domingo, 24 de enero de 2016































         Deberíamos resguardarnos de las buenas intenciones como de la peste.  De los consejos constantes de aquellos que se suponen que nos quieren.  De las (supuestas) “críticas constructivas”.  Prefiero la crítica malintencionada.  O el desprecio indiferente.  Pero la buena voluntad invasiva, ese meterse constantemente con uno para decirnos lo mal que hacemos y cuanto mejor nos iría si hiciéramos otra cosa, me saca absolutamente de quicio.  Si tienen la verdad revelada, ¿por qué no lo hacen ellos directamente?  ¿Por qué en lugar de querer doblegar nuestras convicciones y nuestra visión personal para que actuemos según sus designios, directamente ellos, los Preclaros, Los Sabelotodo, Los Iluminados, hacen las cosas que ven con tanta claridad y simpleza?  ¿Por qué no se dedican al arte y demuestran en los hechos con qué facilidad alcanzan la gloria? 





     Reconozco que, probablemente, muchos de ellos actúen de buena fe, que estén convencidos de hacernos un favor cuando nos repiten hasta la letanía lo mal que manejamos las cosas, los errores constantes en los que perseveramos, las buenas ideas que desacatamos por capricho o tozudez innecesaria.  Pero insisto: guárdense sus visiones preclaras, su certeza para el éxito y la fortuna.  Guarden todo para sí o para quién se los pida.  No lo desperdicien en alguien como yo que no tengo ni interés ni lucidez para apreciar su sabiduría.  Déjenme haciendo dibujitos estúpidos, déjenme perdiendo el tiempo.  Ya me lo dijeron antes: “tanto talento desperdiciado…”  Así soy yo, un caso perdido.  Déjenme en paz.









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