sábado, 16 de enero de 2016




       Me explico.  El crítico-curador necesita distancia para que el olvido torne en significancias trascendentes las realidades a menudo muy pedestres del artista.  Sobre el ahora es muy difícil la proclamación gloriosa.  El ahora siempre es de urgencias, torpezas, de lo que se puede y de lo que hay.  La nada glamorosa cotidianidad.

     Me sigo explicando.  Tomo por caso de estudio mi proyecto aun inconcluso de mis Postales Victorianas.  Me llega la convocatoria del Sex Festival en Valencia del próximo Junio, y evaluando participar desarrollo la idea de unas obritas (en papel, fáciles de transportar) que hablen de la pornografía como pura cuestión de contexto.  Esbozo unos desnudos tomados de postales tradicionales y comienzo desde ahí.  Quiero agregarle textos (aun en discusión mental) y la clásica estampillita de la Reina Victoria tratada a modo de esténcil de street-art (para marcar el juego de los tiempos históricos involucrados en la mirada, la estética de entonces y de  hoy). 




     Todo bien, todo muy lindo, pero tengo que probar como queda.  Y como lo que vengo bocetando me gusta, para estropear me autorizo a usar un pedazo de passepartout que anda dando vueltas sobre  mi tablero.  Iba a ser sólo un dibujito para ensayar con el esténcil.  Pero cuando el dibujo estuvo, decidí que si no tenía el enmarcado de firuletes en marrón y negro no iba a tener buena perspectiva de como equilibrar el esténcil en el conjunto ni certeza sobre el color para destacar sin predominar.




      Entonces fui por cartulinas para recortar y me encontré un pequeño trozo de cartulina roja que había sobrado de otra cosa (de las cartas de corazones de la ambientación de Alice in Wonderland).    Por un lado no puedo tirar nada ante la duda de que pueda servir para otra cosa (conocido argumento de los que antes llamábamos mugrientos y ahora se psicoanaliza como acumuladores).  Por otro lado, esto era un mero ejercicio de ensayo, así que poco importaba el color de los recortes.  Y además, ¡finalmente!, limpiaba un poco mi taller sacando de circulación los resabios colorados.







   Recortamos y pegamos, y un poco más de marrón al pie al final equilibró todo.  Bonito.  Y cuando le filé en dorado y pinte algún huequito con birome negra, mi borrador me empezó a gustar mucho  y ya no lo descarto del todo y quizá (si cuando enchastre con el esténcil y le agregue el texto me sigue gustando) en su momento integre la serie definitiva de mis Postales Victorianas.






  Y entonces, puede que un crítico de arte viendo este ejemplar que incluye rojo dentro de un conjunto de sobrios negros y marrones explique sobre mi dramática ruptura, que pretende desestabilizar la mirada del espectador hacia la cuestión trágica de la prostitución y la trata de blancas.  Que el repentino arrebato de color pretende descolocar, sacar de la bucólica belleza naif de las imágenes vintage y advertir sobre el sórdido trasfondo.  Que el rojo es un grito, un desaforado reclamo de atención, como un semáforo.  O algo así en el florido lenguaje que usan los que hacen de la crítica su oficio.  Y no es nada de eso, yo sé que no estoy diciendo eso,  sino simplemente usando los restos de cartulina roja que no pude tirar y que no sirven más que de estorbo.  Un intento de limpieza en un ensayo que no fue y que por esas cosas de  la vida quedo ahí.  Sin significar nada,  sin pretender nada.  Pero el crítico no puede saber de estas minucias estúpidas propias de un artista de bajo presupuesto y tendencia al acopio de basura,  y para él el rojo será El Rojo.


    Y así es como siempre estamos todos hablando de lo mismo pero diciendo cosas completamente distintas,  sin entendernos en absoluto.







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