Tengo reglas. Montones de reglas. Suficientes para escribir un tratado de varios tomos. Reglas que me auto-impongo en mi inocente convicción de que se vive mejor si uno se cuida de no molestar a los demás.
Obviamente mis reglas son sagradas para mí y generalmente es un gran conflicto infringirlas. Pero a veces… a veces no me soporto, no me escucho, y vencida por otras convicciones pateo al diablo mi convicción de respetar mis reglas.
Es así: nada que pueda vincular en forma personal a mi entorno va a este blog. Nada sobre nadie salvo que “nadie” lo sepa y me autorice. Obviamente, el caso acá es que “nadie” no lo sabe y si lo supiera no autorizaría (o sí, lo que es peor), y por otra parte, “nadie” probablemente no merezca mi indignación porque no tuvo remotamente la intención de indignarme. Peor aun: no entendería (aunque se lo explique) por que me indigno.
Veamos: soy una pacífica agnóstica que siente un gran respeto por la gente que cree (en lo que sea). La fe –honesta, como la de la mayoría- me maravilla por incomprensible y aunque intelectualmente la tilde de error me parece tan válida y real como el amor o el odio. Puro sentimiento. Pura humanidad. Está muy bien. Yo carezco de esa capacidad (por fortuna, a mi criterio) pero está bien que los demás la tengan. Es decir: no voy por la vida tratando de convencer a nadie de lo equivocado que está ni argumentando que mi “verdad” es la verdadera. Los vestigios de sangre india que corre por mis venas tiende naturalmente al sincretismo.
Y como es lógico para alguien educado en la fe católica -mi caso- en mi entorno abundan las personas que adoran la cruz. Todo muy bien. Cada cual en lo suyo, yo acá y en paz. Me regalan estampitas y aunque ya han dejado de regalarme cruces que por supuesto jamás me colgué del cuello por considerarlas bárbaras, convivo tranquilamente en mi regla básica de RESPETAR TODA FE , CREENCIAS O MITOLOGIA AJENA.
He recibido, como cada año, montones de mails con mensajes pascuales y buenos augurios. Está bien, a nadie le molesta eso. Se trata de buena voluntad. Yo también deseo paz, felicidad y una buena pascua a quien sé que la festeja. No debería dejarme arrebatar así. Pero pasó.
Lo primero fue la frase en el mail que titulaba el archivo adjunto: “el crucifijo más auténtico del mundo”. Por lo general borro este tipo de mensajes. El que lo envía se siente bien enviándomelo, yo lo agradezco y lo borro sabiendo que cada cual es feliz con lo suyo. Todos en paz. Pero el título me provocó curiosidad. El crucifijo “¿más auténtico?” ¿Se trataría de una reliquia? ¿Referiría a esas absurdas “astillas” de la Vera Cruz? ¿Falsas reliquias medievales? Sonaba demasiado “culto”, demasiado interesante para concordar con el remitente. La curiosidad pudo más que yo y abrí el archivo.
Debió borrarlo sin más interés cuando vi de que se trataba. Reproducciones del crucificado realizado por un escultor sevillano, Juan Manuel Mirraño, para la Hermandad Universitaria de Córdoba, “este Cristo es el resultado de la investigación del grupo pluridisciplinario de científicos de la Sindone. Es el único Cristo Sindónico del mundo y refleja hasta el mínimo detalle los politraumatísmos del cadáver.” (sic del archivo recibido).
¿Sólo yo encuentro ESPANTOSAS este tipo de imágenes y absolutamente salvaje el mensaje implícito? ¿Sólo yo veo un contundente contenido sadomasoquista en perpetuar la idea de tortura por el goce del torturador? ¿Qué destacar en forma constante el sufrimiento injusto y la inagotable capacidad de maldad del hombre contra el hombre NO ES UN MENSAJE POSITIVO Y TENDIENTE A HACERNOS EVOLUCIONAR COMO ESPECIE?
La gente se torturaba en la antigüedad, OK, ya lo sabemos. Que la extrema crueldad era moneda corriente, también ya lo aprendimos. Que se llegó a su máximo desarrollo los métodos de tortura para prolongar la agonía (lo que el escultor del Cristo más autentico ejecutó pon puntillosismo sádico y el relator del archivo que recibí se ocupó de ilustrar fragmento a fragmento de la obra con la explicación de los procedimientos de tortura infringidos al pobre hombre o al pobre Cristo, que quien haya sido debe haber sufrido de manera que no quiero imaginar) también ha quedado suficientemente claro. El regodeo en el sufrimiento me parece perverso y NO ACEPTO QUE ESO IMPLIQUE MENSAJE POSITIVO ALGUNO. Solo hablamos de crueldad y salvajismo. De los más bajos impulsos humanos que deberíamos -gracias a la evolución de la cultura- reducir al mínimo, perder en la memoria nuestra capacidad de infringir dolor al otro. No estar constantemente recordando de lo bestia que se puede ser. De cuanto dolor se puede infringir al prójimo por mero placer sádico.
