domingo, 20 de agosto de 2017






     Desde muy chica me decían –y desde allá hasta acá me lo han seguido diciendo- que uno tiene que entender a los demás.  “Sí, te hizo tal cosa, que está mal, pero vos tenés que entender que….”  Siempre uno tiene que entender, y ese entender es justificar, aceptar que el otro (¡pobre!) tiene sus razones, sus limitaciones o su triste historia personal, para hacer cualquier cosa afectando a quién sea y por eso debe ser comprendido y disculpado.  Uno tiene que entender…

     A la inversa, uno, que entiende al otro, no tiene permisos para la falla.  A uno no se lo comprende, porque uno está obligado a superar sus razones, sus limitaciones o su triste historia personal.  Uno tiene que hacerse cargo, terapia mediante o no, y abstenerse de imponer a los otros  sus patéticos problemas.  A uno nadie debe entenderlo, hay que madurar y hacerse responsable.  Guardar las miserias propias en el séptimo subsuelo, que a nadie le importan.

     Este doble parámetro moral cae tanto en lo individual como en lo social.  Y es de nefastos resultados en ambas esferas.  La empatía está muy bien, es una herramienta de comunicación profunda.  Pero no se puede justificar todo, no se puede permanentemente esgrimir el vos tenés que entender avasallando los límites de la misma humanidad.  No, me niego, no tengo que entender la barbarie.  No tengo que entender abuso.  No tengo que entender la crueldad.  No tengo que entender, sólo me cabe exigir responsabilidad por igual a cada uno.  Todos somos responsables y es hora de hacernos cargo. 









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