Sobre la
autonomía de la obra
Hay obras que exigen un trabajo pausado. Y no necesariamente por sus características técnicas. Aun el óleo, más lento en el secado, cuando se lo trabaja sobre papel y diluido en kerosene, como en mi caso, no requiere demasiada espera. Es la obra la que marca el ritmo. Despacito, sí, como la canción que lleva meses taladrándonos el cerebro. Despacito.
Estoy
trabajando en ella desde hace más de un mes, de a ratos, haciendo otras cosas
en el medio, teniendo tiempo que dispensarle pero intencionalmente alejándome. No es como en los caso en que me aburro y
abandono, no, porque cada rato de trabajo es placentero y gratificante en el
resultado. Es porque ella no me quiere
cerca seguido. Me acepta, me controla y
me aparta. Después me permite volver
para un breve tiempo de trabajo. Ella manda.
Es la que guía en este baile.
Me gusta mucho su colorido, aunque le falta
tanto trabajo en las manos y en el rostro que es casi apenas un boceto. Querría avanzar a mi gusto, pero me frena, deja
en claro quién tiene el control. Que es
a su manera. Una obra en proceso que es
ostensiblemente mandona. Desde antes de
ser ya autónoma de mí.
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