domingo, 30 de diciembre de 2012

DIVAGUES FESTIVOS

“Brindo por las mujeres que derrochan simpatía/ Brindo por los que vuelven con las luces de otro día/ Brindo porque recuerdo tu cuerpo, pero olvidé tu cara/ Brindo por lo que tuve porque ya no tengo nada…/ (…) Brindo por el recuerdo y también por el olvido/ Brindo porque esta noche un amigo paga el vino…/ Porque la vida es dura, por el fin de la amargura/ Brindo porque me olvido los motivos porque brindo/ Brindo por lo que sea que caiga hoy en el vaso/ Brindo por la victoria, por el empate y por el fracaso…/ (…) Si alguna vez no brindo siquiera por tonterías/ Brindaré con silencio por la fortuna perdida/ Brindo muy en serio por una vez en la vida/ Brindo hasta la cirrosis por la vacuna del Sida./” 

Andrés Calamaro – Los Rodrigues Brindo por las mujeres






     La mera y fútil necesidad de equilibrio estético (mi karma) me obliga a que tenga que hacer coincidir la entrada número 100 con la última entrada del año. Las últimas semanas restringí mis impulsos literarios para obligar la concreción de esa “coincidencia”. El azar es el humor negro de dios, ¿no? Manipulo el azar. ¿Por qué? Porque sí, porque es imprescindible esta especie de simetría, de orden cósmico, de capricho estúpido. Pero aquí estamos. 

     Cien entradas en ocho meses es más o menos (un poco menos) que lo que normalmente escribo en mis diarios de papel. Pero páginas de insultos o de chusmerío con nombres y apellidos han sido censurados por mi Super Yo, que prefiere optar por un perfil intimista levemente neutral. Las páginas prohibidas quedan a resguardo hasta, quien sabe, un arrebato de furia o un exceso de buen humor (ese extraño humor autodestructivo que me dá algunas veces). 

     Y como tradición personal, siempre los 31 en mis diarios de papel hago raconto, sino de los hechos del año, al menos de mi estado de ánimo al filo del ilusorio final (el tiempo es fluido, líquido, los años no cambian, mañana no se diferenciará de hoy más allá de equivocar la fecha al confeccionar un cheque). Un mero ejercicio de redacción.






     Y brindo, obviamente. Todos lo hacemos. En realidad, festejamos sólo por la licencia para una embriaguez normalmente vergonzante. Podés rodar borracho por el piso el 31, nadie te va a mirar mal. Entonces brindamos, como decía un hermano de mi abuelo, por los presentes y los ausentes, por los amigos (de los que me cuide dios) y por los enemigos (de los que me cuido sola). Brindo por un año de seguir siendo quién somos, sin mayor objetivo ni logro que, simplemente, ser. Brindo por un año de seguir pintando aunque no nos hayan dejado exponer en ningún lado. Brindo por La Santa Inquisición, bonita e incolgable y por la que gustosamente me he ganado mi ticket al infierno.






     Brindo por esos pequeños placeres que han acrecentado mi biblioteca, mi orgullo y mi legado; por ese derroche innecesario de dinero que me significó adquirir dos libros de cartografía FAN-TÁS-TI-COS que me han sumido en estados de éxtasis próximos a una parafilia.






Brindo por haber redondeado un poco (sólo un poco, que es todavía una vorágine) mi eterno proyecto de Ragnarök. Brindo porque puedo obsesionarme todavía con una idea y me quedan restos de energía y pasión para plasmarla en imágenes que intentan perdurar y compartir esos sueños.






     Brindo por mis voces, que me torturan, pero que me rescatan de la patética lógica de la “normalidad”. Brindo por la voz de la buena madre de familia, la que es absolutamente fría y egoísta, pragmática, a la que poco le importa aquello que no cuadre en su postal de prolija familia blanca, occidental y cristina desayunando juntos, de inmejorable humor, bien vestidos y ya peinados, en una luminosa, amplia e impecable cocina. Cereal y café descafeinado, obviamente. Brindo por la voz de anteojos, la sarcástica y cerebral, la que desprecia al resto del mundo por inferior y ridículo. La que se dedica sólo a recalcar con elocuente morbo todos los errores, las contradicciones, las infinitas miserias, las limitaciones propias de ser humano, sensible y temerosamente mortal. Y brindo por la cálida voz rubia, la que trata bien a todo el mundo, la que ve el lado bueno, la que es pura empatía, la que no juzga, la que jamás condena. La que sospecho que bebe demasiado y que su bonomía se debe, ni más ni menos, a su nebulosa semi-embriaguez permanente. Pero, adorable. Rubia, linda y absolutamente adorable.






     Brindo por mi maldita rodilla, la que sigue impidiéndome caminar y me tortura con un dolor fastidioso que se niega al abandono, pero a la que he decidido MATAR CON LA INDIFERENCIA. Mientras brindo (sentada) no existe ni dolor ni rodilla y, probablemente, la cantidad justa de alcohol la haga definitivamente desaparecer (al menos por un rato). Alquimia etílica que le dicen...






     Brindo por las compañías con las que me gustaría brindar pero que están en otro lado, demasiado lejos de mi; brindo por las compañías que están deseando su ausencia. Brindo por los viejos amigos perdidos, estén donde estén; por los viejos amores que debieron haber sido y vaya uno a saber que fue de ellos; brindo por esos enemigos mezquinos que fueron y que dios tenga en su gloria y que no los suelte; brindo por esos pocos enemigos leales que nos esperan en el infierno para reanudar la charla. Brindo por esas lealtades inquebrantables que nunca merecimos y por las lealtades que profesamos desde el alma y que han sido nuestro único mérito real. Brindo por mí, que estoy acá y soy la que disfruta el brindis. Brindo con quien quiera chocar una copa conmigo y augurar que seguiremos siendo quienes somos porque, pese a todo, nunca podrán vencernos. A quién corresponda: ¡BUEN AÑO!!!






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