viernes, 28 de diciembre de 2012

QUE LA INOCENCIA TE VALGA!!!






“El octavo día del año de gracia de 1546, en su cuarta sesión, los Padres del Concilio de Trento promulgaban el decreto siguiente: ´El Santo Concilio de Trento, ecuménico y general, legítimamente congregado en el Espíritu Santo… declara:… Recibir todos los Libros, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, porque el mismo Dios es su autor, tanto del uno como del otro, así como las tradiciones que contemplan la fe y las costumbres, como dictadas por boca mismo de Jesucristo, o por el Espíritu Santo, y conservadas en la Iglesia católica por una sucesión continua, y las abraza con un mismo sentimiento de respeto y piedad. (…) Quienquiera que no reciba como sagrados y canónicos esos libros por entero, con todas sus partes, tal como se acostumbra a leerlos en la Iglesia católica y tal como están en la antigua Vulgata latina, y que desprecie con propósito deliberado las citadas tradiciones, quedará excomulgado.´ Ahora bien, cuando uno se mete en cosas tan serias como la de enviar a la gente al infierno, si ésta no es lo bastante dócil como para admirar con los ojos cerrados lo que los canosos Padres conciliares afirman haber decidido por su bien, es conveniente, como mínimo, ponerse antes de acuerdo. (…) …Una leyenda conmovedora (ya que, como veremos, no se la puede calificar de otra cosa) que se refiere a La Matanza de los Inocentes. Un solo evangelista menciona el hecho, y es Mateo, quien sitúa la natividad de Jesús ´en los días del Rey Herodes´, como hemos visto. Lucas, que relata esa misma natividad, no habla de ello, y con razón, ya que la sitúa en ´la época del Censo´, es decir, doce años más tarde. Al haber muerto Herodes en el curso de esos doce años, no se le puede imputar semejante crimen. En cuanto a Marcos y a Juan, éstos no nos hablan de los años jóvenes de Jesús, y hacen empezar su relato en los primeros días de su actividad mesiánica. (…) …Marcos… relata: ´Entonces Herodes, viéndose burlado por los Magos, se irritó sobremanera y mandó matar a todos los niños que había en Belén y en su territorio, de dos años para abajo, según la fecha que con diligencia había averiguado de los Magos. Entonces se cumplió la palabra del profeta Jeremías, que dice: “Una voz se oye en Ramá, llanto y gran lamentación: es Raquel, que llora a sus hijos, y rehúsa ser consolada, porque ya no están”´ (Mateo, 2 16-18) …Primera contradicción: Herodes “había averiguado con diligencia” la fecha en que se había producido el nacimiento, al que asistieron los Magos, milagrosamente conducidos por una extraña estrella. En este caso, bastaba matar a los niños de dos o tres meses de edad nacidos en Belén, y no era necesario remontarse a dos años atrás. Eso tendería a hacer creer que, entre la visita de los Magos a Herodes y su partida secreta, habían transcurrido dos años, lo cual sería contradecir el relato de Mateo, que los hace volverse inmediatamente a su patria. Por otra parte, Ramá se encontraba en el territorio de la tribu de Benjamín, y Belén en el territorio de Judá; la primera se hallaba muy al noroeste de Jerusalén, y la segunda al sudeste. Había, aproximadamente, cincuenta kilómetros a vuelo de pájaro entre estas dos ciudades. Además, la profecía de Jeremías no hablaba de una matanza, sino de una deportación: “Así dice Yavé: En Ramá se ha oído una voz, lamento y llanto amargo; es Raquel que llora a sus hijos, no quiere consolarse, porque ya no están. Pero así habla Yavé: Aparta tu voz del llanto, aparta las lágrimas der tus ojos, porque habrá una recompensa para tus penas. ¡Ellos volverán del país enemigo! Hay una esperanza para tu porvenir. Tus hijos regresarán a sus confines…” (Jeremías, 31, 15-17). Y efectivamente, poco después der la profecía de Jeremías que anunciaba la destrucción de Jerusalén, en julio del año 587, Nebuzardán, general de Nabucodonosor, se apoderó de la ciudad santa, y la población de Israel era deportada de Babilonia. Regresaría de allí en 536, tras la toma de Babilonia por Ciro, tal como había predicho Jeremías. ¡Pero se necesita mucha buena voluntad para ver en dicha profecía una matanza, en Belén, de niños recién nacidos, uno de los cuales podía convertirse en rey! (…) Así pues, ninguna profecía anuncia este hecho, aunque no hay duda… de que Herodes era perfectamente capaz. Mas, a pesar de todo, ¿para qué imputarle crímenes imaginarios? ¡Por desgracia, la realidad ya bastaba sobradamente sin eso! Empero, si dudáramos, nos bastaría con recordad que Flavio Josefo, en sus Antigüedades judaicas, en los libros XVI y XVII, que dan cuenta del reinado de dicho rey, no lo trata con indulgencia: no omite ninguno de sus crímenes. En cambio, a esa matanza de niños no hace ninguna alusión. Es más, el panegirista de Herodes, su contemporáneo Nicanor (alias Nicolás), que se esfuerza por encontrar una justificación a todas las exacciones del tirano idumeo, no siente necesidad alguna de excusarlo por ello¸ ignora absolutamente ese hecho. (…) Para sostener, a pesar del silencio de Flavio Josefo y de Nicanor, y a pesar del intencionado apaño de las profecías supuestamente relativas a dicha matanza, el hecho en sí, tal y como nos lo cuenta Mateo, hay que admitir que Lucas se equivocó, que Jesús no nació en “el tiempo del Censo de Quirino”, sino doce años antes, y por lo tanto, que habría muerto, no a los treinta y tres años, sino a los cuarenta y cinco. Y teniendo esto en cuenta, ¿cómo conceder crédito a relatos tan disparatados, tan contradictorios, tan incoherentes? La historia se escribe con documentos, no con leyendas.” 

 Robert Amberlain, Jesús o el secreto mortal de los Templarios Grupo Editorial Plantea SAIC Buenos Aires 2005, Pág. 45/52






“Las palabras cuyo sonido llegó a oídos de José de manera confusa podían haber sido una pregunta, por ejemplo, Y a qué hora va a ser eso, y el otro decía, ahora muy claramente, en tono de quien responde, Al inicio de la hora tercia, cuando todo el mundo esté recogido, y uno de los dos preguntó, Cuántos vamos a ir, No lo sé todavía, pero seremos los suficientes para rodear la aldea, Y la orden es matarlos a todos, A todos, no, sólo a los que tengan menos de tres años, Entre dos y cuatro años va a ser difícil saber exactamente cuantos años tienen, Y cuántos van a ser, quiso saber el segundo soldado, Por el censo, dijo el jefe, serán unos veinticincos. José escuchaba con los ojos muy abiertos, como si la total comprensión de lo que oía pudiera entrarle por ellos más que por los oídos, el cuerpo se estremecía de horror, estaba claro que aquellos soldados hablaban de ir a matar a alguien, a personas, Personas, qué personas, se interrogaba José, desorientado, afligido, no, no eran personas, o sí, eran personas, pero niños… (…) Estas palabras ya no fueron oídas por José, que se había alejado de su providencial palco, primero lentamente, como de puntillas, luego en una loca carrera, (…) Enloquecido, atropellando a quien apareciese ante él, derribando tenderetes de pajareros y hasta la mesa de un cambista, casi sin oír los gritos furiosos de los tratantes del templo, José no tiene otro pensamiento que el de que van a matarle al hijo, y no sabe por qué, … (…) En una última carrera el carpintero llegó a la entrada de la cueva, llamó, Maria, estás ahí, y ella le respondió desde dentro, fue en ese momento cuando José se dio cuenta de que le temblaban las piernas, por el esfuerzo hecho, sin duda, pero también, ahora, por la emoción de saber que su hijo estaba a salvo. (…) Sin fuerzas, José se dejó caer en el suelo, pero se levantó en seguida, diciendo, Vámonos de aquí, rápido, y María lo miró sin entender, Que nos vayamos, preguntó, y él, Sí, ahora mismo, (…) Estaban ya dispuestos para la marcha, sólo faltaba cubrir de tierra el fuego y salir, cuando José, haciendo una señal a la mujer para que no viniera con él, se acercó a la entrada de la cueva y miró afuera. (…) José aguzó el oído, dio unos pasos y de repente se le erizaron los cabellos, alguien gritaba en la aldea, un grito agudísimo que no parecía voz humana, (…) José retrocedió hacia la entrada de la cueva y tropezó con María, que aún no había acatado la orden. Toda ella temblaba, Qué gritos son ésos, preguntó, pero el marido no respondió, la empujó hacia dentro y con movimientos rápidos lanzó tierra sobre la hoguera, Qué gritos eran ésos, volvió a preguntar María, invisible en la oscuridad, y José respondió tras un silencio, Están matando gente. Hizo una pausa y añadió como en secreto, Niños, por orden de Herodes. (…) Habló el ángel, La paz sea contigo, mujer de José, sea también la paz con tu hijo, él y tú afortunados por tener casa en esta cueva, ya que, de no ser así, estaría ahora uno de vosotros despedazado y muerto, mientras que el otro se hallaría vivo pero despedazado. Dijo María, Oí los gritos. (…) He venido sólo para decirte que tardarás en verme, todo lo que era necesario que ocurriera ha ocurrido ya, faltaban esas muertes, faltaba, antes de ellas, el crimen de José. Dijo María, Qué crimen de José, mi marido no ha cometido ningún crimen, es un hombre bueno. Dijo el ángel, Un hombre bueno que ha cometido un crimen, no imaginas cuántos hombres buenos lo han hecho antes que él, porque los crímenes de los hombres buenos no tienen número, y al contrario de lo que se piensa, son los únicos que no pueden ser perdonados. Dijo María, Qué crimen ha cometido mi marido. Dijo el ángel, Tú lo sabes, no quieras ser tan criminal como él. Dijo María, Juro. Dijo el ángel, No jures, o, si no, jura si quieres, que un juramento pronunciado ante mí es como un soplo de viento que no sabe adónde va. Dijo María, Qué hemos hecho nosotros. Dijo el ángel, Fue la crueldad de Herodes la que hizo desenvainar los puñales, pero vuestro egoísmo y cobardía fueron las cuerdas que ataron los pies y las manos de las víctimas. Dijo María, Qué podría hacer yo. Dijo el ángel, Tú, nada, que lo supiste demasiado tarde, pero el carpintero podía haberlo hecho todo, avisar a la aldea de que venían en camino los soldados para matar a los niños, había tiempo suficiente para que los padres se los llevaran y huyesen, podía, por ejemplo, ir a esconderse en el desierto, huir a Egipto, a la espera de que muriese Herodes, que poco le falta ya. Dijo María, No se le ocurrió. Dijo el ángel, No, no se le ocurrió, pero eso no es disculpa.” 

José Saramago, El Evangelio según Jesucristo Santillana Ediciones Generales S.L. Madrid 2006 Pág.114/124






     Afortunadamente ya no somos inocentes (si es que alguna vez lo fuimos). Afortunadamente fuí marcada con la lucidez de no continuar trasmitiendo la confusa mitología que sólo propende al temor y a la culpa. Hoy siguen muriendo inocentes pero es inaceptable la promesa de un futuro milagro como consecuencia de ello. No debemos esperar el cumplimiento de profecías absurdas sino indignarnos ante la injusticia y actuar bajo la única opción ética viable: combatirla. Ninguna inocencia vale y los inocentes no son santos, son vícitmas -o cómplices-.








No hay comentarios:

Publicar un comentario