viernes, 25 de agosto de 2017


Ser autodidacta (el método)





     El método del autodidacta no es muy sofisticado: observación – prueba y error – más observación – riesgo – prueba y error – observación.  Casi un círculo vicioso.  El eterno retorno que rige el universo y sus adyacencias.

     Este método aplicado a la creación de la obra funciona observando cuidadosamente (el entorno físico, la obra de los grandes maestros, la obra contemporánea que nos llega, los cambiantes estímulos visuales de la modernidad), se prueba hacer algo con eso desde nuestro personal modo de ver y sentir, se observa el resultado, se encuentra el mismo sumamente espantoso, se vuelve a intentar hasta lograr un resultado que nos parece medianamente aceptable, se corre el riesgo de mostrarlo a los otros, se observa su reacción, se prueba mejorar corrigiendo las fallas que se han interpretado de la observación, se observa el resultado, espantoso en el primer intento, aceptable al décimo octavo, se corre el riesgo de mostrar, se observa… ad infinitum.







     Este método aplicado al intento de inserción en el “mercado del arte”, funciona así: observación de las acciones de los artistas “estrellas fulgurantes del mercado” y a los que admiramos por su obra (que casi nunca coinciden), probar desde nuestro periférico lugar aquellas acciones que nos parecen dignas de respeto (léase: nada de circo que pueda quitar dignidad a nuestra obra), observar el resultado, corrigir fallas, volver a probar, correr el riesgo del fracaso número infinito, volver a observar.  Agregar la observación de las acciones de galeristas, art dealers, curadores, probar desde nuestro lugar las acciones que consideramos serias y conducentes a la debida proyección de la obra, corregir errores, volver a probar, RIESGO-RIESGO-RIESGO siempre a nuestro exclusivo costo, volver a observar…

     El método del autodidacta nunca tiene conclusiones.  Es una actividad circular constante, ya que siempre habrá algo más que observar, algo más que probar.  Hubo un tiempo que adoraba trabajar con los pasteles tiza en barrita.  Me aburrí y pasé a otra cosa.  Un día alguien me trajo una caja de pasteles tiza formateados en lápices de una marca inglesa y volví a delirar por una temporada jugando con eso.  Amaba la tinta china, hasta que me distraje, y un día llegaron las lapiceras con tinta en gel, ¡el fuego!,  y después descubrí los acrílicos con volumen, y las pátinas texturadas, y le perdí el respeto a la sobriedad y quién sabe en qué extraño sacrilegio caeré en el futuro. Prueba error, prueba error, mucha diversión, prueba error.






     El método del autodidacta es lento, parsimonioso, de una constancia imperturbable, una perseverancia patológica, y el goce del hacer como premisa unificadora.  Es claro que el autodidacta no tiene intención de llegar a ningún lado, lo que disfruta es ir haciendo el camino (a ninguna parte).


     “-Haciendo dibujitos no vas a llegar a ningún lado-“ me auguraron, sin mala fe, allá en mi adolescencia.  Supongo que ya intuía que ese era precisamente el punto…











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