miércoles, 17 de agosto de 2016






          En la necesaria pausa por café a media mañana de un día “normal” de alguien con pluriempleo o multitarget o caos-constante-y-generalizado-haciendo-mil-cosas-que-detesto-para-poder-seguir-haciendo-la-única-que-me-importa (pintar) aterricé en un bar con wi-fi de excelente señal.  Así pude pasar mis quince minutos de recreo y cafeína aislándome en un vagabundeo indolente por Twitter.  

Y di con un muy buen artículo de Aglaia Berlutti, “La Eva creadora”, posteado por el colectivo MujerMiraMujer (mujeresmirandomujeres.com).  Leí:


     “Un artista casi siempre es un rebelde, un contrincante directo del deber ser, alguien que avanza por el camino menos transitado y quizás también, el más complicado. Tal vez por ese motivo cuando una mujer crea — o se define como artista — el camino es el doble de complicado, duro de seguir y la mayoría de las veces ingrato. Una mujer artista es a la vez, alguien que desea expresar todo tipo de ideas y mensajes complejos pero que a la vez, debe luchar contra esa firme pared de la indiferencia de la historia, la cultura, el dolor y el miedo que la figura femenina padeció por buena parte de la historia universal. Una mujer artista debe enfrentarse no sólo al hecho que debe vencer el prejuicio primario de género sino también el que todas las épocas y culturas muestran contra los mentalmente independientes, los autónomos, los que se atreven a contradecir la antigua y poderosa idea de la moral pública.  (…)
   Hace poco, leía que María Fernanda Ampuero, escritora y periodista de Ecuador, ponderaba sobre el hecho que la mujer que escribe es un fenómeno reciente en nuestra patriarcal, machista y conservadora latinoamérica. Hasta hace muy poco, la mujer creativa de nuestro continente debió enfrentarse a esa dicotomía insistente entre lo que la historia requiere de ella y algo más abstracto. Y mucho más que sus contemporáneas en otras partes del mundo: Mientras Virginia Woolf ya se preguntaba por el año 1945 que necesitaba una mujer para escribir, en nuestros países, la idea continuaba siendo inquietante e incluso desagradable. Después de todo, la mujer estaba allí para completar el ciclo creativo, para acompañar y consolar. Como comenta Ampuero: “las que callaron a los niños porque papá estaba escribiendo, las que sirvieron litros y litros de té en silencio, las que mantuvieron el orden obsesivo del susodicho, las que organizaron veladas literarias en las que no podían ni debían opinar, las que hornearon tartas, asados, panes, las que vivieron pobrezas y sobresaltos… Es muy difícil hacer que la vida doméstica no irrumpa como un estruendo en el proceso creativo. Qué gusto debe de haber sido para estos señores nunca encargarse de nada de eso”. Y en la ligera crítica, en el dolor que subyace debajo, hay toda una inclemente visión de lo que debía enfrentarse la mujer creativa latina. Esa noción de la tradición que intenta abrumar el impulso de construir sólo por el mero hecho de favorecer la tradición. (…)”

Aglaia Berlutti,  Contrapunto.com, domingo 14 de agosto de 2016 






     Es raro compartir en teoría la contundente verdad de las dificultades extras que acarrea dedicarse al arte siendo mujer mientras que en la práctica se ignoran por completo esas dificultades.  Me digo que se debe a que me tocó nacer en Buenos Aires, una de las ciudades de Latinoamérica donde el patriarcado ha sido consumido por la multietnia, el mestizaje y la vorágine cultural de una  metrópoli.  Y que en mi caso no hubo mandato familiar que acatar por el simple hecho de haber crecido prácticamente sin familia, liberada a mi suerte.  Y al asunto de los roles que impone la tradición, mis esquizofrénicas  personalidades múltiples acabaron  agarrándolos todos, femeninos y masculinos, sin hacer distinciones.  Siempre hice lo que había que hacer sin enterarme que algunas cosas  son de un sexo y otras del otro.  Me liberé de la discriminación por indiferencia.  Entretenida dentro de mi cabeza no he prestado demasiada atención a lo que ocurre por fuera.





     A veces, al leer sobre conflictos de género, me pregunto de qué me perdí al no darme cuenta que se suponía que algunas cosas no podía hacerlas, o que debía  hacerlas proclamando rebeldía o construyendo un panfleto libertario alrededor.  Si, obviamente he tenido problemas en mostrar mi trabajo. Pinto gente desnuda, no siempre me  dejan colgar mis obras.  Pero he entendido que  lo que molesta es la desnudez no mi condición de dama.  Aunque, de haberme dado cuenta de que ese era el problema… ¿hubiera actuado distinto?  No sé.  Probablemente hubiera hecho lo mismo: insistir, insistir, insistir.  Con obstinación asnal. Siguiendo los consejos de Almafuerte en sus Sonetos Medicinales:  “Procede como Dios que nunca llora/ o como Lucifer que nunca reza/ o como el robledal cuya grandeza/ necesita del agua y no la implora.”






II ¡Piu avanti! (¡Ea!)

No te des por vencido ni aun vencido
no te sientas esclavo ni aun esclavo
trémulo de pavor piensate bravo
y arremete feroz ya mal herido

Ten el tesón del clavo enmohecido
que ya viejo y ruin vuelve a ser clavo
no la cobarde estupidez del pavo
que amaina su plumaje al primer ruido

Procede como Dios que nunca llora
o como lucifer que nunca reza
o como el robledal cuya grandeza
necesita el agua y no la implora

¡que muerda y vocifere, vengadora
ya rodando en el polvo tu cabeza! 

Pedro Bonifacio Palacios - Almafuerte











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