el sitio. Saludos desde Baires.

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