DIGRESION INTIMA
“No es que el incrédulo no deba creer en nada. No cree en todo. Cree en una cosa cada vez, y en una segunda cuando deriva de alguna manera de la primera. Avanza como un miope, es metódico, no aventura horizontes. Dos cosas no relacionadas entre sí, creer en las dos, y con la idea de que, en algún lugar, haya una tercera, oculta, que las vincula, esto es la credulidad.
La incredulidad, lejos de excluir la curiosidad, la sostiene. Desconfiando de las cadenas de ideas, de las ideas amaba la polifonía. Basta con no creer en ellas para que dos ideas, ambas falsas, puedan chocar entre sí creando un bello intervalo o un diabolus in música. No respetaba las ideas por las que otros apostaban la vida, pero dos o tres ideas que no respetaba podían formar una melodía. O un ritmo, preferentemente de jazz.”
Umberto Eco, El Péndulo de Foucault, pág. 74
Sé a nivel racional que no debería escribir esto. ¿Por qué? Por un montón de razones: es un pensamiento excesivamente íntimo, es un pensamiento absolutamente vergonzante, es -¡definitivamente!- un pensamiento estúpido.
Pero más allá de que ese pensamiento sea imperdonable, ese pensamiento me rebota en la cabeza y acabo convencida que, aunque irracional, esa idea me está condicionando.
Supongo que si tuviera un analista, éste, con tono de certeza, identificaría este pensamiento recurrente como “miedo”, un miedo irracional devenido de algo de mi infancia (obviamente) y que buceando en el pasado encontraría el modo de vencerlo.
Esa teoría no me convence. No creo que los males vengan de atrás sino del ahora. Ahora es cuando sigo sin poder caminar sin causa física o médica atribuible. Se supone que debería caminar y no camino. No puedo moverme. La ciencia médica no me responde con eficacia técnica (y tranquilizante) sobre las razones. Y entonces alguien viene y me susurra: es un maleficio… Y yo, claro, no creo en esas cosas, pero ¿y si es esa la razón?
-¿Qué está diciendo?- pide traducción una de mis voces, la de anteojos, la realmente odiosa.
-Se le metió en la cabeza que le “hicieron un trabajo”- explica la otra, la tipo venenosa buena madre de familia-. Parece que alguien buscó una bruja y la lechuzó.
Dos brujas, me digo pero no quiero resaltar el punto. ¡Esto es tan idiota!
-Está exorcizando sus fantasmas- sale en mi defensa la adorable vocecita rubia. –Ella está capturando con palabras esas sensaciones e imágenes que la atormentan, para dejarlas quietas dentro de su diario de una buena vez, y, después, poder burlarse de ellas.
Siempre le termino agradeciendo el aliento. Si, exorcizar fantasmas suena bien. Poético y racional. Pasar en limpio toda esta tontería para convertirla exclusivamente en eso: en tonteras.
Es así (y el que me considere una persona sensata no lea esto, por favor): me luxo la rótula el 9 de noviembre. Al día siguiente, tumbada en la cama con mi pierna inmovilizada en una férula, me llama por teléfono una cliente y me anuncia, con preocupación, “que tenga cuidado”, porque le “hicieron un trabajo a su pareja” (también cliente mio) y que el brujo al que consultó le dijo que ese trabajo también era contra “la abogada”. Supongo que mi sonrisa fue de suficiencia y, como chiste, le repliqué que me llegaba tarde el aviso porque estaba con una pierna dura. Ciertamente no tomé en serio esto, aunque sé que habitualmente me echan maldiciones y que si creyera en eso de la “energía” aceptaría que mi trabajo civil me acarrea mucha mala vibra. Pero así es la vida ¿no? No todo el mundo te tiene que querer... Días después, otra cliente, me llama anunciándome que según su bruja a ella y a mi nos hicieron un “trabajo”, ya que la bruja “me prendió una vela y el 10 de noviembre se apagó”. Perfecto.
O es casualidad o es verdad (no, no es verdad. Eso está claro. No es verdad), pero si de dos lados distintos te echan maleficios uno no puede escaparse, ¿no?. Si las cosas que no existen se reiteran ¿existen?
En su fe absurda de creer en brujas y ángeles de la guarda, mis clientes me han “resguardado” con sus hechiceros particulares. De hecho uno de ellos me envió la “receta” a seguir con velas blancas y negras que, obviamente, no he cumplido (¿aun?).
Uno (yo) –una pseudo intelectual muy pegada a su pensamiento lógico- escucha todas estas pavadas con cortesía y paciente indulgencia por las creencias cuasi tribales de la masa. Uno está más allá de esos rituales infantiles, del pensamiento mágico. Uno sólo sonríe y condesciende. Pero después, en privado, cuando sigo sin poder mover mi rodilla, cuando no puedo caminar porque el pánico me paraliza las dos piernas, empiezo a preguntarme…
-¿A preguntarte qué?- me taladra la voz de anteojos.
Nada. Qué sé yo que me pregunto. ¿Dónde se venden velas negras?
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