Desde muy
chica me decían –y desde allá hasta acá me lo han seguido diciendo- que uno tiene
que entender a los demás. “Sí, te hizo tal cosa, que está mal, pero vos
tenés que entender que….” Siempre
uno tiene que entender, y ese entender es justificar, aceptar que el otro (¡pobre!) tiene sus razones, sus limitaciones
o su triste historia personal, para hacer cualquier cosa afectando a quién sea
y por eso debe ser comprendido y disculpado.
Uno tiene que entender…
A la
inversa, uno, que entiende al otro, no tiene permisos para la falla. A uno no se lo comprende, porque uno está
obligado a superar sus razones, sus limitaciones o su triste historia
personal. Uno tiene que hacerse cargo,
terapia mediante o no, y abstenerse de imponer a los otros sus patéticos problemas. A uno nadie debe entenderlo, hay que madurar
y hacerse responsable. Guardar las
miserias propias en el séptimo subsuelo, que a nadie le importan.
Este
doble parámetro moral cae tanto en lo individual como en lo social. Y es de nefastos resultados en ambas
esferas. La empatía está muy bien, es
una herramienta de comunicación profunda.
Pero no se puede justificar todo, no se puede permanentemente esgrimir
el vos
tenés que entender avasallando los límites de la misma humanidad. No, me niego, no tengo que entender la
barbarie. No tengo que entender
abuso. No tengo que entender la
crueldad. No tengo que entender, sólo me
cabe exigir responsabilidad por igual a cada uno. Todos somos responsables y es hora de
hacernos cargo.
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