Pero se ve que la equivocada soy yo y esto de colgar en las paredes las imágenes “más autenticas” de cadáveres torturados es algo sumamente positivo. Y para evadirme de imágenes que considero terribles prefiero preguntarme cuantos de los que han encontrado grato el archivo que me indignó saben que es la Sindone. Ahí va lo que mi biblioteca personal refiere.
“…El santo sudario de Turín es, en realidad, una falsificación de la Edad Media. Incluso el Vaticano lo admite. Una datación de carbono dirigida en 1988 por el laboratorio de investigadores del Museo Británico y realizada por tres institutos independientes de Arizona, Oxford y Zurich demostró sin lugar a dudas que el sudario fue tejido entre el año 1260 y el 1390. (…) La Societá di Sindonologia estaba medio escondida en una calle lateral, en una casa del siglo pasado, maciza, fría y amenazadora. Varias placas, una sobre otra, remitían a más instituciones que tenían su sede en el mismo edificio. (…) El suelo de parquet crujía bajo sus pies, y de pronto apareció ante ellos una sala sombría, biblioteca a un lado, archivo al otro, con dos filas de mesa de lectura en el centro. Sobre cada una de ellas, una lámpara con pantalla de cristal verde. (…) Francesca se ocupó del papeleo. (…) El archivero no tardó mucho en sacarles dos cajas de cartón en forma de cajas de zapatos, que dejó sobre una mesa y les encendió la lámpara. (…) -¡Los sindonólogos no se rinden, aunque pasen días! Gropius reprimió una risa. -¿Sindonólogos? -¡Investigadores del sudario! –No lo sabía, perdona. –Tampoco es que sea una laguna cultural muy importante. Fuera de Turín y aparte de un par de expertos en la materia, casi nadie conoce la denominación de esa especialidad. En Inglaterra, donde hay una sociedad similar a ésta, por cierto, los llaman shroudies.
Gropius estalló en carcajadas y el archivero le dirigió una mirada reprobadora… -Es que suena muy gracioso…- barboteó, inclinado sobre los archivos.”
Philipp Vandenberg, El Informe Gólgota , Editorial Planeta S.A. Barcelona 2006, pág 294, 299, 300.
“César había conocido, en libros y legajos que se atesoraban en la Biblioteca Vaticana, leyendas que relataban los poderes de la mítica Sábana con la impronta de Jesús, la Sábana en la que el humilde galileo fue amortajado tras morir en la cruz, y en la que estuvo envuelto, según las Escrituras, dos noches y un día antes de su resurrección. Desde mediados del siglo XV, dicho sudario se encontraba en posesión de una de las dinastías italianas más poderosas, los Saboya, que lo habían recibido como legado de sus anteriores custodios, los franceses Charny, no sin antes producirse un buen número de disputas. César quería tener la Sábana para sí… pero los Saboya eran sus enemigos, unos enemigos poderosos que no se dejarían arrebatar tan preciada reliquia. Sólo la refinada astucia del joven Borgia, podría idear un plan para conseguirla. (…) Los Borgia enviarían a una mujer joven, hermosa y carente de escrúpulos encargada de seducir a Carlos, el joven hijo de Filiberto, duque de Saboya… (…) El plan había funcionado… los Borgia necesitaban hacer deprisa una copia de la Sábana, tan exacta que nadie pudiera distinguirla; así podrían devolverla a los Saboya, aduciendo que la ladrona había sido apresada en sus territorios. Mantendrían para sí la reliquia auténtica a la par que obtendrían una ventaja diplomática. Pero César, a pesar de no ser un experto, como hombre del Renacimiento, culto, refinado y capaz, sabía que no resultaría fácil pintar una copia idéntica de la tenue imagen del Sudario. Aquí entraba Leonardo, el más apreciado pintor de Italia, un hombre de amplio bagaje artístico y científico, maestro de la naturalidad, de la figura integrada con el entorno, del sfumato. (…) –Da Vinci, tenemos un encargo para vos. Debéis juzgarlo sin más preámbulos. (…) ¿…qué sabéis del Sudario de Cristo?
