Ser autodidacta: la marginalidad
El
estigma del autodidacta es su falta de pertenencia. Carece de esas relaciones que son el resultado
lógico del estudio académico en la materia.
No tiene colegas contemporáneos con los que haya compartido por años
pasillos y aulas, no tuvo a fulano de profesor ni le queda el encono con
mengano porque no le aprobó tal materia, que era “el filtro” para recibirse de una vez. No cae en un concurso (caer menos literal
que estratégicamente) donde su maestro preferido es hoy cabeza del jurado. No adquirió la costumbre en sus famélicos años
mozos de concurrir a cuanto vernisagge
se haga en la ciudad sólo para rapiñar algún sandwichito y un vasito de plástico
con algo parecido al alcohol. No se convirtió en ese público de relleno que todo galerista necesita para presumir de la "masividad" de sus eventos y que genera lealtades comerciales recíprocas. Esa
sociabilidad que confluye en el mercado el autodidacta no la ha vivido
nunca. Por eso siempre está afuera,
mirando desde la distancia lo que pasa dentro del estricto círculo de
pertenencia del arte.
El no pertenecer te quita privilegios,
claro, ya lo hemos aprendido con el slogan de una tarjeta de crédito. Sin contactos es más difícil llegar; uno no
va a acceder a tal espacio de exposición o a formar parte de tal evento de
amplia repercusión pública sin amigos que le abran la puerta. Al autodidacta sólo le quedan dos vías: pagar
por exponer o ganarse el lugar por puro mérito de su obra. Y cuando los
recursos económicos escasean sólo queda la obra…
Y ahí
el autodidacta y su vida circular ve que todo tiene sentido: el principio y el
final es definitivamente la obra. Nunca
entró en este juego por otra cosa que no fuera la Obra.
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