Deberíamos
resguardarnos de las buenas intenciones como de la peste. De los consejos constantes de aquellos que se
suponen que nos quieren. De las (supuestas) “críticas constructivas”.
Prefiero la crítica malintencionada.
O el desprecio indiferente. Pero
la buena voluntad invasiva, ese meterse constantemente con uno para decirnos lo
mal que hacemos y cuanto mejor nos iría si hiciéramos otra cosa, me saca
absolutamente de quicio. Si tienen la verdad
revelada, ¿por qué no lo hacen ellos directamente? ¿Por qué en lugar de querer doblegar nuestras
convicciones y nuestra visión personal para que actuemos según sus designios, directamente
ellos, los Preclaros, Los Sabelotodo, Los Iluminados, hacen las cosas que ven
con tanta claridad y simpleza? ¿Por qué no
se dedican al arte y demuestran en los hechos con qué facilidad alcanzan la
gloria?
Reconozco
que, probablemente, muchos de ellos actúen de buena fe, que estén convencidos
de hacernos un favor cuando nos repiten hasta la letanía lo mal que manejamos
las cosas, los errores constantes en los que perseveramos, las buenas ideas que
desacatamos por capricho o tozudez innecesaria.
Pero insisto: guárdense sus visiones preclaras, su certeza para el éxito
y la fortuna. Guarden todo para sí o
para quién se los pida. No lo
desperdicien en alguien como yo que no tengo ni interés ni lucidez para
apreciar su sabiduría. Déjenme haciendo
dibujitos estúpidos, déjenme perdiendo el tiempo. Ya me lo dijeron antes: “tanto talento desperdiciado…”
Así soy yo, un caso perdido.
Déjenme en paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario