“Volvamos, pues, a los animales de Borges,
y repitamos la lista porque hay que leerla con atención: los animales son “pertenecientes al emperador,
embalsamados, amaestrados, lechones, sirenas, fabulosos, perros sueltos,
incluidos en esta clasificación, que se agitan como locos, innumerables,
dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, etcétera, que acaban de
romper el jarrón, que de lejos parecen moscas”. Foucault observa que la
monstruosidad que contiene la enumeración de Borges consiste precisamente en
que “el espacio común de los encuentros se han reducido a nada. Lo que resulta imposible no es la cercanía de
las cosas, sino el lugar mismo donde podrían convivir”. (…) Lo que hace que la lista sea realmente
inquietante es que contiene, entre los elementos que hay que clasificar, los ya
clasificados. (…) Con la clasificación de Borges la poética de
la lista alcanza su punto de máxima herejía y abomina de todo orden lógico
preestablecido. Y nos hace pensar en la
plegaria y desafío de Apollinaire de La jolie rousse:
Vosotros
cuya boca está hecha a la imagen de la boca de Dios
Boca
que es el orden mismo
Sed
indulgentes al compararnos
Con
los que fueron la perfección del orden
Nosotros
que buscamos la ventura por doquier
(…)”
Umberto
Eco, El Vértigo de las Listas - Random
House Mondadori S.A. Barcelona 2009, páginas 395/397.
Es muy
aburrido todo. La incompetencia (o la mala fe, o la torpeza, o la simple paranoia; lo que
vendría a ser la estupidez en todas sus variantes) condiciona sin escapatoria
a todo aquel que pretenda hacer algo.
Acepto –como premisa- que el arte no es una
necesidad básica para las masas. Acepto –en teoría- que hay otras
prioridades. Acepto –obviamente- que no necesariamente entro
en la categoría consagrada por el mercado de “artista” como para que se me preste mucha atención. Puedo aceptar cualquier cosa que me digan
mientras me la digan. Este juego
(estúpido) de hacer como que sí pero
sin dar nunca una respuesta concreta es desesperante. Un sí o un no. Si es no me voy con la música a otro
lado. Si es sí, listo, ya está; yo me
encargo del resto. No estoy pidiendo
nada, sólo que me dejen hacer lo que hago.
No busco ningún tipo de compensación, beneficio o reconocimiento más
allá de poder mostrar mi trabajo. ¿No fui
ya lo suficientemente clara?
Me dicen
que mi error está en hacer las cosas de modo neutral. Sin buscar contactos o amistades
comunes. Sin chapear o blandir la
tarjeta de presentación de tal o cual -presunto- pez gordo. Sin el consabido juego de las
influencias. “Sociabilizas poco”, me
acusan. Sí, claro, todo es mi
culpa. Hasta la ineptitud de los funcionarios
públicos con sueldos mensuales que triplican mi ingreso de cuentapropista.
Dan ganas
de mandar todo al diablo; de pegar cuatro gritos, otros tantos insultos, y
optar abiertamente por el aislamiento digno y
apacible. Si “sociabilizar” implica dejar que a uno
constantemente le falten el respeto, lo destraten y lo reduzcan a súbdito
sumiso y arrastrado, todo bien para el que le quepa ese sayo pero yo no, gracias; no cuenten conmigo.