Ser autodidacta
-Exceso
de vida doméstica- le explico para justificar mi
demora. Soy exasperantemente puntual
siempre, un retraso de cinco minutos sólo puede atribuirse a una catástrofe
natural o a la vida. Él se sonrió
satisfecho, alimentando mi eterna sospecha de que cuanto más se me complican
las cosas más feliz es él. Y esa es la amistad más larga y leal que sostengo,
así de rara soy. Después me dedico a
protestar por la inexistencia de Starbucks en Lanús (lo que considero una
afrenta personal) mientras espero pacientemente su ataque. Pero hoy no, hoy no va a quejarse de mi
desidia, mi falta de profesionalismo y sentido de la oportunidad. Hoy me va a pedir un (tramposo) favor.
Por lo que
me cuenta, la chica es pariente de alguien con quien augura hacer buen dinero y
por largo tiempo. Esta chica cursa
alguna carrera vinculada al arte (no
especificó, pero me inclino más a la curaduría que a la historia) y tiene que hacer un trabajo que enfoque
alguna “idiosincrasia” de los artistas contemporáneos.
-Y
vos sos un cúmulo de “idiosincrasias”- se ríe,
mientras me ofrece un sobrecito de edulcorante que está húmedo y apelmazado. El Martinez de Lanús cada vez me gusta menos, pero está cerca de casa y tienen
café en las variedades suficientes para el entretenimiento. Me informa que él fue quien me ofreció como
conejito de indias para la tarea escolar, sugiriendo un enfoque al método de
formación de un autodidacta que no puede ser catalogado como tradicional “art brut”. Congraciándose con mi incipiente fastidio
agrega como amable reconocimiento: -Porque vos un poco dibujás…
Sí, algo
dibujo. Le pido que concrete, que tengo
que volver a las delicias de la vida doméstica. ¿Qué quiere que haga? La chiquita vive en zona norte, en su momento
va a arreglar que nos conozcamos en Capital, en las cercanías de su
facultad. Que junte material y que arme
un argumento, un modo de explicar el cómo se va de la nada -la habilidad
natural de la infancia- a manejar unos cuantos trucos como para que cualquier desprevenido crea que alguna formación académica hemos tenido. Que le arme un paquetito que él pueda
entregar como ofrenda propiciatoria a los dioses de los buenos negocios. Porque el material que le separe tendrá fiscalización previa de su
sabiduría astuta de psicólogo social metido a publicitario.
-Business-
resumo,
me sonríe sin hipocresía y lo confirma:
-Puro
business
Y acá
estoy, situación habitual, pensando una buena historia para que la cuente otro. El ABC del asunto es encontrar una historia
interesante y contarla de modo simple y entretenido. Y siempre se parte de una pregunta, digamos,
por caso ¿cómo se forma un autodidacta?
Haciendo,
claro. El autodidacta no tiene al
principio idea de que se auto-educa en nada.
Hace. Dibuja y pinta. En la infancia nadie pregunta por qué,
al parecer es una actividad propia de los niños. Desde bebé nos dan lápices para que
garabateemos y nos quedemos tranquilos.
Niños dibujando fieras controladas. Los conflictos vienen con la
adolescencia. ¿Qué hacemos con
jovencitos que siguen persistiendo en su afición a lápices y pinceles? Dos opciones: las familias que tienen como
viable una inclinación artística de su vástago lo envía a talleres o escuelas
de arte formales. Quienes quieren
arrancar de raíz toda propensión hacia la bohemia envía a sus hijos a estudiar
cualquier otra cosa, y es ahí cuando el terco adolescente accede a la
empecinada auto-formación.
Yo
dibujaba gatitos de almanaque, algún clásico retrato femenino y paisajes desabridos. Eso estaba bien, era aceptable e inofensivo, eso se pinta como hobby social de fin de semana. Pero yo
quería más, y como mi otra tara (la
literatura) no era mal vista en mi familia, en la librería de usados donde
iba una vez por semana a revolver libros
también vendían viejas revistas El Tony,
D´Artagnan
e Intervalo,
con unas maravillosas tapas de soberbios dibujos. Y compraba esas revistas (que después cambiaba dos por una) y
copiaba las tapas, en la convicción de que emular a los que saben es una forma eficaz de
aprender.
Aún
conservo unos pocos de esos dibujos de mis quince o dieciseis años, el resto se perdió entre mudanzas y sabia autocensura (obviamente, firmaba distinto; la farnellitud me atacó al terminar la
secundaria):
Después
pasé a las fotos y a copiar los retratos de actores que sacaba de una
publicación en fascículos de la Historia del Cine (que aún conservo en mi biblioteca). ¿Cuál era mi lógica? Al copiar dibujos el pasaje a dos dimensiones
ya lo había hecho el dibujante original, la foto (aunque plana también) era lo
más próximo a copiar del modelo natural.
La observación de la fotografía incluye un volumen que en el dibujo de
otro ya estaba elaborado. Exigía un poco
más, era el pasó naturalmente siguiente.
Recuerdo
que por ese tiempo había desarrollado como juego
mental el tratar de ver a las personas a mi alrededor como si fueran chatas. Volvía del colegio, el Inmaculada de Lanús, en colectivo a casa y trataba de
observar a todo el pasaje convenciéndome de que eran sólo de dos dimensiones,
alto y ancho, y que lo que me engañaba a creerlos con volumen eran las
luces y las sombras. Perfeccioné este
desquiciado juego al punto de lograr mirar todo a mi alrededor sin profundidad, honestamente plano. Y así dibujar con modelo vivo se
volvió fácil (y barato, retrataba a mis
compañeras de curso en los recreos; una pena que esos cuadernos llenos de retratos se hayan perdido).
También
esta etapa de auto-formación estuvo signada por la literatura. Por entonces había descubierto a Rimbaud y su desequilibrio voluntario
de los sentidos: Rimbaud veía a las
vocales de colores y yo me empeñaba en la gente plana. Cada uno tiene las Iluminaciones que puede…
Después
me obligué a “copiar del natural” lo que fuese, y
agarraba cualquier objeto que hubiera en casa para practicar (nótese que en el 87 ya firmaba g. farnell, van treinta años de auténtica y comprobada farnellitud)
Y también
pintaba con cualquier cosa sobre cualquier cosa. Usar óleo sobre una simple hoja de papel de
oficina no es buena idea, el kerosene se expande por toda la superficie y
mancha, pero se ve que entonces (cómo
ahora) esas complicaciones eran parte de la diversión
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