(…) –Conozco el mito- dijo con desinterés-. Una tela que muestra la imagen de un cuerpo. Se venera como la Impronta de Cristo… Creo que pertenece a la Casa de Saboya, ¿no es cierto? Aunque hay copias desperdigadas en toda la Cristiandad.
(…) Esta vez, César prefirió no replicar a las palabras de Da Vinci… se dirigió pausadamente hacia un arca de plata, la abrió y extrajo el Sudario…
(…)-Comprendo por que la llaman “figura no pintada por mano humana”- respondió Da Vinci aún embebido en la contemplación- Sería imposible que un hombre la hubiera creado.
La expresión de Cesar Borgia cambió al oír estas palabras. Su gesto, altivo y fatuo, se tornó extremadamente grave.
-Pues debe haber quien la copie- intervino irritado, casi gritando. (…)
-Está bien- aceptó Leonardo inclinando la cabeza-. Intentaré hacer lo que me pedís, señores. Pero no puedo prometeros nada. Y en cuanto al tiempo, al menos necesitaré un año; puede que más…
-Tendréis cuatro semanas a lo sumo-dijo César ya aparentemente calmado. – No disponemos de más tiempo.
-Sabemos que lo haréis con vuestra acostumbrada maestría- intervino el papa. Y tratando de recordar, le preguntó -¿Cómo era vuestra divisa, Leonardo?
-Obstinato rigore, santidad- respondió este con un hilo de voz.
-Obstinado rigor de alcanzar la perfección, eso es: obstinado rigor.”
David Zurdo – Ángel Gutiérrez, El último secreto de Da Vinci, Swing, Barcelona 2006, pag .13/18
“ …Moraleja, el que quiere hacer fortuna en esta ciudad vende reliquias, quien quiere hacerla volviendo a casa, las compra.
-¡Entonces ha llegado el momento de sacar nuestras cabezas del Bautista!- dijo el Boidi esperanzado.
-Tú Boidi hablas sólo porque tienes boca- dijo el Poeta-. Ante todo, en una sola ciudad, como mucho vendes una cabeza, porque después la voz se extiende. En segundo lugar, he oído decir que aquí en Constantinopla hay ya una cabeza del Bautista, y quizá incluso dos. Pon que las hayan vendido ya las dos, y nosotros llegamos con una tercera: nos cortan la garganta. Así pues, cabezas del Bautista, nada. Ahora bien, lo de buscar reliquias requiere tiempo. El problema no es encontrarlas, es fabricarlas, iguales a las que ya existen, pero que nadie ha encontrado todavía. Dando vueltas por ahí, he oído hablar de la capa púrpura de Cristo, de la caña y de la columna de la flagelación, de la esponja impregnada de hiel y vinagre que ofrecieron a Nuestro Señor moribundo, salvo que ahora está seca; de la corona de espinas, de una custodia donde se conserva un trozo de pan consagrado en la Última Cena, de los pelos de la barba del Crucificado, de la túnica inconsútil de Jesús, que los soldados se jugaron a los dados, de la túnica de la Virgen…
-Habrá que ver cuáles son más fáciles de rehacer- dijo Baudolino pensativo.
(…) Un día llegó a referirnos que en Constantinopla estaba el Mandylion, la Faz de Edesa, una reliquia inestimable.
-¿Pero qué es ese mandylión?- había preguntado Boiamondo.
-Es un paño para secarse la cara- había explicado el Poeta-, y lleva impreso el rostro del Señor. No está pintado, está impreso, por virtud natural: es una imagen acheiropoieton, que no está hecha por la mano del hombre. Abgar V, rey de Edesa, era leproso, y mandó a su archivista Hanan a que invitara a Jesús para que fuera a curarlo. Jesús no podía ir, entonces cogió ese trapo, se secó la cara y dejó impresas sus facciones. Naturalmente, al recibir el paño, el rey se curó y se convirtió a la verdadera fe. Hace siglos, mientras los persas asediaban Edesa, el Mandylion fue izado sobre las murallas de la ciudad y la salvó. Luego el emperador Constantino adquirió el paño y lo trajo aquí; estuvo primero en la iglesia de las Blaquernas, luego en Santa Sofía, luego en la capilla del Faro. Y ese es el verdadero Mandylion, aunque se dice que existen otros: en Camulia en Capadocia; en Menfis en Egipto y en Anablatha cerca de Jerusalén. Lo cual no es imposible, porque Jesús, durante su vida, habría podido secarse la cara más de una vez. Pero este es sin dudas el más prodigioso de todos, porque el día de Pascua el rostro cambia según la hora del día, y al alba adopta los rasgos de Jesús recién nacido; en la hora tercera, los de Jesús niño, y así en adelante, hasta que en la hora novena aparece como Jesús adulto, en el momento de la Pasión. (…) Hasta ahora hemos vendido reliquias, ahora es el momento de comprar una, pero una que hará nuestra fortuna.
