Soy
demasiado susceptible si lo tomo como algo personal. Si desde febrero estoy tratando de conseguir
fecha para exponer mi trabajo en un espacio municipal, si me indicaron
condiciones y me requirieron material, si envié (¡tres veces!) fotografías
de todas y cada una de las obras que pretendía exhibir y si hasta llegaron a
indicarme “disponibilidad en el mes de julio”, el que después entraran en el
cono del silencio y sólo al cabo de mi inconmovible insistencia me informaran
que el espacio iba a estar en obra los próximos ocho meses, que eventualmente
avise si me interesa ser considerada para el próximo año… bueno, no es nada personal, ¿no?
¿Qué respeto o consideración merece un
artista, máxime uno desconocido, autogestionado, sin amigos influyentes, como
yo? Ninguno, obviamente. ¿Quién soy para pretender que me den
información clara y que tengan en cuenta que si doy por seria la negociación
con ellos no estoy negociando por otro lado un espacio alternativo, ya que ni
mi obra ni yo somos duales y nos gusta hacer una cosa a la vez en la intención
de hacerla bien?
Pero el
enojo me aburre y al final ni vale la pena dedicarle demasiado tiempo a la
indignación. No es la primera vez ni
seguramente será la última que el maltrato es la moneda corriente con la que se
le paga al artista empeñoso y honesto que trata de hacer las cosas por su
cuenta y a su exclusivo costo. Buscaré
otro lado, seguiré postergando una individual, pero iré más o menos por el
mismo camino. Ni todo el destrato ni el
eterno fracaso van a lograr que deje de intentarlo. Pinto porque quiero (porque no puedo no hacerlo),
no para que alguien de afuera lo apruebe o me lo facilite. Una mancha más al tigre (que en realidad es un leopardo camuflado) confirma su
identidad de gato. Sólo me reservo la
revancha infantil de que si alguna vez el Municipio de Lanús viene a buscarme (¡ja!
¡cómo si lo fueran a hacer!) les voy a decir que NO.
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