jueves, 14 de enero de 2016




     Me llega la gacetilla de la conferencia que se dará el próximo 20 de enero  en el Museo Universitario del Chopo, en Ciudad de México: “Chupasangres, Frankenstein & Ready-made.  La curaduría y la crítica como prácticas híbridas”, impartida por David G. Torres, curador. (www.chopo.unam.mx)

     Si no fuera por la distancia, que me hace imposible cruzar todo el Continente para estarme ahí, el título provocador de la charla me habría captado eficazmente.  Pero como la web me salva de las imposibilidades físicas, indagando un poco pude hacerme con un texto de Torres que me acerca a su punto de vista:

  “El crítico de arte se expone” era el título de un compendio de artículos sobre crítica de arte que Catherine Millet publicó poco antes de lanzarse a escribir sobre su vida sexual. En una ocasión le pregunté por la relación entre ambos libros y por las referencias que había tenido en mente sobre todo para “La vida sexual de Catherine M.”.  No era Barthes, como yo pensaba, sino Melville. Lo he explicado muchas veces, esa relación entre Melville, el autor de “Bartleby, el escribiente” y la tarea crítica me dio la clave para hablar de la crítica como una práctica tullida. Es decir, la escritura crítica como una de las pocas posibilidades de escritura, porque responde a la incapacidad de hacer, a la imposibilidad de hacer y a la imposibilidad de escribir. La crítica como una respuesta posible a la crisis del relato, que frente a la ficción resuelve el hablar de otros, el corta y pega, el ser una actividad vicaria. Es ahí donde he insistido en el paralelo con la práctica artística contemporánea y su origen en la crisis de la representación. La relación entre la crítica y el artista no tendría nada que ver con una supuesta frustración del primero, sino con un origen común y sólo una división administrativa y económica marcaría la distancia entre ambos. Y esa unión tendría que ver con la práctica de la cita y el recorta y pega como estrategias contemporáneas y con la puesta en marcha de un pensamiento crítico.

    Pero esa relación también tiene que ver con el carácter expuesto del título del primer libro de la Millet. En efecto, el crítico de arte también se expone. No sólo porque a veces haga de curator y haga exposiciones, sino de una manera menos literal, porque se expone en sus escritos y en sus opiniones. Una exposición abierta a la discusión. Y entonces es cuando comparte otra filiación con el artista, una filiación emocional y vital: su fragilidad y debilidad. Se habla mucho de la crítica como una labor independiente; y la independencia tiene su precio. También se habla del comisariado independiente; y todos sabemos que está más cercano a una multidependencia de todas las instituciones para las que trabaja. Lo mismo le sucede al artista: dependiente de las simpatías que levante entre todos los agentes del arte, caminando con pies de plomo y reivindicando su espacio para respirar. Pero con la conciencia clara de su impresindibilidad y el anhelo de que llega un momento que estará rodeado de aduladores. Pero, ¡pobre crítica!, no puede compartir ni esa conciencia ni ese anhelo. Tampoco levanta simpatías y así su debilidad es extrema. Es una cuestión de carácter, como la fábula que explicaba en una de sus películas Tarantino sobre la rana y el escorpión que quería cruzar el río.

  Para rematar, no olvidemos una cuestión de género: siempre es “la” crítica.

David G Torres (Barcelona 1967) - La crítica como el artista, en Bonart, núm. 163, diciembre 2013 - enero 2014 (http://www.davidgtorres.net/spip/spip.php?article406)




      Como es evidente que no puedo ser imparcial (los artistas odiamos a los críticos por mera reacción refleja, nos viene en los genes), coincido alegremente en que “la escritura crítica como una de las pocas posibilidades de escritura, porque responde a la incapacidad de hacer, a la imposibilidad de hacer y a la imposibilidad de escribir”.  Si el crítico supiera o pudiera crear sería artista y si fuera capaz de escribir, poeta.  Pero como no es capaz de nada útil se dedica a criticar a esos otros que, al menos, intentan hacer algo. 

     Lamentablemente (para mí, y mi repulsa infantil hacia los críticos), también es verdad que: “La relación entre la crítica y el artista no tendría nada que ver con una supuesta frustración del primero, sino con un origen común y sólo una división administrativa y económica marcaría la distancia entre ambos.”  La crítica es parte tan esencial del mercado como los artistas y su obra.  Una especie de regulador por donde se ejerce el poder de restringir ingresos y mantener los precios.  Oferta y demanda no operada por el consumidor final sino por su maleable filtro: el crítico de arte.  Desde el punto de vista del mercado, es un engranaje esencial y tan víctima propiciatoria como el artista mismo. 

     Cuando “el crítico actúa de curador” ya es un debate que me excede.  No los diferencio en dos acciones dispares.  En los grandes museos y con las obras de los grandes maestros, me es fácil distinguir líneas curatoriales en las muestras especiales, en los préstamos temporales para desarrollar ante el público una línea de tiempo o un momento histórico específico.  Pero en las muestras contemporáneas o de artistas emergentes siempre tengo duda de que haya algo que decir más allá de la transitoriedad efímera de una obra que está en proceso de desarrollo.  El presente no permite demasiado análisis, la visión crítica (me parece) siempre requiere cierta distancia temporal, cierto alejamiento emocional. El artista contemporáneo está en acción y su obra no puede leerse como un conjunto hasta que el artista cese esa acción (se muera, y hago cuernitos con la mano izquierda). El proceso creativo es algo tan íntimo e incomprensible para el propio artista que  cuesta creer que el crítico pueda saber de eso más que nadie y con su característica infalibilidad.   El curador me sigue resultando la persona que se ocupa de que la cuelga quede equilibrada y a buena altura, nada más.  Una especie de maestranza.

     Y respecto de que el crítico “comparte otra filiación con el artista, una filiación emocional y vital: su fragilidad y debilidad”, en mi experiencia personal jamás lo he visto.  Todos los críticos de arte que conozco (y son varios), coinciden en una arrogancia insoportable, en la manifiesta conciencia de su propia (inexistente) importancia, que atribuirles vulnerabilidad les queda como insulto. Nunca escuché a un crítico dudar al pronunciarse.  Son dios, dueños de una verdad revelada que no se puede discutir.   Y siempre me queda en claro su comprobada habilidad para decir lo que se debe invariablemente en beneficio del  mejor postor.  Lo de “fragilidad y debilidad” en los críticos es algo que me queda todavía por ver.









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