jueves, 28 de enero de 2016


         La trampa del Huso Horario (o los peligros de twittear cuando uno está ya medio dormido).




     Empezó como una tontería, un mero juego de palabras.  Otro artista había levantado la noticia de que el próximo 29/30 de enero se llevaría a cabo un Simposio en la Fundación Jumex con patrocinio del Museo Guggenheim de New York, cuyo eje central sería la cuestión “¿Existe el arte latinomaericano?”.  Siendo ambos artistas latinoamericanos (él de Montevideo yo de BAires) nos planteamos, en la hipótesis que el Museo Guggenheim decidiera que no existe el arte latinoamericano, si nosotros dos nos desintegraríamos automáticamente en el Cosmos. 





     Ya era medianoche en el Río de la Plata, y personalmente andaba con los párpados a media asta.  Cuando recibo un par de twitts directos presuntamente de los organizadores del evento cuestionado:



  
     Y como por deformación profesional tengo que ir siempre a las fuentes (debo ser la única de mi camada que adoró tener como materia obligatoria historiografía), oficialmente medio dormida, linkié la data y me informé literalmente de la propuesta del Simposio La Universidad Desconocida.

     Textual:  “DÍA 1 / 3-7PM - CONFERENCIA: Enrique Dussel “Epistemologías del Sur”.
Sesión 1. El problema latinoamericano
Esta sesión abre una serie de discusiones urgentes sobre la relevancia del tema de América Latina en el campo del arte, que pasa por el cuestionamiento del término “arte latinoamericano” y ahonda en las especificidades sociales, políticas, económicas y culturales inscritas en una producción artística consciente del contexto donde se produce. Tomando como punto de partida una afirmación de Jorge Glusberg, fundador del Cayc y del Grupo de los trece en 1971, quien declaraba que no existía un arte latinoamericano, sino más bien un problema latinoamericano, la discusión girará en torno a las implicaciones y pertinencia de esta categorización, la cual ponía de relieve un pasado colonial común, una dependencia económica y cultural de los centros hegemónicos, y la modernidad como imposición neo-colonial, como denominadores comunes del arte producido en la región.
Ponentes: Cuauhtémoc Medina, Gabriela Rangel, Carla Stellweg.
Modera: Pablo León de la Barra.”






          Puede que fuera porque a fines de los ochenta fui rechazada sistemáticamente en los ultimísimos tiempos del CAyC,  o porque firmé indignada cuando Glusberg –ya director del Bellas Artes- permitió la imperdonable “desaparición de unos dibujos de Toulouse-Lautrec del patrimonio del Museo bajo el argumento de que “no eran importantes”, o porque dar por sentada que la realidad del 1971 es la misma realidad que en 2016 sonó a que nos consideran congelados en el tiempo, lo cierto es que me indigné.

     Yo soy latinoamericana.  Del sur más al sur del continente.  Y me he dedicado al arte desde que tuve conciencia de que uno podía dedicarse con absoluta obstinación a tamaña nadería.  Y se con la conciencia que da ser concreto protagonista del hecho que no dependo económica y culturalmente de los centros hegemónicos ni que se me impone como realidad neo-colonial la modernidad en la producción de mi obra.

     Esa terminología de barricada de los setenta me sacó de quicio.  Que la usen políticos populistas para ganar votos de nostálgicos frustrados o chiquilines ignorantes ávidos de falsas epopeyas, vaya y pase, pero que sea el leit motiv de un presunto debate intelectual es tomarnos a los artistas (latinoamericanos) como estúpidos.

     Internet acabó con toda dependencia. Ese cuento ya fue.   Si en los 70 solo podía formarse con una visión universalista el que económicamente contaba con medios para viajar, hoy sólo es necesaria una mínima inversión para acceder desde una computadora propia o una pública, en un cyber, un bar o una biblioteca escolar, a toda la actividad cultural del mundo.  Web mediante todo es accesible para todos.  Ya no alcanza la pose, ni las frases hechas y altisonantes.  Internet democratizó a un extremo que cualquiera que quiera ejercer su libertad de pensar, aprender, analizar, puede hacerlo sin necesidad de “pertenecer” a ningún sector ni adherir al “mandato neo-colonial” de nadie.

     Me ofende, honestamente, que se nos considere –por el mero hecho de ser latinoamericanos- tan inocentes y simplones como para desarrollar nuestra obra “mirando a los grandes centros hegemóncos”. Niñitos temerosos que necesitamos que papá nos diga lo que podemos o no podemos hacer.  La mayoría de los artistas estamos demasiado ocupados tratando de desarrollar nuestra identidad visceral, de conformar nuestra obra a base de  vivencia cruda y auténtica, como para perder el tiempo ocupándonos de esperar las directivas de quién demonios sea y hable en representación del “centro hegemónico”.  Que pavada.

      El arte latinoamericano existe ya que existen artistas en Latinoamerica.  Y obviamente hay disparidad entre los exponentes de los distintos países que la conforman.  Tanto como se diferencia un pintor catalán de uno de la movida madrileña.  O un colorista brasileño de un sobrio dibujante rioplatense.  ¿Y qué con eso?  Y si se habla de la escuela neoyorkina no se niega la existencia de un arte americano (entendiéndose sólo la América del Norte).

     Probablemente la cuestión no merezca el enojo, que no haya mala intensión de nadie, y que quizá hasta en el debate surjan conclusiones interesantes.  Pero partir de un fraseario del 71 (yo tenía entonces 4 años, ¡otro siglo otro planeta!) es hacer historia y no análisis del arte contemporáneo.

     Y puede que sea pura arrogancia (se sabe que es el gran defecto étnico de los argentinos), pero acá bien al sur no somos neo-colonia de nadie.  Coleccionamos políticos corruptos y torpes, algunos de un pintoresquismo inenarrable, pero somos sufridos ciudadanos que nos hacemos cargo de nuestra realidad y, al caso, de nuestra actividad creativa sin esperar ni las órdenes ni el permiso de nadie.












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