miércoles, 22 de junio de 2016




     “Volvamos, pues, a los animales de Borges, y repitamos la lista porque hay que leerla con atención: los animales son “pertenecientes al emperador, embalsamados, amaestrados, lechones, sirenas, fabulosos, perros sueltos, incluidos en esta clasificación, que se agitan como locos, innumerables, dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, etcétera, que acaban de romper el jarrón, que de lejos parecen moscas”.  Foucault observa que la monstruosidad que contiene la enumeración de Borges consiste precisamente en que “el espacio común de los encuentros se han reducido a nada.  Lo que resulta imposible no es la cercanía de las cosas, sino el lugar mismo donde podrían convivir”.  (…)  Lo que hace que la lista sea realmente inquietante es que contiene, entre los elementos que hay que clasificar, los ya clasificados.  (…)  Con la clasificación de Borges la poética de la lista alcanza su punto de máxima herejía y abomina de todo orden lógico preestablecido.  Y nos hace pensar en la plegaria y desafío de Apollinaire de La jolie rousse:

Vosotros cuya boca está hecha a la imagen de la boca de Dios
Boca que es el orden mismo
Sed indulgentes al compararnos
Con los que fueron la perfección del orden
Nosotros que buscamos la ventura por doquier
(…)”

Umberto Eco, El Vértigo de las Listas  - Random House Mondadori S.A. Barcelona 2009, páginas 395/397.





     Es muy aburrido todo.  La incompetencia (o la mala fe, o la torpeza, o la simple paranoia; lo que vendría a ser la estupidez en todas sus variantes) condiciona sin escapatoria a todo aquel que pretenda hacer algo.

    Acepto –como premisa- que el arte no es una necesidad básica para las masas.  Acepto –en teoría- que hay otras prioridades.  Acepto –obviamente- que no necesariamente entro en la categoría consagrada por el mercado de “artista” como para que se me preste mucha atención.  Puedo aceptar cualquier cosa que me digan mientras me la digan.  Este juego (estúpido) de hacer como que sí pero sin dar nunca una respuesta concreta es desesperante.  Un sí o un no.  Si es no me voy con la música a otro lado.  Si es , listo, ya está; yo me encargo del resto.  No estoy pidiendo nada, sólo que me dejen hacer lo que hago.  No busco ningún tipo de compensación, beneficio o reconocimiento más allá de poder mostrar mi trabajo.  ¿No fui ya lo suficientemente clara?




     Me dicen que mi error está en hacer las cosas de modo neutral.  Sin buscar contactos o amistades comunes.  Sin chapear o blandir la tarjeta de presentación de tal o cual -presunto- pez gordo.  Sin el consabido juego de las influencias.  “Sociabilizas poco”, me acusan.  Sí, claro, todo es mi culpa.  Hasta la ineptitud de los funcionarios públicos con sueldos mensuales que triplican mi ingreso de cuentapropista.


     Dan ganas de mandar todo al diablo; de pegar cuatro gritos, otros tantos insultos, y optar abiertamente por el aislamiento digno y  apacible.  Si “sociabilizar” implica dejar que a uno constantemente le falten el respeto, lo destraten y lo reduzcan a súbdito sumiso y arrastrado, todo bien para el que le quepa ese sayo pero yo no, gracias; no cuenten conmigo.







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