Me llega
la gacetilla de la conferencia que se dará el próximo 20 de enero en el Museo Universitario del Chopo, en Ciudad de México: “Chupasangres, Frankenstein &
Ready-made. La curaduría y la crítica
como prácticas híbridas”, impartida por David G. Torres, curador. (www.chopo.unam.mx)
Si no
fuera por la distancia, que me hace imposible cruzar todo el Continente para
estarme ahí, el título provocador de la charla me habría captado
eficazmente. Pero como la web me salva
de las imposibilidades físicas, indagando un poco pude hacerme con un texto de Torres que me acerca a su punto de
vista:
“El crítico de arte se expone” era el título
de un compendio de artículos sobre crítica de arte que Catherine Millet publicó
poco antes de lanzarse a escribir sobre su vida sexual. En una ocasión le
pregunté por la relación entre ambos libros y por las referencias que había
tenido en mente sobre todo para “La vida sexual de Catherine M.”. No era
Barthes, como yo pensaba, sino Melville. Lo he explicado muchas veces, esa
relación entre Melville, el autor de “Bartleby, el escribiente” y la tarea
crítica me dio la clave para hablar de la crítica como una práctica tullida. Es
decir, la escritura crítica como una de las pocas posibilidades de escritura,
porque responde a la incapacidad de hacer, a la imposibilidad de hacer y a la
imposibilidad de escribir. La crítica como una respuesta posible a la crisis
del relato, que frente a la ficción resuelve el hablar de otros, el corta y
pega, el ser una actividad vicaria. Es ahí donde he insistido en el paralelo
con la práctica artística contemporánea y su origen en la crisis de la
representación. La relación entre la crítica y el artista no tendría nada que
ver con una supuesta frustración del primero, sino con un origen común y sólo
una división administrativa y económica marcaría la distancia entre ambos. Y
esa unión tendría que ver con la práctica de la cita y el recorta y pega como
estrategias contemporáneas y con la puesta en marcha de un pensamiento crítico.
Pero esa relación también tiene que ver con
el carácter expuesto del título del primer libro de la Millet. En efecto, el
crítico de arte también se expone. No sólo porque a veces haga de curator y
haga exposiciones, sino de una manera menos literal, porque se expone en sus
escritos y en sus opiniones. Una exposición abierta a la discusión. Y entonces
es cuando comparte otra filiación con el artista, una filiación emocional y
vital: su fragilidad y debilidad. Se habla mucho de la crítica como una labor
independiente; y la independencia tiene su precio. También se habla del
comisariado independiente; y todos sabemos que está más cercano a una
multidependencia de todas las instituciones para las que trabaja. Lo mismo le
sucede al artista: dependiente de las simpatías que levante entre todos los
agentes del arte, caminando con pies de plomo y reivindicando su espacio para
respirar. Pero con la conciencia clara de su impresindibilidad y el anhelo de
que llega un momento que estará rodeado de aduladores. Pero, ¡pobre crítica!,
no puede compartir ni esa conciencia ni ese anhelo. Tampoco levanta simpatías y
así su debilidad es extrema. Es una cuestión de carácter, como la fábula que
explicaba en una de sus películas Tarantino sobre la rana y el escorpión que
quería cruzar el río.
Para rematar, no olvidemos una cuestión de
género: siempre es “la” crítica.
David
G Torres (Barcelona 1967) - La crítica
como el artista, en Bonart, núm. 163, diciembre 2013 -
enero 2014 (http://www.davidgtorres.net/spip/spip.php?article406)
Como es evidente que no
puedo ser imparcial (los artistas odiamos
a los críticos por mera reacción refleja, nos viene en los genes), coincido alegremente en que “la
escritura crítica como una de las pocas posibilidades de escritura, porque
responde a la incapacidad de hacer, a la imposibilidad de hacer y a la
imposibilidad de escribir”. Si
el crítico supiera o pudiera crear sería artista y si fuera capaz de escribir,
poeta. Pero como no es capaz de nada
útil se dedica a criticar a esos otros que, al menos, intentan hacer algo.
Lamentablemente (para mí, y mi
repulsa infantil hacia los críticos), también es verdad que: “La
relación entre la crítica y el artista no tendría nada que ver con una supuesta
frustración del primero, sino con un origen común y sólo una división
administrativa y económica marcaría la distancia entre ambos.” La crítica es parte tan esencial del
mercado como los artistas y su obra. Una
especie de regulador por donde se ejerce el poder de restringir ingresos y
mantener los precios. Oferta y demanda
no operada por el consumidor final sino por su maleable filtro: el crítico de
arte. Desde el punto de vista del
mercado, es un engranaje esencial y tan víctima propiciatoria como el artista
mismo.
Cuando “el
crítico actúa de curador” ya es un debate que me excede. No los diferencio en dos acciones dispares. En los grandes museos y con las obras de los
grandes maestros, me es fácil distinguir líneas curatoriales en las muestras
especiales, en los préstamos temporales para desarrollar ante el público una
línea de tiempo o un momento histórico específico. Pero en las muestras contemporáneas o de
artistas emergentes siempre tengo duda de que haya algo que decir más allá
de la transitoriedad efímera de una obra que está en proceso de desarrollo. El presente no permite demasiado análisis, la
visión crítica (me parece) siempre
requiere cierta distancia temporal, cierto alejamiento emocional. El artista contemporáneo
está en acción y su obra no puede leerse como un conjunto hasta que el artista
cese esa acción (se muera, y hago
cuernitos con la mano izquierda). El proceso creativo es algo tan íntimo e
incomprensible para el propio artista que cuesta creer que el crítico pueda
saber de eso más que nadie y con su característica infalibilidad. El curador me sigue resultando la persona que
se ocupa de que la cuelga quede equilibrada y a buena altura, nada más. Una especie de maestranza.
Y respecto
de que el crítico “comparte otra filiación con el artista, una filiación emocional y vital:
su fragilidad y debilidad”, en mi experiencia personal jamás lo he
visto. Todos los críticos de arte que
conozco (y son varios), coinciden en una arrogancia insoportable, en la manifiesta
conciencia de su propia (inexistente) importancia, que atribuirles
vulnerabilidad les queda como insulto. Nunca escuché a un crítico dudar al pronunciarse. Son dios, dueños de una verdad
revelada que no se puede discutir. Y siempre me queda en claro su comprobada
habilidad para decir lo que se debe invariablemente en beneficio del mejor postor.
Lo de “fragilidad y debilidad” en los críticos es algo que me queda
todavía por ver.
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