La trampa del Huso Horario (o los peligros de twittear cuando uno está
ya medio dormido).
Empezó
como una tontería, un mero juego de palabras.
Otro artista había levantado la noticia de que el próximo 29/30 de enero
se llevaría a cabo un Simposio en la Fundación Jumex con patrocinio del Museo
Guggenheim de New York, cuyo eje central sería la cuestión “¿Existe
el arte latinomaericano?”.
Siendo ambos artistas latinoamericanos (él de Montevideo yo de BAires)
nos planteamos, en la hipótesis que el Museo Guggenheim decidiera que no existe
el arte latinoamericano, si nosotros dos nos desintegraríamos automáticamente
en el Cosmos.
Ya era
medianoche en el Río de la Plata, y
personalmente andaba con los párpados a media asta. Cuando recibo un par de twitts directos
presuntamente de los organizadores del evento cuestionado:
Y como
por deformación profesional tengo que ir siempre a las fuentes (debo ser la única de mi camada que adoró
tener como materia obligatoria historiografía), oficialmente medio dormida,
linkié la data y me informé literalmente de la propuesta del Simposio La
Universidad Desconocida.
Textual: “DÍA 1 / 3-7PM - CONFERENCIA:
Enrique Dussel “Epistemologías del Sur”.
Sesión 1. El problema
latinoamericano
Esta sesión abre una serie de
discusiones urgentes sobre la relevancia del tema de América Latina en el campo
del arte, que pasa por el cuestionamiento del término “arte latinoamericano” y
ahonda en las especificidades sociales, políticas, económicas y culturales
inscritas en una producción artística consciente del contexto donde se produce.
Tomando como punto de partida una afirmación de Jorge Glusberg, fundador del
Cayc y del Grupo de los trece en 1971, quien declaraba que no existía un arte
latinoamericano, sino más bien un problema latinoamericano, la discusión girará
en torno a las implicaciones y pertinencia de esta categorización, la cual
ponía de relieve un pasado colonial común, una dependencia económica y cultural
de los centros hegemónicos, y la modernidad como imposición neo-colonial, como
denominadores comunes del arte producido en la región.
Ponentes: Cuauhtémoc Medina,
Gabriela Rangel, Carla Stellweg.
Modera: Pablo León de la Barra.”
Puede que
fuera porque a fines de los ochenta fui rechazada sistemáticamente en los ultimísimos
tiempos del CAyC, o porque firmé indignada cuando Glusberg –ya director del Bellas Artes- permitió la imperdonable “desaparición” de unos dibujos de Toulouse-Lautrec del patrimonio del Museo bajo el argumento de que “no eran importantes”, o porque dar por
sentada que la realidad del 1971 es la misma realidad que en 2016 sonó a que nos
consideran congelados en el tiempo, lo cierto es que me indigné.
Yo soy latinoamericana. Del sur más al sur del continente. Y me he dedicado al arte desde que tuve
conciencia de que uno podía dedicarse con absoluta obstinación a tamaña
nadería. Y se con la conciencia que da
ser concreto protagonista del hecho que no dependo económica y culturalmente de los
centros hegemónicos ni que se me impone como realidad neo-colonial la
modernidad en la producción de mi obra.
Esa terminología
de barricada de los setenta me sacó de quicio.
Que la usen políticos populistas para ganar votos de nostálgicos frustrados o
chiquilines ignorantes ávidos de falsas epopeyas, vaya y pase, pero que sea el leit motiv de un presunto
debate intelectual es tomarnos a los artistas (latinoamericanos) como
estúpidos.
Internet
acabó con toda dependencia. Ese cuento ya fue.
Si en los 70 solo podía formarse
con una visión universalista el que económicamente contaba con medios para viajar,
hoy sólo es necesaria una mínima inversión para acceder desde una computadora
propia o una pública, en un cyber, un bar o una biblioteca escolar, a toda la
actividad cultural del mundo. Web
mediante todo es accesible para todos.
Ya no alcanza la pose, ni las frases hechas y altisonantes. Internet democratizó a un extremo que
cualquiera que quiera ejercer su libertad de pensar, aprender, analizar, puede
hacerlo sin necesidad de “pertenecer” a ningún sector ni adherir al “mandato
neo-colonial” de nadie.
Me
ofende, honestamente, que se nos considere –por el mero hecho de ser
latinoamericanos- tan inocentes y simplones como para desarrollar nuestra obra “mirando a los grandes centros hegemóncos”.
Niñitos temerosos que necesitamos que papá nos diga lo que podemos o no podemos
hacer. La mayoría de los artistas
estamos demasiado ocupados tratando de desarrollar nuestra identidad visceral,
de conformar nuestra obra a base de vivencia cruda y auténtica, como para
perder el tiempo ocupándonos de esperar las directivas de quién demonios sea y
hable en representación del “centro hegemónico”. Que pavada.
El arte
latinoamericano existe ya que existen artistas en Latinoamerica. Y obviamente hay disparidad entre los
exponentes de los distintos países que la conforman. Tanto como se diferencia un pintor catalán de
uno de la movida madrileña. O un
colorista brasileño de un sobrio dibujante rioplatense. ¿Y qué con eso? Y si se habla de la escuela neoyorkina no se
niega la existencia de un arte americano (entendiéndose sólo la América del
Norte).
Probablemente
la cuestión no merezca el enojo, que no haya mala intensión de nadie, y que
quizá hasta en el debate surjan conclusiones interesantes. Pero partir de un fraseario del 71 (yo tenía entonces 4 años, ¡otro siglo otro planeta!) es hacer
historia y no análisis del arte contemporáneo.
Y puede que sea pura arrogancia (se sabe que es el gran defecto étnico de los
argentinos), pero acá bien al sur no somos neo-colonia de nadie. Coleccionamos políticos corruptos y torpes,
algunos de un pintoresquismo inenarrable, pero somos sufridos ciudadanos que
nos hacemos cargo de nuestra realidad y, al caso, de nuestra actividad creativa
sin esperar ni las órdenes ni el permiso de nadie.
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