miércoles, 14 de junio de 2017





     Nuestro espécimen de estudio (ya sabemos quién) ha establecido con su empecinada conducta que entiende su vocación creativa como una pulsión  lúdica de efecto hedonista, que tiene por objetivo el comunicarse con un otro indefinido a través de su obra, por lo que la única acción post creativa obligatoria es la muestra de su trabajo.  Y que el dinero es asunto ajeno a su hacer y a su mientras tanto.  Cabe preguntarse entonces por qué su coqueteo constante con el mercado, ámbito presuntamente fuera de su ecosistema artístico.  Porque reconocer que no se es aceptado es a la vez reconocer a alguien (superior) con la prerrogativa de ejercer la aceptación.





    Podemos ser (o aspirar a ser) un artista que prioriza la creación y que se sostiene económicamente por otros medios (otros medios debe traducirse en trabajar a destajo de lo que sea a fin de pagar la pintura, el papel, y por último la comida y esas otras menudencias imprescindibles para la subsistencia).  Todo al margen del mundillo del arte.  Pero el sobrevivir por afuera del mundo no significa que el mundo no exista.  El mercado del arte, el mercado “grande”, el de las mega muestras, el de las Bienales internacionales y tradicionales, el de las crónicas en los medios masivos y fotos espléndidas en las revistas del corazón, el de las subastas en Sotheby´s y las galerías con sucursales en varios continentes, ese donde se mueven las obras que perdurarán en los museos, ese mercado existe.  Está ahí, aunque nosotros estemos irremediablemente afuera.  ¿Si querríamos estar dentro?  Negarlo es mentir, y si algo nos debemos es la honestidad.  Es la meca inalcanzable, pero meca al fin.  Ese espejo donde no podremos reflejarnos nunca.  La perdida Avalon donde  querríamos retirarnos a morir junto a Arturo.






     Las uvas están verde, dice la despechada zorra.  Aunque también sea un poco cierto que las uvas no nos gustan si no se guardaron en roble el tiempo necesario y se escancian sobre el debido cristal con pie.  Tal vez los imposibles sean los que nos definan, los que nos recorten y nos permitan diferenciarnos.  O, quizá, simplemente, nos contradecimos.

¿Que yo me contradigo?
Pues sí, me contradigo. Y, ¿qué?
(Yo soy inmenso, contengo multitudes.)

Walt Whitman, Hojas de hierba



     “Entre la múltiple enumeración de los derechos del hombre que la sabiduría del siglo XIX recomienda tan a menudo y tan complacientemente, dos muy importantes han sido olvidados, que son el derecho de contradecirse y el derecho de irse.”


Charles Baudelaire,  Vida y obras de Edgar Alan Poe 










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