Y aunque nadie pueda creerlo, mis chicas estuvieron a la vista de la gente y no se produjo ningún desastre. Estuvieron ahí, con sus desnudeces varias, como si tal cosa. Se ve que anoche no resulté tan “ofensiva” como me auguraron otros galeristas en otras oportunidades. Quizá se debió al lugar, que cumple su premisa de Arte Emergente, o –seguramente- a la impronta de su propietario, el maestro Regazzoni que no resulta ser precisamente prejuicioso o conservador. Eso se nota apenas arribar a los galpones del ferrocarril donde funciona su taller y la galería.
Mis obras estaban al fondo del salón
Y Carlos Regazzoni en persona se acercó a darnos la bienvenida al espacio, instigándonos a aprovechar la oportunidad que nos daba el lugar ante la dificultad habitual que suele presentar Buenos Aires (¡que me lo diga a mí!). Asumió que de la obra colgada había varias que merecían “que les prendiera fuego” (por favor que no sea en serio, al menos no las mías…) y concluyó definiendo sus tres pasiones: Las armas, los culos y el arte (ahí me tranquilicé: no iba a quemar a mis chicas, al
menos no las que están de espaldas).
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