Las Gracias Americanas
80X110 cms.
Las
Gracias Americanas es una obra que me gusta mucho (aunque nunca logré fotografiarla de modo que luzca tal como es en
persona) y a la que le tengo un especial afecto por ser la única que hice
en “colaboración”. Puede que la anécdota sea algo repugnante
pero no puedo evitar recordarla con cariño.
Por la época que inicié Las Gracias vivía en un
departamento con terraza, en la que había un cuarto extra, especie de lavadero
muy luminoso, donde instalé mi taller.
Arranqué plagiando a Rubens
sobre papel blanco industrializado, al que superpuse un papel artesanal hecho a
mano con fibras y granos de arroz; intervine ese pegote con fuego y lo fijé a
un grueso papel italiano (de esos que ya
no consigo) teñido en la pulpa de color, grueso y resistente. Sobre ese soporte trabajé con distintos
materiales dejando los detalles al óleo de las figuras femeninas para lo
último. Mientras trabajaba en ella
aconteció un enero y me fui unos días a la costa. Y como corresponde, tras la abstinencia
obligada, a mi regreso mi primer impulso fue ir a pintar un rato a mis Gracias.
Después de
diez días sin verlas la primera sensación fue que algo había pasado, que algo estaba mal.
No eran las mismas chicas, las habían modificado de alguna forma, ¡no
era la misma obra que había dejado a mi marcha!
Armé
soberano escándalo, teñido de histeria, al que nadie hizo caso porque era un
hecho que no había ingresado persona alguna al departamento durante nuestra
ausencia. Más aún: no me tomaron en serio.
Yo tenía que estar equivocada, me confundía, que sería un efecto de la
luz. Seguí un tiempo más con mi
berrinche hasta que la lógica racional me ganó y me obligó al análisis. Nadie entró al taller, nadie tocó la obra,
¿cómo podía estar modificada? ¿En qué
veía la diferencia? En los rostros, en
las manos… me acerqué a la primera Gracia
a mi derecha, la que tenía un granito de arroz justito en la nariz que le daba
un efecto de relieve fantástico… ¡y el
grano de arroz ya no estaba!
Ahí
comprendí por dónde iba el asunto: revisé toda la superficie de la obra y ya no
quedaban granos de arroz (salvo un par muy
metidos en la pulpa y que apenas se distinguen). El papel estaba recortado
muy delicadamente y cada grano extirpado tan prolijo que apenas cortaba la
pincelada que se había extendido sobre el grano ausente. Eso no podía haber sido hecho con los dedos,
arrancar el arroz hubiera destrozado más extensión del papel. Saqué la obra a la terraza para estudiarla al
sol. No había duda: eran mordidas. El arroz de Las Gracias había sido
comido por lauchas…
Esta
sospecha inicial la corroboré tras una limpieza general del taller, encontrando
en múltiples rincones otras pruebas de la visita habitual de roedores. Mi histeria se prolongó un tiempo y ya no
subí a mi taller sin mi gata bajo el brazo.
Me dio mucha pena que el arroz ya no estuviera presente –realmente había
quedado posicionado en lugares muy graciosos- pero la verdad es que no tengo certeza si la
acción de las lauchas dañó o, por el contrario, mejoró la obra final. Es probable que la obra definitiva, con la
inestimable colaboración de mis circunstanciales asistentes, sea la mejor
versión.
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