sábado, 12 de agosto de 2017

Ser autodidacta









-Exceso de vida doméstica- le explico para justificar mi demora.  Soy exasperantemente puntual siempre, un retraso de cinco minutos sólo puede atribuirse a una catástrofe natural o a la vida.  Él se sonrió satisfecho, alimentando mi eterna sospecha de que cuanto más se me complican las cosas más feliz es él. Y esa es la amistad más larga y leal que sostengo, así de rara soy.  Después me dedico a protestar por la inexistencia de Starbucks en Lanús (lo que considero una afrenta personal) mientras espero pacientemente su ataque.  Pero hoy no, hoy no va a quejarse de mi desidia, mi falta de profesionalismo y sentido de la oportunidad.  Hoy me va a pedir un (tramposo) favor.

    Por lo que me cuenta, la chica es pariente de alguien con quien augura hacer buen dinero y por largo tiempo.  Esta chica cursa alguna carrera vinculada al arte (no especificó, pero me inclino más a la curaduría que a la historia)  y tiene que hacer un trabajo que enfoque alguna “idiosincrasia” de los artistas contemporáneos. 

-Y vos sos un cúmulo de “idiosincrasias”- se ríe, mientras me ofrece un sobrecito de edulcorante que está húmedo y apelmazado.  El Martinez de Lanús cada vez me gusta menos, pero está cerca de casa y tienen café en las variedades suficientes para el entretenimiento.  Me informa que él fue quien me ofreció como conejito de indias para la tarea escolar, sugiriendo un enfoque al método de formación de un autodidacta que no puede ser catalogado como tradicional “art brut”.  Congraciándose con mi incipiente fastidio agrega como amable reconocimiento: -Porque vos un poco dibujás…  







     Sí, algo dibujo.  Le pido que concrete, que tengo que volver a las delicias de la vida doméstica. ¿Qué quiere que haga?  La chiquita vive en zona norte, en su momento va a arreglar que nos conozcamos en Capital, en las cercanías de su facultad.  Que junte material y que arme un argumento, un modo de explicar el cómo se va de la nada -la habilidad natural de la infancia- a manejar unos cuantos trucos como para que cualquier desprevenido crea que alguna formación académica hemos tenido.  Que le arme un paquetito que él pueda entregar como ofrenda propiciatoria a los dioses de los buenos negocios.  Porque el material que le separe tendrá fiscalización previa de su sabiduría astuta de psicólogo social metido a publicitario.
-Business- resumo, me sonríe sin hipocresía y lo confirma:
-Puro business


     Y acá estoy, situación habitual, pensando una buena historia para que la cuente otro.  El ABC del asunto es encontrar una historia interesante y contarla de modo simple y entretenido.  Y siempre se parte de una pregunta, digamos, por caso ¿cómo se forma un autodidacta?








     Haciendo, claro.  El autodidacta no tiene al principio idea de que se auto-educa en nada.  Hace.  Dibuja y pinta.  En la infancia nadie pregunta por qué, al parecer es una actividad propia de los niños.  Desde bebé nos dan lápices para que garabateemos y nos quedemos tranquilos.  Niños dibujando fieras controladas.  Los conflictos vienen con la adolescencia.  ¿Qué hacemos con jovencitos que siguen persistiendo en su afición a lápices y pinceles?  Dos opciones: las familias que tienen como viable una inclinación artística de su vástago lo envía a talleres o escuelas de arte formales.  Quienes quieren arrancar de raíz toda propensión hacia la bohemia envía a sus hijos a estudiar cualquier otra cosa, y es ahí cuando el terco adolescente accede a la empecinada auto-formación.

     Yo dibujaba gatitos de almanaque, algún clásico retrato femenino y paisajes desabridos.  Eso estaba bien, era aceptable e inofensivo, eso se pinta como hobby social de fin de semana.  Pero yo quería más, y como mi otra tara (la literatura) no era mal vista en mi familia, en la librería de usados donde iba una vez por semana a revolver libros  también vendían  viejas revistas El Tony, D´Artagnan e Intervalo, con unas maravillosas tapas de soberbios dibujos.  Y compraba esas revistas (que después cambiaba dos por una) y copiaba las tapas, en la convicción de que emular a los que saben es una forma eficaz  de aprender. 

     Aún conservo unos pocos de esos dibujos de mis quince o dieciseis años, el resto se perdió entre mudanzas y sabia autocensura (obviamente, firmaba distinto; la farnellitud me atacó al terminar la secundaria):












     Después pasé a las fotos y a copiar los retratos de actores que sacaba de una publicación en fascículos de la Historia del Cine (que aún conservo en mi biblioteca).  ¿Cuál era mi lógica?  Al copiar dibujos el pasaje a dos dimensiones ya lo había hecho el dibujante original, la foto (aunque plana también) era lo más próximo a copiar del modelo natural.  La observación de la fotografía incluye un volumen que en el dibujo de otro ya estaba elaborado.  Exigía un poco más, era el pasó naturalmente siguiente.











     Recuerdo que por ese tiempo había desarrollado como juego mental el tratar de ver a las personas a mi alrededor como si fueran chatas.  Volvía del colegio, el Inmaculada de Lanús, en colectivo a casa y trataba de observar a todo el pasaje convenciéndome de que eran sólo de dos dimensiones, alto y ancho, y que lo que me engañaba a creerlos con volumen eran  las luces y las sombras.  Perfeccioné este desquiciado juego al punto de lograr mirar todo a mi alrededor sin profundidad, honestamente plano.  Y así dibujar con modelo vivo se volvió fácil (y barato, retrataba a mis compañeras de curso en los recreos; una pena que esos cuadernos llenos de retratos se hayan perdido).

     También esta etapa de auto-formación estuvo signada por la literatura.  Por entonces había descubierto a Rimbaud y su desequilibrio voluntario de los sentidos: Rimbaud veía a las vocales de colores y yo me empeñaba en la gente plana.  Cada uno tiene las Iluminaciones que puede…

     Después me obligué a “copiar del natural” lo que fuese, y agarraba cualquier objeto que hubiera en casa para practicar  (nótese que en el 87 ya firmaba  g. farnell, van treinta años de auténtica y comprobada farnellitud)









     Y también pintaba con cualquier cosa sobre cualquier cosa.  Usar óleo sobre una simple hoja de papel de oficina no es buena idea, el kerosene se expande por toda la superficie y mancha, pero se ve que entonces (cómo ahora) esas complicaciones eran parte de la diversión














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