lunes, 14 de agosto de 2017

Ser autodidacta III






     Hace años, en una entrevista, el gran Hermenegildo Sábat –autodidacta él- explicaba estar a favor de la educación académica en el arte. ¿Se contradecía?, no, porque fundamentaba su preferencia en que el estudio acorta caminos, el maestro siempre enseña atajos.  El autodidacta debe dar golpes de ciego antes de encontrar la puerta, la formación académica te señala la puerta con parpadeantes  luces de neon y te hace una reverencia cuando la cruzas.  La educación en arte clásica hace las cosas más fáciles.

     Reconozco que hubo unas pocas oportunidades en que, consciente de la necesidad de amparo y data, traté de adherir a esa premisa.  La primera vez fue a mis nueve o diez años, en un taller de dibujo.  El maestro era imponente, buen dibujante, alto, elegante y silente.  Yo dibujaba con demasiada facilidad pero era tosca, borroneaba sin cuidado, ensuciaba la hoja con el roce la mano.  El maestro me hacía borrar todo y empezar de nuevo.  Yo obedecía, a más de introvertida era muy obediente.  Pero lo odiaba.  Años después comprendí que trataba de que yo aprendiera a disfrutar de la acción de dibujar.   No duré mucho.  Me aburría.
 
 
 

     A los quince me empeñé en que me anotaran en la Escuela de Bellas Artes de Lanús, donde duré exactos dos meses pese a lo caro que había resultado la matrícula y el arancel.  Puedo entender que ellos tenían un plan de enseñanza que arrancaba de lo más básico (o sea, que con amarillo y rojo se forma el naranja), pero yo quería que me enseñaran lo que no sabía no que me hicieran retroceder a lo que, a esas alturas, me resultaba obvio.

    Ya en mi época de universitaria me inscribí en un taller que quedaba cerca de la facultad, en la zona de Congreso.  El primer día fue el último.  El maestro, hombre muy amable y cordial, señaló a modo de bienvenida que haría que todos me reconocieran como perteneciente a su taller, ya que todos sus discípulos acababan pintando como él.  Tuve un auténtico ataque de pánico.  Yo no quería pintar como él (que, de hecho, pintaba muy bien), yo quería pintar como yo, quería trabajar sobre mi misma, para definirme,  no mimetizarme como integrante de un taller y exponer sin nombre en una colectiva de fin de año.  No volví más.






     Supongo que ha sido una cuestión de carácter, que haber empezado de muy chica me llenó de mañas, y que mi tendencia a la soledad siempre volvió difícil mi pertenencia a grupos de cualquier índole.  O puede que inconscientemente quisiera proteger mi individualidad haciendo las cosas del modo difícil, aprendiendo a los golpes pero obteniendo así la verdad de primera mano y no el relato de una visión ajena.  O era mi destino, y entonces, lo que deba ser será y de que vale pretender otra cosa.  Ser autodidacta terminó siendo una decisión consciente (y empecinada).
 
 
 
 
 

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