En la necesaria pausa por café a media
mañana de un día “normal” de alguien con pluriempleo o multitarget o caos-constante-y-generalizado-haciendo-mil-cosas-que-detesto-para-poder-seguir-haciendo-la-única-que-me-importa
(pintar) aterricé en un bar con wi-fi
de excelente señal. Así pude pasar mis
quince minutos de recreo y cafeína aislándome en un vagabundeo indolente por
Twitter.
Y di con un muy buen artículo
de Aglaia Berlutti, “La
Eva creadora”, posteado por el colectivo MujerMiraMujer (mujeresmirandomujeres.com). Leí:
“Un artista casi siempre es un rebelde, un
contrincante directo del deber ser, alguien que avanza por el camino menos
transitado y quizás también, el más complicado. Tal vez por ese motivo cuando
una mujer crea — o se define como artista — el camino es el doble de
complicado, duro de seguir y la mayoría de las veces ingrato. Una mujer artista
es a la vez, alguien que desea expresar todo tipo de ideas y mensajes complejos
pero que a la vez, debe luchar contra esa firme pared de la indiferencia de la
historia, la cultura, el dolor y el miedo que la figura femenina padeció por
buena parte de la historia universal. Una mujer artista debe enfrentarse no
sólo al hecho que debe vencer el prejuicio primario de género sino también el
que todas las épocas y culturas muestran contra los mentalmente independientes,
los autónomos, los que se atreven a contradecir la antigua y poderosa idea de
la moral pública. (…)
Hace poco, leía que María Fernanda Ampuero,
escritora y periodista de Ecuador, ponderaba sobre el hecho que la mujer que
escribe es un fenómeno reciente en nuestra patriarcal, machista y conservadora
latinoamérica. Hasta hace muy poco, la mujer creativa de nuestro continente
debió enfrentarse a esa dicotomía insistente entre lo que la historia requiere
de ella y algo más abstracto. Y mucho más que sus contemporáneas en otras
partes del mundo: Mientras Virginia Woolf ya se preguntaba por el año 1945 que
necesitaba una mujer para escribir, en nuestros países, la idea continuaba
siendo inquietante e incluso desagradable. Después de todo, la mujer estaba
allí para completar el ciclo creativo, para acompañar y consolar. Como comenta
Ampuero: “las que callaron a los niños porque papá estaba escribiendo, las que
sirvieron litros y litros de té en silencio, las que mantuvieron el orden
obsesivo del susodicho, las que organizaron veladas literarias en las que no
podían ni debían opinar, las que hornearon tartas, asados, panes, las que
vivieron pobrezas y sobresaltos… Es muy difícil hacer que la vida doméstica no
irrumpa como un estruendo en el proceso creativo. Qué gusto debe de haber sido
para estos señores nunca encargarse de nada de eso”. Y en la ligera crítica, en
el dolor que subyace debajo, hay toda una inclemente visión de lo que debía
enfrentarse la mujer creativa latina. Esa noción de la tradición que intenta
abrumar el impulso de construir sólo por el mero hecho de favorecer la
tradición. (…)”
Aglaia
Berlutti, Contrapunto.com, domingo
14 de agosto de 2016
Es raro
compartir en teoría la contundente verdad de las dificultades extras que
acarrea dedicarse al arte siendo mujer mientras que en la práctica se ignoran
por completo esas dificultades. Me digo
que se debe a que me tocó nacer en Buenos
Aires, una de las ciudades de Latinoamérica
donde el patriarcado ha sido consumido por la multietnia, el mestizaje y la
vorágine cultural de una metrópoli. Y que en mi caso no hubo mandato familiar que acatar por el
simple hecho de haber crecido prácticamente sin familia, liberada a mi suerte. Y al asunto de los roles que impone la
tradición, mis esquizofrénicas personalidades múltiples acabaron agarrándolos todos, femeninos y masculinos, sin hacer distinciones. Siempre hice lo que había que hacer sin enterarme que algunas cosas son de un sexo y otras del otro. Me liberé de la discriminación por indiferencia.
Entretenida dentro de mi cabeza no he prestado demasiada atención a lo que ocurre por fuera.
A veces,
al leer sobre conflictos de género, me pregunto de qué me perdí al no darme
cuenta que se suponía que algunas cosas no podía hacerlas, o que debía hacerlas
proclamando rebeldía o construyendo un panfleto libertario alrededor. Si, obviamente he tenido problemas en mostrar
mi trabajo. Pinto gente desnuda, no siempre me dejan colgar mis obras. Pero he entendido que lo que molesta es la desnudez no mi
condición de dama. Aunque, de haberme dado cuenta de que ese era el problema… ¿hubiera
actuado distinto? No sé. Probablemente hubiera hecho lo mismo:
insistir, insistir, insistir. Con
obstinación asnal. Siguiendo los consejos de Almafuerte en sus Sonetos Medicinales: “Procede como Dios que nunca llora/ o como Lucifer
que nunca reza/ o como el robledal cuya grandeza/ necesita
del agua y no la implora.”
II
¡Piu avanti! (¡Ea!)
No te des por vencido ni aun vencido
no te sientas esclavo ni aun esclavo
trémulo de pavor piensate bravo
y arremete feroz ya mal herido
Ten el tesón del clavo enmohecido
que ya viejo y ruin vuelve a ser clavo
no la cobarde estupidez del pavo
que amaina su plumaje al primer ruido
Procede como Dios que nunca llora
o como lucifer que nunca reza
o como el robledal cuya grandeza
necesita el agua y no la implora
¡que muerda y vocifere, vengadora
ya rodando en el polvo tu cabeza!
No te des por vencido ni aun vencido
no te sientas esclavo ni aun esclavo
trémulo de pavor piensate bravo
y arremete feroz ya mal herido
Ten el tesón del clavo enmohecido
que ya viejo y ruin vuelve a ser clavo
no la cobarde estupidez del pavo
que amaina su plumaje al primer ruido
Procede como Dios que nunca llora
o como lucifer que nunca reza
o como el robledal cuya grandeza
necesita el agua y no la implora
¡que muerda y vocifere, vengadora
ya rodando en el polvo tu cabeza!
Pedro
Bonifacio Palacios - Almafuerte
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