miércoles, 9 de octubre de 2013




Las maravillas más veneradas de los tesoros medievales eran as reliquias, aunque el culto de las reliquias no es solamente cristiano. Plinio nos habla de reliquias preciosas del mundo grecorromano: la lira de Orfeo, el sándalo de Elena o los huesos del monstruo que atacó a Andrómeda… La presencia de una reliquia constituía en la Edad Media un motivo de atracción para una ciudad o una iglesia y, por tanto, representaba además de un objeto sagrado una valiosa “mercancía” turística. En la catedral de San Vito, en Praga, se encuentran las calaveras de san Adalberto y de san Venceslao, la espada de san Esteban, un fragmento de la Cruz, el mantel de la Última Cena, un diente de santa Margarita, un fragmento de la tibia de san Vital, una costilla de santa Sofía, la barbilla de san Eobano, la vara de Moisés y el vestido de la Virgen. En el catálogo del tesoro del duque de Berry aparecía el anillo de compromiso de san José, pero en Viena puede aún admirarse un trozo del pesebre de Belén, la bolsa de san Esteban, la lanza que traspasó el costado de Jesús junto con un clavo de la cruz, la espada de Carlomagno, un diente de san Juan Bautista, un hueso del brazo de santa Ana, las cadenas de los apóstoles, un pedazo de la túnica de Juan Evangelista, otro fragmento del mantel de la Cena. Por no mencionar la laringe de san Carlos Borromeo que se encuentra en el tesoro de la catedral de Milán, y consultando el Inventario de ornamentos y objetos de la catedral de Milán, vemos que, además de los espléndidos paramentos, se encuentran dispersos por las distintas sacristías vasos, objetos de marfil, de oro, algunas espinas de la corona de Jesús, un pedazo de la cruz, restos de los brazos de santa Inés, santa Ágata, santa Catalina, santa Práxedes y de los santos Simpliciano, Cayo y Geroncio. Ni siquiera un incrédulo puede sustraerse a la fascinación de dos portentos. Ante todo, el objeto mismo, estos cartílagos anónimos y amarillentos, místicamente repugnantes, patéticos y misteriosos; estos jirones de ropa, de épocas ignotas, ajados, descoloridos, deshilachados, enrollados a veces en un frasco como un misterioso manuscrito en la botella, materias a menudo desmenuzadas, que se confunden con la tela y el metal o el hueso donde reposan. (…) Cuentan las antiguas crónicas que en el siglo XII se conservaba en una catedral alemana el cráneo de san Juan Bautista a la edad de doce años, y aun sin haberlo vista nunca podemos deleitarnos con sus venas rosáceas, el color ceniza del fondo, el arabesco de las junturas desmenuzadas y corroídas, la vitrina que debe contenerlo, de esmaltes azules como el altar de Verdún y el cojincillo interior de raso amarillento, cubierto de francesillas marchitas, dos mil años sin aire, inmovilizado al vacío, antes de que el Bautista creciera y perdiese bajo la espada del verdugo el otro cráneo, que ahora se conserva en la iglesia de San Silverio in Capite en Roma, aunque una tradición anterior lo situaba en la catedral de Amiens. En cualquier caso, la cabeza conservada en Roma carecería de mandíbula, que se conserva en la catedral de San Lorenzo en Viterbo. La bandeja que acogió la cabeza del Bautista está en Génova, en el tesoro de la catedral de San Lorenzo, junto con las cenizas del santo, aunque parte de estas cenizas también se conservan en la antigua iglesia del monasterio de las benedictinas de Loano, y uno de los dedos se encuentra en el Museo de la Opera del Duomo de Florencia, un brazo en la catedral de Siena y la mandíbula en San Lorenzo de Viterbo. En cuanto a los dientes, uno se halla en la catedral de Ragusa y otro en Monza, junto con un mechón de cabellos.” 


 Umberto Eco, El vértigo de las listas, Random House Mondadori S.A. Italia 2009, pág. 173/177.







     Mi cortesía natural (siempre, pero siempre, dar la razón al otro) se da de bruces con mi formación intelectual (¡maldita imprenta y maldita memoria!, demasiadas lecturas que no puedo olvidar). Tengo grabado en mi código genético que en una reunión social NUNCA se discute ni de religión ni de política. Y mi lista de prioridades tiene en sus primeros renglones la convicción de que a quien quiero jamás le ataco su fe honesta y conformativa de identidad. 

      Pero no puedo evitar que, tras un par de copas de buen vino, cuando alguien recita la letanía de los santos yo repique como eco lo de la “calavera de Juan Bautista a la edad de doce años…” Maldito Eco y sus listas. Maldito Baudolino y sus apócrifas cabezas del Bautista. Han pasado varios días y aun me remuerde la conciencia por haber abierto la boca cuando amigos de toda la vida y que siempre han sido consecuente con su fe infantil en Todos los Santos, recitaban prolijamente su convicción en el dogma y el catecismo, y yo replicaba con mi fe en los dragones, las hadas y en Mickey Mouse. Mickey es el Señor y Walt Disney su Profeta. Y explicaba mi peregrinar periódico a la Meca de Orlando: 2007, 2010, 2013… Y ante las miradas atónitas de otros comensales que no me conocían y no sabían si tomarme en serio o no, yo explicaba que Disney se congeló para que ahora que la ciencia puede, clonarlo y tener su Segunda Venida. Anunciada por los verdaderos Jinetes del Apocalipsis: Donald, Pluto y Tribilín… Mal, muy mal…. No hay que burlarse de los que creen aunque sea evidente que creen en cualquier cosa… Mal, muy mal… Rompí todas las reglas inquebrantables de la buena educación. 

      Creo que cuando me iba también violé lo de no hablar de política y me burlé con el marido de alguien de que iría a cierta famosa fundación con la pancarta de ¡Viva el coágulo! Qué vergüenza. Deberían vedarme el alcohol o la concurrencia a eventos sociales. Mi conducta es definitivamente vergonzosa. A quién corresponda: perdón.





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