Ser autodidacta III
Hace años, en una entrevista, el gran Hermenegildo Sábat –autodidacta él- explicaba estar a favor de la educación académica
en el arte. ¿Se contradecía?, no, porque fundamentaba su preferencia en que el
estudio acorta caminos, el maestro siempre enseña atajos. El autodidacta debe dar golpes de ciego antes
de encontrar la puerta, la formación académica te señala la puerta con
parpadeantes luces de neon y te hace una
reverencia cuando la cruzas. La educación
en arte clásica hace las cosas más fáciles.
Reconozco que hubo unas pocas
oportunidades en que, consciente de la necesidad de amparo y data, traté de
adherir a esa premisa. La primera vez
fue a mis nueve o diez años, en un taller de dibujo. El maestro era imponente, buen dibujante,
alto, elegante y silente. Yo dibujaba
con demasiada facilidad pero era tosca, borroneaba sin cuidado, ensuciaba la
hoja con el roce la mano. El maestro me
hacía borrar todo y empezar de nuevo. Yo
obedecía, a más de introvertida era muy obediente. Pero lo odiaba. Años después comprendí que trataba de que yo
aprendiera a disfrutar de la acción de dibujar. No duré mucho. Me aburría.
A los quince me empeñé en que me anotaran
en la Escuela de Bellas Artes de Lanús, donde duré exactos dos meses
pese a lo caro que había resultado la matrícula y el arancel. Puedo entender que ellos tenían un plan de
enseñanza que arrancaba de lo más básico (o
sea, que con amarillo y rojo se forma el naranja), pero yo quería que me
enseñaran lo que no sabía no que me hicieran retroceder a lo que, a esas
alturas, me resultaba obvio.
Ya en mi época de universitaria me inscribí
en un taller que quedaba cerca de la facultad, en la zona de Congreso. El primer día fue el último. El maestro, hombre muy amable y cordial,
señaló a modo de bienvenida que haría que todos me reconocieran como
perteneciente a su taller, ya que todos sus discípulos acababan pintando como
él. Tuve un auténtico ataque de pánico. Yo no quería pintar como él (que, de hecho, pintaba muy bien), yo
quería pintar como yo, quería trabajar sobre mi misma, para definirme, no mimetizarme como integrante de un taller y
exponer sin nombre en una colectiva de fin de año. No volví más.
Supongo que ha sido una cuestión de
carácter, que haber empezado de muy chica me llenó de mañas, y que mi tendencia
a la soledad siempre volvió difícil mi pertenencia a grupos de cualquier
índole. O puede que inconscientemente
quisiera proteger mi individualidad haciendo las cosas del modo difícil,
aprendiendo a los golpes pero obteniendo así la verdad de primera mano y no el
relato de una visión ajena. O era mi
destino, y entonces, lo que deba ser será y de que vale pretender otra cosa. Ser autodidacta terminó siendo una decisión
consciente (y empecinada).
No hay comentarios:
Publicar un comentario