Hace
muchísimos años (en el siglo pasado)
revolvía en la Biblioteca del Congreso
Nacional Anales de Jurisprudencia Argentina
en busca de material para un par de monografías (una propia, otra ajena),
actividad que era ya por entonces más un juego de placer que una tarea de
estudio. Si creyera en la reencarnación daría
por hecho que en varias de mis vidas pasadas he sido una (feliz) bibliotecaria.
La
cuestión es que en ese jolgorio de revisar y leer Repertorios, me topé con un
texto que ya entonces me pareció ridículo.
Refería a un caso judicial sucedido en Buenos Aires, si mal no recuerdo por la década del 40. A un señor le encuentran postales con
desnudos y es sometido a un proceso penal por exhibiciones obscenas. El fallo final –después del trajín de primera
y segunda instancia, al llegar a la Corte- lo absolvía porque se había acreditado en la
causa que lo que el acusado portaba eran reproducciones de los desnudos que Miguel Ángel pintara en el techo de la Capilla Sixtina.
Aunque yo encontré ese resumen de jurisprudencia en un Repertorio, en un
estante de la Biblioteca del Congreso,
creí que todo el asunto era una especie de chiste introducido en un texto
solemne a la espera de que alguien se percataba de la burla. Pero con el correr de los años volví a leer referencias
a ese caso en otros textos, por lo que u otros autores siguieron el juego o
realmente tamaña estupidez, en el siglo XX, había sucedido. Entonces me llamó mas la atención la ignorancia de los involucrados (¡no reconocer los frescos de la Sixtina!) que la elocuente pacatería de la cuestión.
Siguen
pasando los años y sigo siendo testigo de cómo se atribuye obscenidad al mero
desnudo, como si todos portáramos bajo la ropa la más perversa y sórdidas de
las bajezas. No voy a repetirme recordando que me descolgaron obra en más de
una muestra por la temática de mi trabajo, prefiero creer que he sido censurada
por mi mala calidad artística y no porque escandalicen un par de pechos de
mujer. Me bajaron de varios sitios de
internet (también por el contenido “pornográfico” de mis imágenes),
pero como desde 2012 este blog sobrevive he empezado a creer que evolucionó la calidad de mi obra o que algunas cabezas finalmente
se abrieron al sentido común.
Pero se
ve que no y a las pruebas me remito. Primero (¡otra
vez!) la estupidez de Facebook que sigue censurando obras de artistas contemporáneos
(quiero creer que no lo harían con un Rubens o con la Maja de Goya, pero nunca se sabe; como diría Einstein lo único infinito es la
estupidez humana):
Después me
entero por Twitter que la censura puede también dar alardes de oscurantismo sobre una foto -preciosa- de Frida:
Y cuando leo
que las performances se han vuelto también materia de escarnio, siento que
andamos caminando para atrás:
Según lo
que leo en crónicas de otras tierras, la fotografía, aun dentro de un museo (es decir, el espectador entra libremente,
escoge y decide lo que va a ver) constituye terreno óptimo para la censura:
Muy lindo
todo. ¿Soy yo -que ya estoy asquerosamente corrompida- o ninguna de las imágenes es ni mínimamente desagradable u ofensiva?
¿Será una táctica de distracción? ¿Será que vende escandalizarse ante el cuerpo
desvestido -plenamente humano- mientras omitimos asumir las matanzas -indiscutiblemente inhumanas- de todo tipo que se dan por
todos lados?
¿O será una forma de
canalizar la ira contra ese ser ingobernable que se ha salido de su redil y
ahora ya no discute sino que se asume como igual? ¿Castigamos la imagen de la
mujer –desnuda, real y poderosa- porque no es políticamente correcto manifestar a
viva voz el deseo de seguir sometiéndola?
Es evidente que molesta el desnudo femenino –mayoritario-; si se tratara de desnudos masculinos ¿habría
igual nivel de escarnio? Tal vez los artistas deberíamos dedicarnos por una
temporada a pintar y colgar sólo caballeros sin ropa, a ver si los censores se
comportan de igual manera. Por
curiosidad, como ejercicio de investigación, para salir de dudas. Aunque tiendo a creer que la estupidez, a
este nivel de Estupidez con mayúsculas, no es cuestión de género sino de lamentable miseria de espíritu.
“…todos
los imbéciles… que pronuncian sin pausa las palabras: “inmoral, inmoralidad,
moralidad en el arte” y otras necedades me hacen pensar en Luisa Villedieu,
puta de cinco francos, que, acompañándome una vez al Louvre, donde no había ido
jamás, enrojecía y se cubría la cara y, tirándome a cada rato de la manga, me
preguntaba, ante las estatuas y ante los cuadros inmortales, cómo se podía
exhibir públicamente, semejantes indecencias”.
Charles
Baudelaire, El Mundo de Charles Baudelaire
Centro Editor de América
Latina Buenos Aires 1980 página 64.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario