“-Hay algo que nunca he podido explicarme
en las novelas policiales- prosiguió Finderlyme-, y es por qué el asesino no
mata nunca al superdotado detective aficionado que, inevitablemente, ha de
descubrirlo al final.
-Porque
se acabaría la novela- replicó Blessington con no disimulado desprecio.
-No,
señor- contestó vivamente el crítico-.
La novela se termina cuando descubren al asesino. El protagonista no es el detective, sino el
asesino… Que es quien, en realidad,
conduce la acción; quien cuenta el cuento.
Suprima usted al detective, y no pasará nada; suprima usted al asesino,
y se queda sin novela.”
Abel
Mateo, El Asesino Enamorado
Sufro desde
el viernes un lamentable estado seudo gripal o de alergia pre-primaveral o de
decadencia absoluta y patética. Y como corresponde a toda persona
hiperkinética que se precie, la inmovilidad forzosa del decaimiento me pone –en mis escasos
momentos lúcidos- de muy mal humor.
Y justo
se da que leo varias reseñas de muestras plásticas actuales en BAires donde, tras la cita obligada de los nombres de los artistas
participantes, dedican párrafos y párrafos a analizar y merituar a la horda de “curadores”, presuntamente los auténticos “autores” de los eventos en cuestión. Parafraseando a Abel Mateos: Suprima usted al curador, y no pasará nada;
suprima usted al artista, y se queda sin muestra.
¡Que enorme
fastidio! Ya no se trata de
lograr componer una obra coherente y capaz de transmitir a un espectador
desconocido, distante y atemporal; ni de lograr conmover a un crítico escéptico y cínico,
supuestamente hastiado de imitaciones y fraudes; ni de despertar el muy básico
interés de un bruto sensible como estaca
(la cita es de Rimbaud) que posee
los recursos económicos para adquirir una obra o patrocinar un proyecto. No.
Hay que trabajar para lograr ser considerado viable por un sujeto de
incalificables méritos e iluminada sapiencia, el curador, que es el único capaz de traducir nuestro imperfecto
código primario de artista para hacerlo accesible a las masas populares (como si las masas concurrieran a las galerías
de arte y a los museos). ¿Soy yo –que estoy malhumorada, lo reconozco-
o cada vez están todos más y más estúpidos?
Odio
a los curadores esta mañana.
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