Una vieja
tradición en el ámbito de mi trabajo civil es la de que los escribanos odian a
los abogados, los abogados odian a los contadores, los contadores odian a los
gestores, y los gestores se odian entre ellos.
He
tratado de no arrastrar este antagonismo entre profesiones a mi otra vida,
intentando mantener mis suspicacias respecto de los “curadores”
en el ámbito de la mera antipatía. Pero
cuando ayer abrí el mail con el boletín periódico del sitio Saatchi
Art, http://www.saatchiart.com, (dónde,
reconozco, he subido imágenes de mis obras en forma totalmente gratuita),
no pude evitar una escalada de indignación:
“¿Buscando
la obra perfecta para colocar encima de su sofá? ¿Una obra que implique una
declaración en su entrada? Explore nuestras colecciones de arte curadas por
habitación y por estilo decorativo. ¿Necesita ayuda aún más específica para
encontrar una obra de arte? Póngase en contacto con nuestros curadores, vamos a
trabajar con usted en forma personalizada sin cargo.”
No hay
que generalizar, me repito como mantra, pero ¿quién puede mantener la
ecuanimidad cuando se publicita sin pudor que lo que hacen los curadores es
maridar una obra con los sillones del living del presunto comprador de arte? Ya sé que mucha gente prioriza la
combinación de colores de sus ambientes a la hora de considerar la compra de
una obra de arte, pero no es necesario decírselo en la
cara al artista y blanquear que eso es lo que realmente hacen los curadores.
No hay necesidad de poner tan en claro que la obra (y por detrás y
allá abajo, el artista) es tan poca cosa para el mercado del arte.
“Más
es aburrido porque es cansador. Y a mí
en materia de viaje, me pasa lo que le pasaba a Drieu en materia de vida: confundo
el cansancio con el aburrimiento y viceversa. Esta mañana vimos (cuando todavía teníamos
ganas de mirar todo el tiempo) cosas muy lindas. La costa del Atlántico con sus palmeras, su
arena casi blanca y el mar transparente me encantan. Además, nunca me he dado mejor cuenta de lo
poco que le importa del “buen gusto” (so called) a la naturaleza.
Mezcla los colores con un atrevimiento, un tupé, una falta de prejuicios
fabulosos. Esta mañana el verde de las
palmeras, del mar, de otros árboles que se veían tierra adentro eran verdes que
se mataban o más bien dicho que uno no hubiera juntado en un cuarto o en un
traje porque hubieran quedado francamente mal.
Pues estos verdes eran una maravilla tal que no les podía quitar los
ojos (“la vista” como diría Mallea). Cuando
pienso en el trabajo que me da todos los años encontrar un verde que me guste
para los bancos del jardín… Un verde que
no quede mal con el pasto y que no sea guarango (y que tampoco sea triste y
opaco). Claro que todo depende de la materia.
El verde del mar y de los árboles va con cualquier cosa.”
Victoria
Ocampo, Cartas de posguerra Editorial Sur S.A. Buenos
Aires 2009, páginas 27/28.
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