Me explico. El crítico-curador necesita distancia para
que el olvido torne en significancias trascendentes las realidades a menudo muy
pedestres del artista. Sobre el ahora
es muy difícil la proclamación gloriosa.
El ahora siempre es de urgencias, torpezas, de lo que se puede y de lo que
hay. La nada glamorosa cotidianidad.
Me sigo
explicando. Tomo por caso de estudio mi
proyecto aun inconcluso de mis Postales Victorianas. Me llega la convocatoria del Sex
Festival en Valencia del
próximo Junio, y evaluando participar desarrollo la idea de unas obritas (en
papel, fáciles de transportar) que hablen de la pornografía como pura cuestión de
contexto. Esbozo unos desnudos tomados
de postales tradicionales y comienzo desde ahí.
Quiero agregarle textos (aun en
discusión mental) y la clásica estampillita de la Reina Victoria tratada a modo de esténcil de street-art (para marcar el juego de los tiempos
históricos involucrados en la mirada, la estética de entonces y de hoy).
Todo
bien, todo muy lindo, pero tengo que probar como queda. Y como lo que vengo bocetando me gusta, para
estropear me autorizo a usar un pedazo de passepartout que anda dando vueltas
sobre mi tablero. Iba a ser sólo un dibujito para ensayar con
el esténcil. Pero cuando el dibujo
estuvo, decidí que si no tenía el enmarcado de firuletes en marrón y negro no
iba a tener buena perspectiva de como equilibrar el esténcil en el conjunto ni
certeza sobre el color para destacar sin predominar.
Entonces fui por cartulinas para recortar y me
encontré un pequeño trozo de cartulina roja que había sobrado de otra cosa (de las cartas de corazones de la
ambientación de Alice in Wonderland). Por un lado no puedo tirar nada ante la
duda de que pueda servir para otra cosa (conocido
argumento de los que antes llamábamos mugrientos y ahora se psicoanaliza como
acumuladores). Por otro lado, esto
era un mero ejercicio de ensayo, así que poco importaba el color de los
recortes. Y además, ¡finalmente!, limpiaba un poco mi taller sacando
de circulación los resabios colorados.
Recortamos
y pegamos, y un poco más de marrón al pie al final equilibró todo. Bonito.
Y cuando le filé en dorado y pinte algún huequito con birome negra, mi
borrador me empezó a gustar mucho y ya
no lo descarto del todo y quizá (si
cuando enchastre con el esténcil y le agregue el texto me sigue gustando)
en su momento integre la serie definitiva de mis Postales Victorianas.
Y entonces,
puede que un crítico de arte viendo este ejemplar que incluye rojo dentro de un
conjunto de sobrios negros y marrones explique sobre mi dramática ruptura, que
pretende desestabilizar la mirada del espectador hacia la cuestión trágica de
la prostitución y la trata de blancas. Que
el repentino arrebato de color pretende descolocar, sacar de la bucólica belleza
naif de las imágenes vintage y advertir
sobre el sórdido trasfondo. Que el rojo
es un grito, un desaforado reclamo de atención, como un semáforo. O algo así en el florido lenguaje que usan los que
hacen de la crítica su oficio. Y no es
nada de eso, yo sé que no estoy diciendo eso, sino simplemente usando los restos de cartulina roja que no
pude tirar y que no sirven más que de estorbo.
Un intento de limpieza en un ensayo que no fue y que por esas cosas de la vida quedo ahí. Sin significar nada, sin pretender nada. Pero el crítico no puede saber de estas minucias
estúpidas propias de un artista de bajo presupuesto y tendencia al acopio de
basura, y para él el rojo será El Rojo.
Y así es como siempre estamos todos hablando
de lo mismo pero diciendo cosas completamente distintas, sin entendernos en absoluto.
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