-¿Y a quién le compras el Mandylion?- preguntó cansado Baudolino…
-Lo ha comprado ya un sirio con el que pasé una noche bebiendo, y que trabaja para el duque de Atenas. Pero me ha dicho que este duque daría el Mandylion y quién sabe qué más, con tal de tener la Sydoine.
-Pues ahora nos dices qué es la Sydoine- dijo el Boidi.
-Se dice que en Satra María de las Blanquernas habría estado el Santo Sudario, ese donde aparece la imagen el cuerpo entero de Jesús. Se habla de él en la ciudad, se dice que lo vio aquí Amalrico, rey de Jerusalén, cuando visito a Manuel Comneno. Otros, después, me han dicho que su custodia habría sido encomendada a la iglesia de la Beata Virgen del Bucoleón. Ahora bien, nadie lo ha visto nunca y, si existía, ha desaparecido desde quién sabe cuando.
-No entiendo dónde quieres ir a parar –dijo Baudolino-. Alguien tiene el Mandylion, vale, y lo daría a cambio de la Sydoine, pero tú no tienes la Sydoine, y me daría grima preparae aquí y nosotros una imagen de Nuestro Señor. ¿Y entonces?
-Yo la Sydoine no la tengo-dijo el Poeta-, pero tú sí.
-¿Yo?
-¿Recuerdas cuando te pregunté qué había en aquel estuche que te entregaron los acólitos del Diácono antes de huir de Pndapetzim? Me dijiste que estaba la imagen de aquel desventurado, impresa en su sábana fúnebre, nada más morir. Enséñamela. (…)
Baudolino sacó a regañadientes el estuche de su alforja, extrajo un rollo y, desenrollándolo, sacó a la luz una tela de grandes dimensiones; les hizo señas a los demás de que apartaran mesas y sillares, porque se necesitaba mucho espacio para esturarla completamente por el suelo. Era una sábana verdadera, grandísima, que llevaba impresa una doble figura humana, como si el cuerpo envuelto en ella hubiera dejado su huella dos veces, por la parte del pecho y por la parte de la espalda. Se podía entrever muy bien un rostro, los cabellos que caían sobre los hombros, los bigotes y la barba, los ojos cerrados. Tocado por la gracia de la muerte, el infeliz Diácono había dejado en el paño una imagen de rasgos serenos y de un cuerpo poderoso, sobre el cual solo con esfuerzo podían reconocerse los signos inciertos de heridas, morados o llagas, las huellas de la lepra que lo habían destruido. (…) –No podemos vender la imagen de un leproso,y nestoriano por añadidura, como la de Nuestro Señor.
-Primero, el duque de Atenas no lo sabe- respondió el Poeta-, y es a él a quien debemos largársela, no a ti. Segundo, no la vendemos sino que hacemos un cambio y, por lo tanto, no es simonía. Yo voy a ver al sirio.
-El sirio te preguntará por qué haces el cambio, visto que la Sydoine es incomparablemente más preciosa que un Mandylion- dijo Baudolino.
-Porque es más difícil de transportar a escondidas fuera de Constantinopla. Porque vale demasiado, y solo un rey podría permitirse adquirirla, mientras que para la Faz podemos encontrar compradores de menor importancia, pero que pagan a tocateja. Porque, si ofreciéramos la Sydoine a un príncipe cristiano, diría que la hemos robado y nos haría ahorcar. Mientras que la Faz de Edesa podría ser la de Camulia, o la de Menfis o la de Anablatha….
(…)
El Poeta fue a la taberna que conocía, hizo su infame mercado; para emborrachar la sirio se emborrachó también él, salió, le siguió alguien que estaba al corriente de sus tejemanejes, quizá el sirio mismo… le asaltaron en un callejón, le molieron a golpetazos, y volvió a casa, más ebrio que Noe, sangrando, contusionado, sin Sydoine y sin Mandylion.”
Umberto Eco, Baudolino, pág. 574/583.
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