jueves, 11 de agosto de 2016


 
 
     ¿Qué nos hace existir?  La mirada del otro, la opinión del otro.  Si no se nos reconoce como existente no somos.  Si el mercado del arte (o esos dos o tres que se suponen son los que personifican "el" mercado del arte) no te capta en su selecto y exclusivo radar no estás, no sos.  No existís.  Ahí es cuando te empiezan a explicar lo importante que es relacionarte con la gente adecuada, esos seres iluminados que tienen el don divino de darte existencia y visibilidad.
     En un plano teórico-filosófico puedo coincidir de pleno con este argumento y aceptar que invertir tiempo y dinero en ser conocido como artista por aquellos que deciden quién es y quién no es resulta una lógica inversión.  Pero me conozco y se, que en mi caso, es un desperdicio.  Porque yo siempre he tendido a la inexistencia.  Soy útil,  puedo resultar conveniente, pero realmente no existo.  Está en mi naturaleza pasar desapercibida, no implicar esfuerzo, no necesitar nigún tipo de consideración.  No soy de los protagonistas, soy más del tipo "chico de los mandados", un utilero para todo servicio.  Sin aspiración al proscenio me van las bambalinas y para lo que mande usted.
 
 
     Mi obra es otra cosa.  Ella sí tiende a reclamar atención, a pretender protagonismo.  Ella se escinde de mí y sigue su camino.  No me cuesta nada relacionarla, buscarle espacios, empujarla para que se adelante hacia el haz de luz central.  Pero mi obra no soy yo.  Mi obra existe, tendrá alguna vez el destino que se merezca por mérito propio, mientras yo seguiré acá atrás, en mi universo inexistente.
    No se malentienda: no es una queja.  Simplemente, cuestión de carácter.  Destino de nada.
 

 
 
 
 
 

 


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