Ser autodidacta (el método)
El método
del autodidacta no es muy sofisticado: observación – prueba y error – más observación
– riesgo – prueba y error – observación.
Casi un círculo vicioso. El
eterno retorno que rige el universo y sus adyacencias.
Este
método aplicado a la creación de la obra funciona observando cuidadosamente (el entorno físico, la obra de los grandes
maestros, la obra contemporánea que nos llega, los cambiantes estímulos
visuales de la modernidad), se prueba hacer algo con eso desde nuestro personal
modo de ver y sentir, se observa el resultado, se encuentra el mismo sumamente
espantoso, se vuelve a intentar hasta lograr un resultado que nos parece
medianamente aceptable, se corre el riesgo de mostrarlo a los otros, se observa
su reacción, se prueba mejorar corrigiendo las fallas que se han interpretado
de la observación, se observa el resultado, espantoso en el primer intento,
aceptable al décimo octavo, se corre el riesgo de mostrar, se observa… ad
infinitum.
Este
método aplicado al intento de inserción en el “mercado del arte”, funciona así: observación de las acciones de los
artistas “estrellas fulgurantes del
mercado” y a los que admiramos por su obra (que casi nunca coinciden),
probar desde nuestro periférico lugar aquellas acciones que nos parecen dignas
de respeto (léase: nada de circo que
pueda quitar dignidad a nuestra obra), observar el resultado, corrigir
fallas, volver a probar, correr el riesgo del fracaso número infinito, volver a
observar. Agregar la observación de las
acciones de galeristas, art dealers, curadores, probar desde nuestro lugar las
acciones que consideramos serias y conducentes a la debida proyección de la
obra, corregir errores, volver a probar, RIESGO-RIESGO-RIESGO
siempre a nuestro exclusivo costo, volver a observar…
El método
del autodidacta nunca tiene conclusiones. Es una actividad circular constante, ya que
siempre habrá algo más que observar, algo más que probar. Hubo un tiempo que adoraba trabajar con los
pasteles tiza en barrita. Me aburrí y
pasé a otra cosa. Un día alguien me
trajo una caja de pasteles tiza formateados en lápices de una marca inglesa y
volví a delirar por una temporada jugando con eso. Amaba la tinta china, hasta que me distraje,
y un día llegaron las lapiceras con tinta en gel, ¡el fuego!, y después descubrí los acrílicos con volumen,
y las pátinas texturadas, y le perdí el respeto a la sobriedad y quién sabe en
qué extraño sacrilegio caeré en el futuro. Prueba
error, prueba error, mucha diversión, prueba error.
El método
del autodidacta es lento, parsimonioso, de una constancia imperturbable, una
perseverancia patológica, y el goce del hacer como premisa unificadora. Es claro que el autodidacta no tiene
intención de llegar a ningún lado, lo que disfruta es ir haciendo el camino (a ninguna parte).
“-Haciendo dibujitos no vas a llegar a
ningún lado-“ me auguraron, sin mala fe, allá en mi
adolescencia. Supongo que ya intuía que
ese era precisamente el punto…
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