viernes, 4 de agosto de 2017






     Una amiga ha estado insistiéndome en que registre visualmente mi proceso de intervención con fuego (dice ella), o sea el quemar el papel (digo yo), no con fotos sino con videos, para que el espectador pueda acceder a ese alea, a ese vértigo inmanejable de las formas que determina a su antojo el fuego.

     Cuando ella lo dice, con terminología y tono de “curador”, suena de lo más importante (“prestigia tu obra”, afirma, “da entidad a tu técnica experimental”), pero cuando lo bajo a mi realidad me suena pretencioso y falso.  Estoy quemando papel, no hay nada épico en eso; lo hacíamos en la escuela cuando simulábamos pergaminos para las firmas de fin de año.   La colaboración ígnea, el dibujo que realiza la llamita de mi encendedor, es parte de la obra pero no es la obra, ya que ésta recién empieza a construirse sobre esa inicial “intervención”. 

     Y además -y es el punto fundamental en esta cuestión- decir que filme algo y que yo lo pueda hacer  son dos cosas por completo distintas.  Intenté, doy mi palabra de honor, de filmar prolijamente el proceso.  Pero sólo tengo dos manos y el fuego no permite que uno se distraiga demasiado.  Para demostrar que hice el intento subo el pedacito –mal enfocado, ruidoso y casi inentendible- de la filmación que pretendí hacer.  Igual, con las fotos, sirva de génesis de la chica amarilla de Burlesque.

























No hay comentarios:

Publicar un comentario