domingo, 27 de agosto de 2017



Ser autodidacta: la marginalidad







     El estigma del autodidacta es su falta de pertenencia.  Carece de esas relaciones que son el resultado lógico del estudio académico en la materia.  No tiene colegas contemporáneos con los que haya compartido por años pasillos y aulas, no tuvo a fulano de profesor ni le queda el encono con mengano porque no le aprobó tal materia, que era “el filtro” para recibirse de una vez.  No cae en un concurso (caer menos literal que estratégicamente) donde su maestro preferido es hoy cabeza del jurado.  No adquirió la costumbre en sus famélicos años mozos de concurrir a cuanto vernisagge se haga en la ciudad sólo para rapiñar algún sandwichito y un vasito de plástico con algo parecido al alcohol.  No se convirtió en ese público de relleno que todo galerista necesita para presumir de la "masividad" de sus eventos y que genera lealtades comerciales recíprocas.  Esa sociabilidad que confluye en el mercado el autodidacta no la ha vivido nunca.  Por eso siempre está afuera, mirando desde la distancia lo que pasa dentro del estricto círculo de pertenencia del arte.







     El no pertenecer te quita privilegios, claro, ya lo hemos aprendido con el slogan de una tarjeta de crédito.  Sin contactos es más difícil llegar; uno no va a acceder a tal espacio de exposición o a formar parte de tal evento de amplia repercusión pública sin amigos que le abran la puerta.  Al autodidacta sólo le quedan dos vías: pagar por exponer o ganarse el lugar por puro mérito de su obra. Y cuando los recursos económicos escasean sólo queda la obra…


    Y ahí el autodidacta y su vida circular ve que todo tiene sentido: el principio y el final es definitivamente la obra.  Nunca entró en este juego por otra cosa que no fuera la Obra. 










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